etica tradicional

Kant y la legalización de las drogas

Encontré hoy de forma aleatoria (simplemente puse ‘kant’ en Google) la siguiente imagen:

Bastante mal hecha, en mi opinión, pero se me ocurrió que podría servir de excusa para exponer, de una vez, en este blog, lo que se deriva claramente y sin dificultad de la metafísica de las costumbres, esto es, del sistema ético de Immanuel Kant, respecto del problema que significa la presencia de sustancias ilegales (drogas) en una sociedad, lo que se aplica, por lo tanto, también a nuestra sociedad, donde drogas como la marihuana, la cocaína y el éxtasis (entre muchas otras) son ilegales, mientras que otras, como el alcohol y el tabaco, permanecen en la legalidad.

El sistema ético de Kant, presente en su forma más completa en La metafísica de las costumbres, contiene dos partes, el derecho, por un lado, y la virtud, en el otro. Cada parte implica un tipo de deberes, respectivamente, y se vuelve necesario señalar la diferencia entre ambos. Veamos:

El deber de virtud difiere del deber jurídico esencialmente en lo siguiente: en que para este último es posible moralmente una coacción externa, mientras que aquél sólo se basa en una autocoacción libre. (Kant 1989: 233; Ak. VI, 383)

La virtud se ocupará de aquella esfera de la existencia humana, tan antigua como la religión misma, desde la cual los seres humanos tratan de ser mejores, ya sea de acuerdo a una imagen ideal (por ejemplo, de una divinidad), o un juego de principios. Kant pretende estar hablando de una virtud verdadera en la medida que los individuos puedan hacer esto libremente, sin coacción externa alguna, como sí sería permitido para los deberes jurídicos, propios del derecho. Lo que Kant está diciendo es revolucionario todavía hoy. Cualquier vicio debe ser evitado libremente por cada ciudadano, principio que vuelve ilegítima cualquier legislación estatal que se le oponga, como, por ejemplo, la prohibición del alcohol en su momento y la de una serie de drogas en la actualidad.

Semejante prohibición sí es legítima  por parte de una religión, pero sólo si es que el individuo observa tal prohibición de forma libre, mediante la autocoacción propia de la virtud, porque él mismo se da cuenta de que el uso de ciertas sustancias puede significar un vicio, y no se ve obligado a esto mediante la ilegítima influencia de aquella en el Estado.

Esta presencia de leyes propias de la virtud en la esfera del derecho (como cualquier prohibición de sustancias) termina siendo contraproducente, algo evidente si no volteamos la vista de las nefastas consecuencias que son las miles de miles de vidas humanas, así como una cantidad absurdamente grande de recursos que se pierden en la lucha contra el narcotráfico, sin proveer resultados mínimamente satisfactorios.

Kant reconoce esto, por supuesto:

Pero ¡ay del legislador que quisiera llevar a efecto mediante coacción una constitución erigida sobre fines éticos! Porque con ello no sólo haría justamente lo contrario de la constitución ética, sino que además minaría y haría insegura su constitución política. (Kant 2001: 120; Ak. VI, 96)

El peligro que significa el narcotráfico para la existencia misma del estado de derecho en países como México, Colombia, e incluso en el Perú, es evidente en la actualidad.

De acuerdo a este esquema, el alcohol y el tabaco, como cualquier otra droga, y a pesar de sus efectos nocivos, debe ser legal, y es responsabilidad de cada quién hacer un uso responsable de la respectiva sustancia (o evitarla completamente), así como juzgar su moralidad. El rol del Estado sería hacer todo lo posible para asegurar que cada ciudadano esté debidamente informado de las consecuencias de tal modo que pueda realizar su elección de la forma más libre posible.

El Estado también deberá velar porque el abuso de algunos no dañe a otros. Una persona ebria puede dañar a otros ciudadanos (ni que decir a sí misma); mas, en vez de prohibir el alcohol, así como cualquier otra droga, lo que significa un atentando contra la libertad de los ciudadanos, que es lo que hace de la prohibición una injusticia en sí misma, el Estado debe, mediante campañas educativas, así como la ejecución efectiva de penas duras y proporcionales a la falta, minimizar los daños.

Lo que sostiene esta visión del problema es una moral, a grandes rasgos, que pone su fe en la creencia en el ser humano como un ser racional, con voluntad, agencia, capaz de tomar decisiones y elegir la forma de vivir que mejor le plazca (es recién sobre esto que el derecho se encargará de regular que las acciones de un individuo no dañen la misma capacidad de elección de los demás, como se ha señalado en párrafos anteriores)[1].

Para cualquier prepotente visión del ser humano como un animal que necesita que le digan como a un niño pequeño qué está bien y qué está mal, incluso mediante el uso de la fuerza, porque no puede por sí mismo elegir, esta argumentación carecerá de fuerza alguna.

Para más sobre el tema en este blog, ver: Mario Vargas Llosa y la legalización de las drogas y Kant sobre la embriaguez.


[1] Esto, por supuesto, constituye también un lugar común para cualquier liberalismo político serio, tradición que se remonta a Kant, uno entre muchos otros.

Bibliografía:

KANT, Immanuel

La Religión dentro de los límites de la mera Razón. Traducción de Felipe Martínez Marzoa. Madrid: Alianza Editorial, 2001.

La metafísica de las costumbres. Traducción de Adela Cortina Orts y Jesús Conill Sancho. Madrid: Editorial Tecnos, 1989.

Mario Vargas Llosa y la legalización de las drogas

Sombrío (literalmente) Mario Vargas Llosa.

No suele pasar muy seguido que esté de acuerdo con algo que diga el laureado escritor peruano-español, como fue el caso con sus últimas declaraciones a favor de la legalización delas drogas (asumo se refiere a las drogas más problemáticas, como la cocaína y la heroína, y no sólo a la marihuana).

Sin embargo, y como era de esperarse, rápidamente «expertos» consultados por el diario La República salieron a «refutar» al escritorme pregunto que habrán dicho los «expertos» de El Comercioy considero importante abordar rápidamente ambas críticas.

La primera, esbozada por Fabián Novak, es tan pobre que la menciono sólo para que quede expuesta una vez más: sostiene que la propuesta es irreal porque está basada en un supuesto europeizado que no existe en nuestro país. Y es que efectivamente no existe a menos que sea propuesto y puesto en debate, y para eso la crítica de Novak se desvanece.

La segunda, igualmente pobre, pero más interesante desde el punto de vista de un debate ético, expuesta por María Méndez, sostiene que las drogas son inherentemente malas, y por eso no tiene sentido legalizarlas. El problema en su argumentación radica en que se le otorga un carácter moral a una sustancia, cuando lo que importa realmente es el uso que se le da a la sustancia. Según su argumento, cualquier sustancia que potencialmente «deteriora y destruye a la persona» debería ser ilegal, lo que incluye obviamente a drogas como el alcohol y el tabaco.

Su argumento moralista debe ser refutado con argumentos de carácter ético, como, por ejemplo, decir que una sociedad en la que los individuos no se autodestruyen con las drogas por decisión propia es preferible a aquella en la que no lo hacen porque simplemente no pueden comprarlas. ¿Es ingenuo pensar eso? Por supuesto que no. ¿Acaso si las drogas fueran legalizadas, las personas más decentes de la sociedad correrían a comprarlas y volverse adictos?

¿Existen verdaderamente "victorias" en la guerra contra el narcotráfico?

Y sobre este punto entran muy bien los argumentos de Mario Vargas Llosa, que apunta al verdadero escándalo: miles de millones de dólares son invertidos por los Estados en armamento para combatir a las mafias, creando un círculo vicioso de violencia que ni siquiera impide que existan personas degeneradas por las drogas, que muy irónicamente son abandonadas por los Estados que pretenden protegerlas. ¿Y todo esto por qué? Para que personas como María Méndez puedan dormir tranquilas sabiendo que están combatiendo el mal.

Los motivos son ciertamente más complejos, y los refiero nuevamente a la columna original del autor.

Finalmente, en este blog ya se publicó una propuesta coherente respecto a las drogas en la sociedad, por nada menos que Alan Moore, en el artículo La utopía de Alan Moore, que aboga por campañas de educación e informativas basadas en información honesta sobre el tema, así como un fuerte inversión en ayuda para los adictos, que resultaría siendo ridículamente menor a la que actualmente se invierte en violencia.

Modesto Top 10 de entradas y balance del año 2009

Hay muchas cosas que quiero mejorar, empezando por la calidad y cantidad de los posts más serios, que pretendo incrementar en ambas áreas sustancialmente este nuevo año, que entro de vuelta en completo modo académico.

No obstante, este primer año (o mitad de año) ha sido sin duda auspicioso, y me pareció prudente crear este Top 10 ó suerte de resumen del primer año.

Su servidor bloguero, Zimmerman, dispuesto a celebrar, en desactualizada foto.

10. Marvelman como el superhombre de Nietzsche.

Cuando empecé el blog pensé dedicarlo exclusivamente a artículos «serios», pero rápidamente me di cuenta de que aquello era un error, y este fue el primer post del blog que se encargó de iniciar una línea que usara de base material no estrictamente filosófico, y de una forma más casual y amena.

Para un controversial post en el que Nietzsche es fuertemente criticado—y con razón—por Allen W. Wood, véase Contra Nietzsche – II.

Y para otros tres artículos de similar estructura, y relacionados con el comic y la literatura, véase:

La utopía de Alan Moore.

¿El fin justifica los medios?

La utopía de H. P. Lovecraft.

9. Algunas observaciones sobre las bases del conocimiento científico.

Una de las cosas que pretendo cambiar en el blog es darle mayor variedad, y este artículo sobre un excepcional texto de Erwin Schrödinger servirá como paradigma.

8. Algunos comentarios sobre la Mesa Redonda de Watchmen.

Una significativa parte del blog este año circuló en torno a mi participación en el simposio de estudiantes del 2009 que tuvo como tema eje el comic Watchmen, y este post no sólo recoge mis impresiones finales, sino que enlaza a las distintas ponencias que constituyeron la mesa.

7. Reflexionando sobre dilemas morales: El aborto.

La filosofía práctica o ética aplicada es probablemente mi área favorita, y este artículo fue mi primer intento serio de abordar un problema actual desde las herramientas que una teoría ética pueda aportar.

Fue rápidamente seguido de un segundo artículo: ¿Qué puede aportar la ética kantiana al actual debate sobre el aborto?

6. Razón práctica.

Es uno de los objetivos del blog ayudar a demoler muchos de los prejuicios en torno a la filosofía moral y persona de Immanuel Kant, y este artículo sobre la razón práctica, concepto tan maleado y malentendido (pues suele entenderse identificarse totalmente con la razón pura práctica),  trata de aterrizar un poco las implicancias de lo que resulta ser en buena medida el corazón de la ética kantiana.

Como complemento véase el post Kant sobre la sabiduría (práctica), al igual que Kant sobre la embriaguez.

5. Repensando la vida y la muerte.

Primera entrada dedicada a Peter Singer, controversial filósofo, y uno de los principales exponentes en temas de bioética.

Su presencia en este blog se expandió al primero de los artículos sobre el aborto, al igual que a un artículo dedicado al especismo.

4. Kantian Ethics.

Máximo referente del blog durante el 2009, el actual y excelente libro de Allen W. Wood se encuentra para descargar como referente virtual en este blog, aunque se recomienda altamente su adquisición para cualquiera interesado en la ética kantiana, así también como en el debate ético contemporáneo.

3. Sobre la diferencia que hay entre la doctrina de los filósofos y sus propias opiniones.

Es necesario hacer énfasis en la importancia de la presencia de Allen W. Wood en este blog, con sus—siempre impecables—aportes, no sólo en torno a la ética kantiana, sino sobre muy variados en importantes temas, como es el caso de este post.

También véase el artículo ¿Cómo entender mal a Kant? Cortesía de Alasdair MacIntyre y el post (ir)Racionalidad.

2. Cosmopolitismo según Isaac Asimov.

Probablemente el segundo post más visto de este blog es este post sobre Isaac Asimov, que consiste básicamente de una cita de su autobiografía.

Es ciertamente un objetivo para este nuevo año brindarles artículos más ricos sobre el pensamiento de una de las mentes más brillantes que han existido.

Pueden complementar con este breve y entretenido post sobre política práctica.

1. El imperativo categórico en la ética kantiana.

El artículo que dio inicio al blog, y que inició la consecuente serie de cuatro artículos sobre el tema. Me parece que dejan mucho que desear, todavía, pero planeo eventualmente volver a ellos y mejorarlos, pues constituyen la principalmente de visitas y han sido enlazados hasta por el syllabus de una universidad extranjera.

¿Qué puede aportar la ética kantiana al actual debate sobre el aborto?

Hace poco más de una semana escribí en este blog mi primer artículo sobre el tema del aborto, sin darme cuenta de que se empezaba a armar un debate paralelo en la actual coyuntura política del Perú. Lamentablemente, sólo se está poniendo en discusión el aborto terapéutico, cuando corre riesgo la vida de la madre, y el que se da en casos excepcionales, como cuando la madre ha sido víctima de una violación, o el feto sufre ciertos defectos. Esto es lamentable porque incluso si se llega a despenalizar en todos esos casos, el problema principal se mantiene, y miles de mujeres seguirían recurriendo a abortos ilegales, poniendo en peligro sus vidas.

No quiero, sin embargo, adentrarme en los detalles del actual debate (cosa que me parece poco productiva puesto que éste se caracteriza en no escuchar lo que las otras partes tienen que decir), sino más bien abordar el problema desde la perspectiva de una teoría ética. En el primer artículo, me enfoqué en criticar la primera premisa del argumento contra el aborto, que sostiene que está mal tomar una vida humana inocente, ayudándome en buena parte de lo que el controvertido bioeticista Peter Singer aporta al debate. No obstante, no entré con mucha profundidad desde la perspectiva de la ética kantiana, lo que no quiere decir que lo dicho en el artículo anterior no esté de acuerdo con dicha teoría ética.

Así, en este artículo, abordaré el tema en particular desde la ética kantiana, aludiendo primero a lo que dirían algunas interpretaciones tradicionales; luego volviendo explícita una posición coherente que se pueda formular desde la ética kantiana hoy; y por último, examinando algunas opiniones del mismo Kant al respecto—para satisfacer a los que buscan en Google «qué dice Kant sobre el aborto» y llegan aquí.

Si pensamos «Kant» y «aborto» a la vez, seguro nos vendrá a la mente la segunda formulación del imperativo categórico, que nos dice “Actúa de tal forma que uses a la humanidad, tanto en tu propia persona como en la de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca meramente como medio”. Si caemos en el muy común error de pretender aplicar directamente la ley moral a casos concretos—error que trato con más profundidad en el primer artículo en la historia de este blog—, podríamos pensar que la ética kantiana niega categóricamente—no pun intended, como dicen en inglésel aborto, pues se está tratando al feto o embrión como un medio, y no como un fin en sí mismo[1]. Sin embargo, es la labor trascendental de este blog ayudar a desterrar de la ética kantiana semejante uso de sus términos, y atrevernos a una interpretación que le haga mayor justicia y que, además, nos resulta más útil a la hora de reflexionar sobre dilemas éticos.

Así, antes de pretender usar la segunda formulación del imperativo categórico de la primera forma que se nos ocurra, debemos entender dos conceptos importantes, y que están relacionados entre sí: el de persona y el de humanidad.

La humanidad no es pues la simple pertenencia a la especie humana (somo se podría pensar irreflexivamente), sino la capacidad presente en seres racionales de decidir cómo llevar sus vidas y buscar la felicidad. No es pues, un mero uso técnico de la razón, sino más bien prudencial—de esto hablé con más detalle en un artículo anterior, sobre esta humanidad como valor fundamental de toda la ética kantiana—, que va de la mano inevitablemente con el uso moral.

De la misma forma, una persona no es tampoco cualquier miembro de la especie humana, sino un ser racional que cuenta con dichas capacidades. La ética kantiana reconoce una dignidad inherente e irrenunciable en todas las personas, por más que estemos hablando de la Madre Teresa o de Adolf Hitler (disculpen por los ejemplos trillados).

Surge inmediatamente el siguiente problema: la ética kantiana parece reconocer valor moral fundamental solamente a las personas, lo que excluye a animales no racionales, e incluso niños pequeños. La respuesta a esta aparente paradoja ha sido por lo general la posición que sostiene la «unidad de la persona», que implica que un ser humano es el mismo ser durante toda su existencia, y ocasiona que otorguemos el mismo estatus moral no sólo a los niños, sino también a los fetos y embriones.

Esta posición, si se examina de forma más detallada, se vuelve difícil de fundamentar racionalmente. ¿Es acaso la mera posibilidad de un ser de convertirse en persona suficiente para otorgarle los mismos derechos que a una persona, incluso si esto nunca llega a suceder? A fin de cuentas, ser una persona conlleva ciertas responsabilidades al igual que derechos, que es imposible exigir a niños pequeños, y mucho más a un embrión o feto.

Por eso, Allen W. Wood, autor de Kantian Ethics, desarrolla una distinción que ciertamente no está presente en los escritos de Immanuel Kant, pero que no obstante, llena un vacío en su ética, y que resulta muy valioso para defender dicha teoría en la actualidad. La distinción que propone Wood es la de personas en sentido estricto, y personas en sentido extendido—o por chorreo, como se diría de forma coloquial.

Veamos cómo lo pone Wood en la siguiente—y algo extensa, disculpen—cita:

Un acercamiento kantiano más consistente se basa en la idea de que podemos tratar, o fallar en tratar, la naturaleza racional como un fin en sí mismo no sólo en la persona de un ser racional en sentido estricto sino también en la forma que tratamos a otros seres que no son personas en sentidos estricto. Por ejemplo, ciertamente mostraría una falta de respeto a la naturaleza racional no avanzar el desarrollo a la madurez de un niño en el que ya se ha empezado a desarrollar. Lo mismo es válido si es que no nos preocupamos sobre la recuperación de la naturaleza racional en un adulto que ha dejado temporalmente de ser una persona en sentido estricto por alguna lesión, enfermedad u otra incapacidad.

Así, para respetar propiamente la naturaleza racional, estamos requeridos a tratar a algunos seres que no son personas en sentido estricto en ciertos aspectos  exactamente como si fueran personas en sentido estricto. o, para ponerlo de otra forma, estamos obligados a otorgar, al menos para ciertos propósitos, un estatus equivalente al de una persona [personhood] a algunos seres que simplemente no son personas en sentido estricto. Por ejemplo, deberíamos tratar a niños pequeños como si teniendo el derecho a no ser matados, a tener su bienestar cuidado por otros, y su desarrollo hacia la madurez resguardado. Propongo que apliquemos el término personas en sentido extendido a los seres que no son personas en sentido estricto pero que deberían serle otorgados un estatus moral (en los aspectos relevantes) exactamente como el de los seres que son personas en sentido estricto[2].

Si aceptamos la diferencia que hace Wood, todavía podríamos afirmar que un feto o embrión debe ser considerado como una persona en sentido extendido, y en consecuencia, el aborto considerado como inmoral. No obstante, lo que señala el mismo Wood es que, al otorgar el carácter de persona en sentido extendido a un feto o embrión, se vulnera el derecho de personas en sentido estricto; es decir, de las mujeres que llevan el feto o embrión en su vientre. El nacimiento, entonces, resulta un límite apropiado para empezar a considerar al recién nacido como una persona en sentido extendido, y otorgarle los derechos respectivos. Tengan en cuenta que—cómo se dijo en el artículo anterior sobre el tema ya mencionadoel problema de la legalización del aborto pertenece estrictamente a la esfera del derecho, lo que no se opone a que, en la esfera privada, de la virtud, personas distintas tengan posiciones distintas y actúen de acuerdo a ellas.

El razonamiento de Wood es ciertamente temporal e imperfecto, pero igual lo considero uno de los mejores argumentos a favor del derecho a abortar, y no sólo en casos excepcionales. Así también, se refuerza mutuamente con una posición como la de Peter Singer, que examinamos con más detalle también en el artículo precedente.

Finalmente, dijimos que íbamos a mencionar las opiniones de Kant mismo al respecto, y lo haré de forma muy breve. Mientras que en la parte de la doctrina de la virtud (en La metafísica de las costumbres) Kant menciona que si una mujer embarazada comete suicidio está cometiendo un delito hacia otra persona (422); en el mismo libro, pero en la doctrina del derecho, Kant sostiene la algo tétrica posición que permite que una mujer que ha dado a luz un niño fuera del matrimonio puede eliminarlo para salvar su honra, pues legalmente no pertenece a la comunidad (336).

Como ven, lo dicho por Kant refuerza la necesidad de establecer una posición coherente procedente de sus propios principios, pues él, obviamente, no pudo hacerlo.


[1] Una posición todavía más superficial y absurda sería la que, basándose en la primera formulación del imperativo categórico, rechaza el aborto porque no puede ser universalizable.

[2] Allen W. Wood, Kantian Ethics (New York: Cambridge University Press, 2008). La cita corresponde a las páginas 96 y 97, y la muy imperfecta traducción es mía.

Especismo

¿Por qué consideramos el racismo como moralmente malo? Una posible respuesta—y la mejor que se me ocurre—es que es irracional, pues en última instancia no hay motivos objetivos para considerar las diferencias estéticas que hay dentro de nuestra especie (siendo la más notable la del color de la piel) como relevantes para el estatus moral de sus integrantes; esto es, claro, si es que nos manejamos dentro de una moral racional, que fundamenta—o intenta fundamentar—sus creencias en razones que puedan ser válidas para todos.

De la misma forma se puede rechazar, también, el sexismo.

Sin embargo, a lo largo de la historia, y en distintas culturas (e incluso en nuestros días, y en nuestra sociedad), la irracionalidad del racismo o del sexismo no resulta clara en lo absoluto, y distintas costumbres y sistemas de creencias pseudomorales aceptan y adoptan prácticas de esa índole. Y es que si, históricamente se relega a la mujer a un papel secundario e inferior en la sociedad, por cientos—e incluso miles—de años, no debe resultar extraño que esto llegue a parecer equivocadamente un orden natural.

Racismo, sexismo... y especismo.

Racismo, sexismo… y especismo.

A estas alturas resulta absurdo seguir atacando teóricamente la irracionalidad del racismo o del sexismo, pues, ¿acaso a alguien pensante le puede quedar duda alguna al respecto? Obviamente no, lo que no implica que ambos tipos de discriminación estén erradicados del todo (en realidad, están muy lejos de estarlo), pero la resolución del problema—me parece—depende de la resolución de ciertas contradicciones inherentes a nuestro actual sistema económico, junto con una paralela reforma educativa.

Quería hacer ese último punto, puesto que el caso es distinto con el especismo, término relativamente nuevo, que hace referencia al tipo de discriminación que se basa en la diferencia de especie animal, y que me parece sí necesita en la actualidad de esta argumentación teórica como apoyo.

Confesaré que hasta hace pocos meses que leí el libro de Peter Singer, Rethinking Life and Death: The Collapse of Our Traditional Ethics (libro que mencioné por primera vez en este artículo), no le había prestado particular importancia a este problema. A simple vista, resulta obvio que debemos asignar mayor valor (y por lo tanto, proteger legalmente) a la vida humana por sobre otros tipos de vida animal. No obstante, la problemática es bastante más sutil, y la abordaremos sólo de forma introductoria en el presente artículo.

Cuando Peter Singer nos dice que en la nueva ética que propone—que reconoce que la calidad de la vida humana varía (quality of life ethics) y que se contrapone a la ética tradicional, que le otorga carácter de santidad a toda vida humana (sanctity of life ethics)—no se debe discriminar según la especie, no nos está diciendo que todo tipo de vida posea igual valor, más bien todo lo contrario, y lo explica de la siguiente forma:

Obviamente, puesto que la nueva visión ética que he estado defendiendo rechaza incluso el punto de vista de que todas las vidas humanas son de igual valor, no voy a sostener que toda la vida es de igual valor, sin tener en cuenta su calidad o sus características. Estas dos exigencias—el rechazo al especismo, y el rechazo a cualquier diferencia en el valor de diferentes seres con vida—son bastante distintas. La creencia en el igual valor de toda vida sugiere que está igual de mal arrancar una col como matar con un disparo a la próxima persona que toque tu puerta. Podemos rechazar el especismo, y sin embargo, todavía encontrar numerosas buenas razones para sostener que no hay nada de malo en arrancar una col, mientras que disparar a la próxima persona que toque tu puerta es increíblemente espantoso. Por ejemplo, podemos señalar que las coles carecen del tipo de sistema nervioso o cerebro asociado con el estar consciente, y por lo tanto no son capaces de experimentar nada. Arrancar una col, en consecuencia, no frustra sus preferencias conscientes para continuar viviendo, no la priva de experiencias agradables, sentir pena por sus familiares, ni le causa alarma a otras coles el que ellas también puedan ser arrancadas. Disparar a la siguiente persona que toque tu puerta probablemente ocasione todas esas cosas[1].

Debe quedar claro que cuando Singer afirma que no todas las vidas humanas poseen igual valor, no está sugiriendo que, por ejemplo, los más inteligentes valen más, o que los que creen en tal religión valen más, sino que limita estas diferencias a condiciones médicas, que afectan biológicamente cada vida. Por ejemplo, un enfermo terminal de cáncer, que se encuentra en gran sufrimiento, puede decidir él mismo que su vida ya no vale tanto como antes, y por lo tanto, recurrir a la eutanasia. No va a correr el riesgo que se instaure una ley que obligue a matar a pacientes con determinadas condiciones; sino, todo lo contrario, una ley que proteja el derecho de las personas a decidir de forma informada y libre sobre si quieren continuar viviendo o no.

No sólo los seres humanos son capaces de querer y preocuparse por animales de especies distintas.

No sólo los seres humanos son capaces de querer y preocuparse por animales de especies distintas.

En todo caso, ese último párrafo fue un excurso del tema que trato en este artículo, así que volvamos al mismo. Lo que nos pide el especismo es asignar valor a los seres vivos según sus características, y no según su especie. Alguien puede replicar rápidamente que la especie tiene ciertas características que le son inherentes. Tal replica es acertada, pero no toca el tema de fondo, que trata a los individuos particulares de una especie, y un bebé anencefálico puede no poseer muchas o todas las cualidades que normalmente podríamos esperar de un ser humano, mientras que muchos animales sí poseen cualidades a las que le atribuimos gran valor.

Lejos de sugerir que todos nos volvamos vegetarianos, una de las implicancias inmediatas de deshacernos del especismo sería la de otorgar derechos a algunos animales, basándonos en las cualidades que posean. Así también, dentro de nuestra propia especie, tratar de deshacernos del carácter sagrado que se le suele asignar a cada miembro de la misma, por más que algunos carezcan de consciencia, y por lo tanto, de las cualidades que efectivamente apreciamos en los seres vivos. De esta forma—y como ya aludimos en un artículo reciente—podremos acercarnos con una mayor claridad al tratar problemas éticos como el del aborto, pues ahora podemos reconocer (sin contradicción ética) mayor valor en una vida humana que se ha desarrollado completamente en una persona en sentido estricto, por sobre otra que todavía carece de consciencia (e inclusive que nunca podrá poseerla), y por lo tanto las cualidades que usualmente valoramos en una persona.

Volviendo—para finalizar—a lo que dijimos en los primeros párrafos en referencia al racismo y al sexismo, tenemos que solemos asignar más valor de forma predeterminada a miembros de nuestra propia especie por sobre miembros de otras especies animales, cuando, sin embargo, en algunos casos, miembros de otras especies animales poseen cualidades superiores a las de miembros de nuestra propia especie. El fundamento de esto es el dogma irracional de la santidad de toda vida humana (¿alguien dijo «alma»?), que extiende ciegamente el valor que le asignamos a ciertas características comunes en seres humanos desarrollados (algunas presentes también en otras especies) a todos los individuos de la especie, por más que, de hecho, no las posean.

Así, nos encontramos con que ha llegado la hora de revisar reflexivamente este aparente orden natural ético, que otorga carácter de santidad a toda vida humana, labor que no compete—¡en lo absoluto!—exclusivamente al filósofo, sino que es una responsabilidad que todos debemos compartir.

Y disculpen por ese final medio meloso.


[1] Peter Singer, Rethinking Life and Death: The Collapse of Our Traditional Ethics (New York: St. Martin’s Griffin, 1994). La cita corresponde a las páginas 202-203. La imperfecta traducción es mía.

Reflexionando sobre dilemas morales: El aborto

Allen W. Wood nos dice en las páginas finales de su excelente libro publicado el año pasado, Kantian Ethics, que en última instancia, una teoría ética nos debe servir para reflexionar sobre nuestras creencias morales, ayudándonos a entender por qué valoramos ciertas cosas por sobre otras, etc., pero de tal forma que tampoco nos aferremos dogmáticamente a tal teoría, a tal punto de terminar creyendo en ella, sino que la tengamos también en constante revisión.

De ahí que Allen W. Wood, al discutir ciertos problemas morales desde la ética kantiana (teoría ética que él defiende), tome prestado de Peter Singer—controvertido bioeticista—muchas ideas que enriquecen su análisis.

Para este artículo (que espero sea el primero de una prolongada serie), pretendo abordar reflexivamente el problema del aborto desde mi propia perspectiva ética, haciendo referencias constantes a ambos autores mencionados, que han ayudado a enriquecer y definir mi posición sobre el tema (pero que, por supuesto, no pretendo que sea necesariamente definitiva).

A ver qué tal sale.

En Rethinking Life and Death: The Collapse of Our Traditional Ethics, libro que ya mencioné en un artículo anterior, Peter Singer explicita el argumento contra el aborto de la siguiente forma:

Primera premisa: Está mal tomar una vida humana inocente.

Segunda premisa: Desde la concepción, un embrión o feto es inocente, humano y con vida.

Conclusión: Está mal tomar la vida de un embrión o feto[1].

Luego procede a criticar la forma arbitraria en que los defensores del aborto han concentrado sus esfuerzos en criticar la segunda premisa, sin atreverse a tocar la primera.

Personalmente, siempre me pareció que la posición «pro-elección» no lograba con éxito argumentar en favor del aborto, y más bien, caía en dogmas parecidos a los que defienden la posición contraria. El motivo, me parece, es justamente no detenerse a reflexionar honestamente sobre los valores que hay de fondo. Y es que, cuando se justifica el derecho de la mujer a abortar, se está dando más valor a su decisión por sobre la vida del feto o embrión. El problema que señala Singer, es que se trata de ocultar este juicio de valor aludiendo a argumentos como que el feto todavía no es una vida humana (sino recién desde el nacimiento o algún otro punto previo, mas no la concepción). De esa forma, se trata de mantener el mismo dogma que sostiene la posición radical del bando opuesto, y que corresponde a la primera premisa del argumento: la santidad de toda vida humana se mantiene. Sin embargo, en la práctica los defensores del aborto, lo quieran o no, están rechazando la primera premisa, pues Singer muestra con éxito que decisiones como la de considerar al feto una vida humana a partir de cierto punto, como el nacimiento o la viabilidad del feto de sobrevivir fuera de la madre, son ya de por sí decisiones éticas y no científicas.

La posición de Singer—y que como ya dijimos, está ganando la batalla en la práctica—es la de una ética que tome en cuenta la calidad de toda vida al margen de si es humana o no (contra la tradicional ética que le otorga carácter de santidad a toda vida humana, basándose en creencias religiosas). Así, nos exige no caer en un irracional especismo, del cual quiero hablar con más detalle en otro momento, y del cuál sólo diré vagamente ahora que es un conjunto de prejuicios análogos a los del racismo (pero que en vez de discriminar por raza, lo hacen por especie), y que de por sí, carecen de fundamento válido.

El problema del aborto, entonces, es una batalla en medio de una guerra entre estos dos modelos de ética.

No obstante, el objetivo de este artículo es concentrarnos en reflexionar sobre el aborto únicamente, así que volveremos al problema en cuestión.

Un valioso aporte que puede hacer la ética kantiana al problema es la clara división que establece entre el ámbito del derecho y de la virtud, a tal punto que ambas esferas están fundamentadas en principios distintos. Mientras que el derecho depende de una legislación que se encarga de regular la libertad externa de los miembros de un determinado Estado, esto es, sus acciones; la virtud depende de una legislación interna (la ley moral), que regula los motivos de nuestras acciones, y no nos puede ser exigida por otros.

Si aceptamos—como dice Singer—que no hay un fundamento racional que nos exiga la santidad de toda vida humana, entonces no hay un motivo para que las leyes protejan ciegamente a todos los fetos o embriones (e incluso a bebés recién nacidos con serias discapacidades). Lo que se propone es que sólo debemos traer al mundo a los bebés que sean queridos por sus padres; es decir, es una decisión que pertenece a la esfera de la virtud, y la ley no debe entrometerse. Estamos valorando más el derecho de las personas a decidir cómo llevar sus vidas (valor que la ética kantiana recoge bajo el nombre de humanidad, y que tiene nada menos como su valor más importante), por sobre un supuesto e infundado carácter santo que tendría todo ser perteneciente a la especie humana.

Allen W. Wood acentúa esta posición al discutir las implicancias de tener a la humanidad como valor fundamental en la ética kantiana, de la siguiente forma:

Los problemas que estamos discutiendo acá, en términos kantianos, son problemas de derecho, no de ética. Estos conciernen deberes y exigencias que pueden ser coactivamente impuestos. Es una cuestión distinta si es que el valor de un feto, y su desarrollo hasta el nacimiento, puede constituir una razón para que una mujer considere un deber ético el llevar su embarazo hasta el final incluso  con un costo considerable para su salud o bienestar. Probablemente existe tal deber ético, al menos en varios casos. Pero quienes negarían a una mujer incluso el derecho a elegir si cumplir con tal deber han, por lo mismo, perdido completamente su derecho a discutir sobre tales problemas[2].

Como se puede ver, los que se califican como «pro-vida» se colocan en un lugar que no deja espacio al diálogo, y por lo tanto su posición debe resultar inaceptable para quienes quieran adentrarse en el problema de forma racional. Está demás decir que, también, tal posición no debe tener cabida en un Estado laico.

Está claro que quién se aferre a la validez de la primera premisa no podrá ser persuadido por esta argumentación. Tal persona podrá, pues, jactarse de defender una ética dogmática. Pero tampoco pretendo haber logrado una argumentación perfecta, sino que espero no sea más que la base para que se pueda armar una discusión y enriquecerla con los comentarios.


[1] Peter Singer, Rethinking Life and Death: The Collapse of Our Traditional Ethics (New York: St. Martin’s Griffin, 1994). La cita corresponde a la página 100, y la traducción es mía.

[2] Allen W. Wood, Kantian Ethics (New York: Cambridge University Press, 2008). La cita corresponde a la nota 9, de la página 291. La imperfecta traducción es mía.

Repensando la vida y la muerte

En las últimas semanas he leído el libro de Peter Singer, Rethinking Life and Death: The Collapse of Our Traditional Ethics[1], y justamente ha tenido éxito en el que asumo es su principal propósito: hacer repensar al lector el problema de la vida y de la muerte; esto es, desde una perspectiva ética, y en particular, una que podríamos llamar bioética, que toma en cuenta los avances de la ciencia al respecto (como toda ética aplicada debería hacer).

Peter Singer y una oveja.

Peter Singer y una oveja (o carnero, no sé).

En vista que el libro trata en buena parte con nuestros prejucios más arraigados, se corre el riesgo de ser brutalmente malentendido, ya sea al ser citado fuera de contexto, o simplemente al no hacer énfasis en explicar mejor cierto punto. Puesto que este artículo, a diferencia del libro de Singer, no cuenta con la ayuda del detallado uso de casos reales para ir preparando de alguna forma al lector para recién luego exponer sus tesis más fuertes, el riesgo ya mencionado se vuelve todavía más fuerte. Sin embargo, procederemos igual a exponer la que considero es la tesis más controversial del libro, y que me costó bastante esfuerzo en finalmente reconocer como perfectamente válida y racional.

Pero antes expliquemos un poco el contexto.

Singer dedica la mayor parte del libro a tratar de demostrar cómo la ética tradicional, en el sentido que ésta defiende la santidad de toda vida humana, se ha vuelto un obstáculo en el mundo actual, en especial en el terreno de la medicina, respecto a casos, por ejemplo, como el aborto, el transplante de órganos, la eutanasia y la posibilidad de extender indefinidamente la vida de una persona que ya ha perdido definitivamente la conciencia, entre otros.

El filósofo australiano rechaza, pues, nociones supuestamente científicas como la de muerte cerebral, puesto que en vez de describir efectivamente la muerte biológica de un individuo, camuflan el verdadero juicio de carácter estrictamente ético que se está llevando a cabo, y que nos dice que la vida de dicho sujeto ha pasado a carecer de valor, a tal punto, pues, que es reconocido legalmente como muerto, y todo para no desafiar abiertamente a la ética tradicional.

En la práctica actual, nos hace notar Singer, la ética tradicional ha sido ya en buena parte desfasada. No obstante,  la nueva ética, que viene a reconocer que la calidad de la vida humana varía, todavía está verde, y no reconocer este hecho es lo que lleva a elaborar conceptos que terminan siendo contraintuitivos, justamente como la ya mencionada muerte cerebral, que nos pide considerar como muerto a un ser humano que todavía esté respirando.

Portada de Rethinking Life and Death.

Portada de Rethinking Life and Death.

Es recién en la última sección que Singer se propone dar una respuesta coherente al problema, y articula los cinco mandamientos de la ética tradicional (sanctity of life ethics), contraponiéndoles nuevos mandamientos, que corresponden a su vez a la ética que reconoce que la calidad de la vida humana varía (quality of life ethics). Me parece valioso, y será tema de un futuro artículo, listar los cinco mandamientos originales, junto con los nuevos, y explicarlos; pero hoy me concentraré, como ya dije, en su tesis más controversial—que Singer mismo reconoce como tal—, y que toma la forma del quinto nuevo madamiento:

No discriminar en función de la especie.

Y que se contrapone al quinto antiguo mandamiento:

Trata toda la vida humana siempre como más valiosa que cualquier vida no humana.

Las principales consecuencias que se extraen rápidamente pueden sonar hasta ofensivas, como decir que ciertos animales, como un perro o un cerdo, tienen—o pueden llegar a tener—capacidades superiores, ya sea racionales, o emocionales, por sobre un niño severamente discapacitado (piensen en los bebés anencefálicos, para un caso extremo). Si, entonces, miramos tal hecho («hecho», pues no está en debate, al menos, no en el ámbito científico) con claridad, o sea, tratando de librarnos de ciertos dogmas cristianos, tenemos que no hay una barrera insuperable entre cualquier forma de vida y la vida humana, y el quinto antiguo mandamiento cae en una suerte de especismo, análogo al racismo que en otros tiempos (e incluso en nuestros tiempos) ve la vida de miembros de determinada raza como más valiosa que las de los demás, sin motivo racional alguno.

Y justamente es el desenmascaramiento de la irracionalidad del quinto viejo mandamiento una de las tareas más difíciles que Singer lleva a cabo a lo largo del libro, y como ya aludí, con bastante éxito.

Terminaremos de forma un poco abrupta el presente artículo, en parte para provocar controversia, y en parte también para dejarle terreno a un futuro artículo sobre el tema.


[1] Peter Singer, Rethinking Life and Death: The Collapse of Our Traditional Ethics (New York: St. Martin’s Griffin, 1994).