capitalismo

¿Qué es el neoliberalismo?

«It was an ideological assault but also an economic assault. To me this is what neoliberalism was about: it was that political project, and I think the bourgeoisie or the corporate capitalist class put it into motion bit by bit.

I don’t think they started out by reading Hayek or anything, I think they just intuitively said, “We gotta crush labor, how do we do it?” And they found that there was a legitimizing theory out there, which would support that.»

– David Harvey

El término ‘neoliberalismo’, o el adjetivo ‘neoliberal’, está ciertamente muy manoseado, al punto que proliferan quienes señalan que se trata de una etiqueta vacía utilizada únicamente para insultar, ante la ausencia de argumentos. Dicha posición, afirmamos, se basa en una total ignorancia del fenómeno, o en un alto grado de autoengaño y negación de la realidad.

El neoliberalismo es un fenómeno político, económico e ideológico absolutamente real, históricamente preciso, y cuyas consecuencias para los pueblos y para el planeta no son nada menos que nefastas.

David Harvey, en su libro A Brief History of Neoliberalism, nos brinda la siguiente definición:

El neoliberalismo es, en primera instancia, un sistema de prácticas político-económicas que proponen que el bienestar humano puede ser mejor alcanzado liberando las libertades individuales y emprendedoras dentro de un marco institucional caracterizado por fuertes derechos a la propiedad privada, el libre mercado y el libre comercio. El rol del Estado es crear y preservar el marco institucional apropiado a tales prácticas. […] El Estado debe instalar las estructuras  y funciones militares, defensivas, policiales y legales requeridas para asegurar los derechos a la propiedad privada y garantizar, si es necesario por la fuerza, el funcionamiento correcto de los mercados. Además, si los mercados no existiesen (en sectores como tierras, agua, educación, salud, seguridad social y contaminación ambiental), entonces deben ser creados, por acción estatal si es necesario. Pero más allá de estas tareas, el Estado no debe entrometerse. (Harvey 2005: 2)[1]

El neoliberalismo triunfa políticamente hacia finales de la década de los 70s, con operadores de la talla de la primera ministra del Reino Unido Margaret Tatcher, en Estados Unidos, el director de la Reserva Federal Paul Volcker, respaldado prontamente por el presidente Ronald Reagan, en China, las reformas lideradas por Deng Xiaoping, a la vez que instituciones como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial eran copados por tecnócratas  y purgadas de cualquier influencia económica keynesiana, dominante en décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial.

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Sin embargo, Harvey considera necesario diferenciar entre el proyecto utópico e ideológico, por un lado, del proyecto político «preocupado por reestablecer las condiciones de acumulación de capital y la restauración de las élites de poder económico» (2005: 19), siendo este último la fuerza predominante en caso de conflicto entre ambos. Por ejemplo, el respaldo a regímenes totalmente criminales y autoritarios, que han vulnerado libertades fundamentales, como el de Pinochet en Chile, en tanto permitían asegurar las condiciones del libre mercado y los intereses de las élites de poder económico.

Para ser todavía más concretos, el neoliberalismo supone medidas como las privatizaciones, inclusive de bienes que son considerados derechos fundamentales (y que por lo tanto, deberían ser asegurados por el Estado y no dejados a los intereses del mercado), tales como la educación, la salud, y el trabajo digno. El juego de políticas y medidas económicas que resulta favorable para la acumulación de capital, sin embargo, no lo es para el nivel de vida de las mayorías, como se aprecia en el siguiente recuadro:

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Las políticas económicas neoliberales tienen el efecto claro de aumentar la desigualdad económica y fortalecer a las élites gobernantes. (Harvey 2005: 25)

Entre las medidas neoliberales, destaca la impresionante reducción de impuestos a los más ricos y a las grandes corporaciones:

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La espectacular bajada de impuestos a los más millonarios. Sí, alguna vez pagaban más de 70% de impuestos a la renta. (Harvey 2005: 26)

Harvey resume las consecuencias que muchos conocemos:

Treinta años de libertades neoliberales han, después de todo, no solo restaurado el poder de una estrecha clase capitalista. También han producido inmensas concentraciones de poder corporativo en los sectores de energía, transporte, en los medios de comunicación, las farmaceúticas, y en ventas (por ejemplo, Wal-Mart). La libertad del mercado que Bush proclama como el punto más elevado de las aspiraciones humanas resulta nada más que los medios convenientes para expandir el poder corporativo monopólico y la Coca Cola a todos los rincones sin limitación.

En conclusión, cuando hablamos de neoliberalismo, nos referimos a la corriente ideológica, así como al movimiento técnico político que, bajo la excusa de una mayor libertad económica, termina favoreciendo a unos pocos en detrimento de una gran mayoría.

Recomendamos también el excelente documental Requiem for the American Dream, donde Noam Chomsky evidencia esta arremetida ideológica y política.

Una entrevista a Harvey donde se explaya sobre el tema, de la excelente Revista Jacobin.

Ver también: John Rawls contra el falso liberalismo.


[1] La poco elegante traducción es mía. La cita en su idioma original, en el libro entero, en pdf.

Bibliografía:

Harvey, David. A Brief History of Neoliberalism. Nueva York: Oxford University, 2005.

Cuatro modos de ser un anticapitalista hoy

Esta entrada es un comentario al artículo «How to Be an Anticapitalist Today», escrito por Erik Olin Wright, para la excelente revista estadounidense Jacobin.

No consideramos necesario argumentar en este espacio sobre por qué el capitalismo es un problema, lo que implicaría detallar sus consecuencias más nefastas como la pobreza, una desigualdad excesiva, la depredación del planeta, las crisis económicas, etc. Tomamos como un lugar común para cualquier mente sana que algo debe hacerse con respecto al modo de producción capitalista. Olin Wright, precisamente, señala cuatro posibles estrategias (ver cuadro), que procederé a mencionar, para concluir con un breve comentario sobre la propuesta misma del autor.

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La primera estrategia consiste en aplastar el capitalismo. Esta estrategia se reconoce bajo la figura de la toma del Estado burgués ya sea por medio de elecciones o de una revolución violenta para desmantelar las instituciones funcionales al capital. Sin embargo, reconoce el autor, los ensayos que se han dado al respecto en el siglo XX no lograron establecer a largo plazo el tipo de sociedad acorde a la ansiada emancipación humana. Señala Olin Wright:

It is one thing to burn down old institutions; it is quite another to build emancipatory new institutions from the ashes.

La segunda estrategia supone sosegar el capitalismo. En palabras del autor:

Capitalism, when left to its own devices, creates great harms. It generates levels of inequality that are destructive to social cohesion; it destroys traditional jobs and leaves people to fend for themselves; it creates uncertainty and risk for individuals and whole communities; it harms the environment. These are all consequences of the inherent dynamics of a capitalist economy.

Nevertheless, it is possible to build counteracting institutions capable of significantly neutralizing these harms. Capitalism does not need to be left to its own devices; it can be tamed by well-crafted state policies.

Esto, por supuesto, no es nada fácil y supone también una fuerte lucha de clases tanto a nivel de las instituciones políticas como de las organizaciones de la sociedad civil. Quizás el caso más exitoso de esta estrategia, que John Rawls tiene como modelo para su teoría de la justicia, es el de los Estados Unidos en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Consideremos únicamente el siguiente dato: en décadas de la postguerra, hasta 1980, el impuesto a la renta de los más adinerados no bajó en ningún momento de 70% (ver gráfico; fuente).

Y sin embargo, desde la gran arremetida neoliberal por la desregulación en la década de los 80s, donde se llegó a bajar dicho impuesto a menos del 30%, la victoria a nivel político y mediático parecería haber quedado completamente zanjada. Plantear apenas una subida del 3%, como fue el caso con Obama, supone la puesta en marcha de toda la maquinaria mediática y política que la clase burguesa tiene a su disposición, llegando a movilizar con total facilidad inclusive a aquellos sectores que se verían beneficiados con semejantes medidas, recurriendo a banderas netamente ideológicas como el aborto, las armas, los inmigrantes, etc., al igual que el recurso a un equívoco tan burdo como decir que se trata de una subida de los impuestos en general.

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La tercera estrategia que vamos a mencionar consiste en escapar del capitalismo. No nos vamos a detener en esta alternativa, a la cual, si bien se le reconocen rasgos positivos, dada su falta de práctica política termina cayendo en un individualismo impotente.

La cuarta estrategia refiere al proceso de erosionar el capitalismo. El autor explica esta estrategia a partir del cambio del feudalismo al capitalismo:

This way of thinking about the process of transcending capitalism is similar to the popular, stylized story told about the transition from pre-capitalist feudal societies in Europe to capitalism. Within feudal economies in the late Medieval period, proto-capitalist relations and practices emerged, especially in the cities. Initially this involved commercial activity, artisanal production under the regulation of guilds, and banking.

These forms of economic activity filled niches and were often quite useful for feudal elites. As the scope of these market activities expanded, they gradually became more capitalist in character and, in some places, more corrosive of the established feudal domination of the economy as a whole. Through a long, meandering process over several centuries, feudal structures ceased to dominate the economic life of some corners of Europe; feudalism had eroded.

This process may have been punctuated by political upheavals and even revolutions, but rather than constituting a rupture in economic structures, these political events served more to ratify and rationalize changes that had already taken place within the socioeconomic structure.

La interpretación que propone Olin Wright acerca del triunfo del capitalismo sobre el feudalismo apunta a que éste no se dio como resultado de la estrategia de aplastar el modo de producción anterior, sino como resultado de una relativamente lenta erosión de las prácticas feudales, hasta que las condiciones materiales para un cambio en el sistema político se volvieron irresistibles.

En la línea de lo que el japonés Kojin Karatani viene proponiendo en años recientes, la clave para la lectura de la historia estaría no en los modos de producción per se, sino en los modos de intercambio. Se trataría, entonces, de establecer lentamente ciertas prácticas que subviertan el modo de intercambio predominante en el capitalismo: el intercambio de mercancías.

Volviendo al artículo de Olin Wright, tenemos como ejemplos de este tipo de prácticas capaces de erosionar el capitalismo iniciativas tales como las bibliotecas públicas, proyectos como Wikipedia, y por supuesto las cooperativas de trabajadores.

Tomando en cuenta lo anterior, la estrategia propuesta por el autor estaría en una mezcla del sosiego y la erosión.

Simplemente aplastar el capitalismo no funcionaría, ya que no habría una base real material sobre la cual construir un nuevo orden social realmente emancipatorio y duradero. Hacerlo por decreto, es decir, por la fuerza, supondría un grado de violencia en última instancia desestabilizador del proyecto emancipatorio mismo.

Por otro lado, meramente sosegar el capitalismo parecería un proyecto ilusorio: la rapacidad del capitalismo es demasiado fuerte. Las instituciones políticas, lo detectó con total claridad el mismo Marx, no pueden sino servir para favorecer y asegurar los negocios de la clase dueña de los medios de producción.

Es únicamente sobre la base de prácticas que lleguen efectivamente a erosionar el capitalismo que puede ser posible sosegarlo:

Give up the fantasy of smashing capitalism. Capitalism is not smashable, at least if you really want to construct an emancipatory future. You may personally be able to escape capitalism by moving off the grid and minimizing your involvement with the money economy and the market, but this is hardly an attractive option for most people, especially those with children, and certainly has little potential to foster a broader process of social emancipation.

If you are concerned about the lives of others, in one way or another you have to deal with capitalist structures and institutions. Taming and eroding capitalism are the only viable options. You need to participate both in political movements for taming capitalism through public policies and in socioeconomic projects of eroding capitalism through the expansion of emancipatory forms of economic activity.

We must renew an energetic progressive social democracy that not only neutralizes the harms of capitalism but also facilitates initiatives to build real utopias with the potential to erode the dominance of capitalism.

Y sin embargo, la paradoja estaría en la plausibilidad de que dichas prácticas prosperen de forma significativa dentro de un entorno que les resulte claramente hostil.

Dejo la viabilidad de esta propuesta para la reflexión de cada uno, dada la dificultad del tema.

La idea de una sociedad liberal y su pertinencia (o el problema de cómo enfrentarnos a los poderes fácticos)[1]

«La justicia como equidad no va dirigida tanto a los juristas constitucionalistas, cuanto a los ciudadanos de un régimen constitucional».

(Rawls 1996: 407).

Sumilla:

El objetivo de esta ponencia examinar cómo pueda la justicia como equidad, entendida como una teoría ideal, dar luces acerca de injusticias fundamentales en sociedades ciertamente no ideales como la nuestra, para lo que nos enfocaremos, en primer lugar, en el problema de la libertad de expresión. En un segundo momento esbozaremos algunas características de una sociedad liberal, para lo que nos veremos obligados a zanjar el equívoco frecuente en torno al uso del término “liberal” en nuestro país. En tercer lugar, contrastaremos esta visión ideal con la realidad de los Estados Unidos durante la época en que Rawls formuló su teoría. Terminaremos con algunas reflexiones acerca de la pertinencia del liberalismo hoy.

Introducción

En el primer capítulo de Iustitia Interrupta, «¿De la redistribución al reconocimiento? Dilemas en torno a la justicia en una época «postsocialista»», Nancy Fraser nos ofrece un análisis conceptual, únicamente válido, en la medida que sea útil para, primero, entender, y segundo, sugerir soluciones a la actual lucha por el reconocimiento y la redistribución. Fraser es reiterativamente explícita en que, en la realidad, ambas luchas se encuentran «siempre entrelazadas», y la separación conceptual es una meramente de análisis (1997: 20, 21, 23, 24). «Sólo cuando hacemos abstracción de las complejidades del mundo real», explica Fraser, «podemos diseñar esquemas conceptuales que nos permitan entenderlo» (1997: 20).

De forma similar, John Rawls elabora su teoría llamada justicia como equidad pensándola como una teoría ideal. Lo que se investiga es a qué se le parecería un régimen constitucional perfectamente justo (o casi), y si podría mantenerse estable bajo condiciones realistas, aunque razonablemente favorables (2002: 36). No obstante, señala:

[…] la idea de una sociedad bien ordenada también debería ofrecer cierta guía para pensar en una teoría no ideal, y, así, en los casos difíciles, para afrontar las injusticias existentes. También debería ayudar a clarificar el sentido de las reformas y a identificar los agravios más penosos, que por tanto más urge corregir. (Rawls 2002: 37)

La justicia como equidad, si bien se presenta como una teoría ideal, está dirigida a los ciudadanos de un régimen constitucional democrático, y «cumple su papel social siempre que personas igualmente concienciadas y con un poso de creencias aproximadamente común hallan que, afirmando el marco deliberativo estipulado por esa concepción, llegan normalmente al grado de convergencia de juicio necesario para lograr una cooperación social efectiva y equitativa» (Rawls 1996: 406). Puesto de otro modo, debemos considerar los principios de la justicia (el contenido principal de la justicia como equidad), y la estructura básica de una sociedad bien ordenada resultante (donde son aplicados), únicamente como referentes con los cuales comparar y criticar nuestro mundo no ideal.

Descargue el pdf de la ponencia.

Justamente, será el objetivo de esta ponencia examinar cómo pueda la justicia como equidad, entendida como una teoría ideal, dar luces acerca de injusticias fundamentales en sociedades ciertamente no ideales como la nuestra, para lo que nos enfocaremos, en primer lugar, en el problema de la libertad de expresión. En un segundo momento esbozaremos algunas características de una sociedad liberal, para lo que nos veremos obligados a zanjar el equívoco frecuente en torno al uso del término “liberal” en nuestro país. En tercer lugar, contrastaremos esta visión ideal con la realidad de los Estados Unidos durante la época en que Rawls formuló su teoría. Terminaremos con algunas reflexiones acerca de la pertinencia del liberalismo hoy.

El problema de la regulación de los medios de comunicación

En el tercer capítulo de Iustitia Interrupta, «Pensando de nuevo la esfera pública: Una contribución a la crítica de las democracias existentes», Fraser presenta una crítica a la concepción habermasiana de esfera pública, que le permitirá mostrar cuatro presupuestos que subyacen el modelo liberal de la esfera pública burguesa habermasiana, y que deben ser sometidos a crítica, de tal forma que ampliemos la concepción de esfera pública y obtengamos una versión más apta, alternativa y postburguesa, que sea útil para una crítica de las democracias liberales hoy.

Fraser critica la posibilidad de que los interlocutores en la esfera pública puedan deliberar como si estuviesen en igualdad de condiciones sin estarlo realmente; puesto de otra forma, el supuesto «de que la igualdad social no es una condición necesaria para la democracia política» (1997: 107). Esto, por supuesto, parecería tocar no sólo la concepción de esfera pública habermasiana, sino la idea de una posición original de John Rawls, si bien ésta es concebida meramente como un «mecanismo de representación o, alternativamente, un experimento mental pensado para la clarificación pública y la autoclarificación» (Rawls 2002: 41).

El problema con este supuesto estaría en que, durante la deliberación, al suponer que las desigualdades no existen, cuando evidentemente sí existen, la «suspensión» de las diferencias termina obrando en ventaja de los grupos dominantes, cuando sería mejor que estas se discutan de manera explícita. Otro error del modelo liberal estaría en la suposición de que puede darse un lenguaje neutro, libre de determinaciones culturales, de la mano de esta suspensión de la desigualdad. Esto parecería ignorar el poder de los medios controlados por el poder económico para estandarizar un discurso y ciertos valores:

En esta esfera pública, los medios que constituyen el soporte material para la circulación de las ideas son propiedad privada y operan con ánimo de lucro. Por consiguiente, los grupos socialmente subordinados carecen por lo general de un acceso igual a los medios materiales que permiten la igual participación. (Fraser 1997: 11)

John Rawls reconoce este problema como característico de las democracias contemporáneas. De lo que se trata es de asegurar el valor equitativo de las libertades políticas que han de ser las mismas para todos los ciudadanos en una democracia. ¿Cómo nos enfrentamos al problema de que las libertades básicas, como la libertad de expresión y el acceso a cargos políticos, se queden en la mera formalidad y que quienes posean mayor riqueza y participación en el Gobierno puedan, como advierte Rawls, «controlar en su provecho el curso de la legislación»? (1996: 362).

El liberalismo de Rawls reconoce el peligro de la intromisión del poder económico en la política como una injusticia fundamental, que corrompe el sistema democrático de raíz, y que intenta señalar y contrarrestar en su primer principio. Cualquier integrante de una democracia constitucional (en una sociedad bien ordenada) debería estar siempre alerta de dicho peligro; en el caso de los ciudadanos de una democracia constitucional poco ordenada, haríamos bien en  reconocer que no se podrá realizar ningún cambio duradero a menos que se solucione, primero, o de forma simultánea, precisamente este problema.

En esta línea, reconocemos sin dificultad el grave peligro que supone para cualquier democracia electoral el hecho de que los medios de comunicación sean coaptados por el poder económico. Examinemos cómo se aborda esta dificultad desde el liberalismo.

De acuerdo a Rawls, la libertad de expresión y de prensa se encuentra dentro de la libertad básica de pensamiento (1996: 378). Ésta, a su vez, es una entre otras libertades básicas garantizadas en el primer principio, donde también se encuentran las libertades políticas iguales. Esto implica que las libertades básicas del primer principio no deben abordarse individualmente, sino como una familia, lo que requiere que sean «ajustadas entre sí» (Rawls 1996: 395). Lo que a Rawls le interesa mostrar es que la libertad de expresión «puede ser regulada» con miras a «preservar el valor equitativo de las libertades políticas» (1996: 395), de tal forma que todos los ciudadanos tengan “una oportunidad justa para acceder a cargos públicos y de afectar el resultado de elecciones” (2001: 149).

De lo que se trata es de sacar la inmensa influencia del poder económico de la política, titánica labor, sin duda, sin la cual, repito, cualquier democracia se verá socavada y lo será únicamente en apariencia.

Quisiera referir rápidamente a la propuesta del plan de gobierno original de Gana Perú, «La Gran Transformación», durante la última campaña presidencial (Gana Perú 2011: 57). El sólo hecho de plantear una regulación a los medios de comunicación fue tomado por la prensa y buena parte de la opinión pública como una propuesta antidemocrática, que no merecía ser discutida con detalle, sino repudiada.

Al margen de las virtudes y defectos de dicha propuesta, la justicia como equidad, como ya hemos mostrado, se dirige a los ciudadanos y es clara al respecto: «aun cuando la expresión política queda cubierta por la libertad básica de pensamiento, debe ser regulada para asegurar el valor equitativo de las libertades políticas» (1996: 396).

Rawls no niega que pueda darse un conflicto con otras libertades básicas, por lo que se tendrán que realizar ajustes, que “no pueden ser rechazados simplemente porque infrinjan en la libertad de expresión y de la prensa”, pues “estas libertades no son más absolutas que las libertades políticas cuyo acceso igualitario se ha de garantizar” (2001: 149-150).

Estas medidas tendrían como objetivo, reiteramos junto a Rawls, “permitir a los legisladores y partidos políticos ser independientes de grandes concentraciones de poder privado tanto económico como social. (Rawls 2001: 150).

Liberalismo y neoliberalismo. Las características de la sociedad liberal

Quiero pasar ahora al segundo momento de la ponencia. El liberalismo político, a diferencia del liberalismo meramente económico (o neoliberalismo, como lo voy a llamar), hace énfasis en que las libertades políticas deben ser el criterio para regular las libertad económicas, de modo que estas últimas no atropellen a las primeras. La propiedad, en concentraciones excesivas, aniquila la libertad individual de muchos y destruye la democracia.

El principio de diferencia del liberalismo político de John Rawls, precisamente, tiene como objetivo asegurar que las instituciones de trasfondo operen de tal modo que “la propiedad y la riqueza se mantengan lo suficientemente igual repartidas a lo largo del tiempo”, y esto, justamente, para asegurar el valor equitativo de las libertades políticas, y que no queden en una mera formalidad (2002: 83).

Un sistema de libre mercado debe establecerse en un marco de instituciones políticas y legales que ajuste la tendencia a largo plazo de las fuerzas económicas a fin de prevenir las concentraciones excesivas de propiedad y riqueza, especialmente de aquellas que conducen a la dominación política. (Rawls 2002: 74)

Y sin embargo, todavía hoy, algunos intentan diluir la diferencia entre el liberalismo político y el neoliberalismo. Sin lugar a dudas el liberalismo político implica cierto liberalismo económico, pero el primero se concibe siempre como sometido a reglas, puestas por el Estado, y no como una chapucera desregulación del accionar de los individuos (y los grandes grupos económicos) en el mercado. En ello radica la diferencia entre el liberalismo político y el neoliberalismo: el primero regula el mercado para asegurar el verdadero valor de las libertades de todos, mientras que el segundo concibe una libertad anómica, sujeta únicamente a una regulación imaginaria, y tiende a la desregulación estatal por principio; en la práctica, la desregulación neoliberal es una excusa para la incidencia ilegítima de los poderes fácticos en la política, precisamente, el gran peligro que el liberalismo busca contrarrestar.

Recapitulemos respondiendo a la siguiente pregunta: ¿Qué características tendría esta sociedad liberal? Responderé con un esbozo de las características que más contrastan con nuestra realidad y con el sentido común del discurso político predominante.

Para empezar, la educación pública, al alcance de cada ciudadano, funcionaría adecuadamente, y no tendría nada que envidiarle a la privada. Todos los ciudadanos tendrían acceso a bienes básicos como alimentación y salud de calidad; una jornada laboral justa sería respaldada y efectivamente obligatoria por ley. Los medios de producción, las empresas, estarían suficientemente repartidas entre la población, y no en pocos y grandes grupos económicos. El sistema electoral se encontraría eficazmente blindado de los intereses del gran capital (los poderes fácticos), el MEF estaría verdaderamente desideologizado, respondería a políticas públicas fruto de un consenso mayoritario y transparente. La intervención de la Iglesia en la legislación sería no existente. Las Fuerzas Armadas servirían con transparencia los intereses de la Nación, y no el de cúpulas corruptas y asesinas. Existiría libre mercado, pero dentro de un marco de mecanismos tales como altos impuestos a las ganancias elevadas (quizás hasta de 95%), que serían reconocidos como justos sin controversia alguna.

La justicia como equidad y sus principios de justicia nos permitirían asegurar que estas medidas son compatibles, necesarias, inclusive, para asegurar la libertad de todos los ciudadanos y su efectiva cooperación en sociedad.

No cabe dudas que el liberalismo político de Rawls termina pareciéndose mucho a lo que hoy en día, hablando desde el contexto peruano, se tiene por socialismo. Lo que Rawls no concedería jamás es que las libertades políticas individuales puedan sacrificarse por el bien de muchos, pero del mismo modo tiene claro que la economía, dentro de una democracia constitucional liberal, debe funcionar teniendo siempre el bienestar de todos, con particular énfasis en el grupo menos aventajado. El liberalismo político, hoy, se encuentra mucho más cerca del socialismo que del estado de cosas actual neoliberal.

El duro contraste con la realidad

Pasando ya al tercer momento de esta ponencia, hay un punto poco apreciado en el pensamiento de Rawls, que sin embargo es elemental para considerar el alcance de su propuesta. La justicia como equidad, el liberalismo político del que hemos estado hablando, sólo tiene sentido para una sociedad que posea ya ciertas ideas en su cultura política, la idea de los ciudadanos como libres e iguales, capaces de cooperar en términos equitativos, constituyendo así una sociedad bien ordenada.

Quisiera señalar dos aspectos no poco importantes acerca del funcionamiento del sistema económico de la sociedad estadounidense en el momento que Rawls concibe su teoría, en las primeras décadas de la segunda mitad del siglo XX. A pesar de todo lo que faltaba en materia de derechos civiles, los impuestos a las ganancias millonarias no bajaron en ningún momento de 70%, llegando inclusive a estar por encima del 90%. Quizás como consecuencia, el crecimiento económico se mantenía parejo a nivel familiar en todos los sectores económicos, oscilando entre 99% en las familias más ricas y 116% en las más pobres. Para contrastar, durante las últimas tres décadas, el 1% de familias estadounidenses, las más adineradas, ha crecido 261% mientras que las menos aventajadas han crecido 15%. En tiempos de Rawls la diferencia de crecimiento entre ricos y pobres era de 17%, a favor de los pobres; hoy, la diferencia es de 246%, a favor de los que tienen más.

Quisiera ya adentrarme en la recta final de esta ponencia, y dado que he estado hablando de muchas cosas ideales, ya es hora de aterrizar un poco y ponerme realista. Hemos mencionado medidas liberales justas como cobrar impuestos de 90% a los más poderosos. Pero, ¿se puede plantear este nivel de control de la economía en un Estado ya a todas luces infiltrado, corrompido por el poder económico, que se supone debería regular?

Parecería que nos enfrentamos a una paradoja. Queremos que el Estado sea justo, pero para hacerlo, necesitamos que el Estado sea ya justo. Cualquier intento de reforma gradual será traicionado por la inercia de la gran maquinaria respecto de la cual tal esfuerzo no es sino una minúscula pieza. Parecería que necesitamos un cambio radical, no sólo a nivel local, sino mundial.

Rawls aborda esta dificultad al intentar responder la crítica de Marx al liberalismo. Podríamos pensar que una democracia de propietarios, un régimen donde los medios de producción sean de propiedad privada, verá aparecer en sí inevitablemente fuerzas políticas y económicas tales que la satisfacción de los principios liberales justos resultará imposible. El liberalismo parecería poseer en sí una contradicción interna insuperable.

No obstante, es sobre este punto que el pensamiento de Rawls muestra su mayor deslinde de la lógica capitalista, al notar que una democracia de propietarios es compatible con empresas que sean manejadas por sus mismos trabajadores, cooperativas, sistema que podría terminar imponiéndose y eventualmente remplazar completamente a una economía capitalista. Es decir, el liberalismo político no sólo no se casa con el capitalismo, sino que, hasta parecería que son incompatibles.

Y sin embargo, esto nos lleva nuevamente a nuestra pregunta acerca de la pertinencia del liberalismo: ¿es posible una reforma gradual del Estado de acuerdo a principios liberales? ¿O quizás la realidad se ha alejado tanto de estos principios que sencillamente ya no se aplican? ¿Puede el pensamiento liberal enfrentarse al capitalismo? No tengo respuesta a estas preguntas. Lo dejo ahí.


[1] Este es, tal cual, el texto que leí en el XIV Congreso Nacional de Filosofía organizado por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

Bibliografía:

GANA PERÚ

La Gran Transformación. Plan de gobierno 2011-2016.

<http://www.partidonacionalistaperuano.net/images/archivos/PlandeGobierno_GanaPeru_2011-2016.pdf&gt;

FRASER, Nancy

Iustitia Interrupta. Bogotá: Siglo del Hombre Editores, 1997.

RAWLS, John

La justicia como equidad: una reformulación. Barcelona: Paidós, 2002.

Justice as Fairness: A Restatement. Cambridge: Harvard University Press, 2001.

El liberalismo político. Traducción de Antoni Domènech. Barcelona: Crítica, 1996.

Condiciones para una alternativa de activismo humanista

En el marco de su apoyo a la candidatura de Eugene MacCarthy a la presidencia de los Estados Unidos en 1968, Erich Fromm plantea una serie de condiciones para superar mediante un activismo humanista el actual sistema industrial burocrático y su carácter alienante y potencialmente devastador para la vida en nuestro planeta. De lo que se trata es de encontrar una alternativa real, un industrialismo humanista, «lo cual quiere decir, no expropiación de la propiedad, sino regulación de su administración, orientada por los principios del óptimo valor para el desarrollo del hombre» (2007: 75).

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Y sin embargo, la realidad no cambia con el pensamiento ni con las propuestas a nivel académico, lo que lleva a Fromm a plantearse seriamente el problema de cómo realizar este cambio más allá de pensar una revolución y una toma del poder por la fuerza.

La realidad es que ni siquiera los mejores ideales y programas ejercen por sí mismos una influencia duradera sobre el hombre, a menos que se le ofrezca una oportunidad de actuar, de participar y compartir ideas y propósitos con otros. (2007: 78)

De este modo, Fromm plantea la necesidad de que quienes crean seriamente en la alternativa humanista[1] se organicen en grupos para que puedan poner en práctica, aquí y ahora esos ideales, sirviendo así de base a un movimiento mucho mayor.

Fromm llega incluso a describir algunas de las características de estos grupos de humanistas activos (o puesto de forma mucho más elegante, de este activismo humanista, que debe, por definición, darse de manera grupal y no individual).

Así, los miembros deberán abstenerse de satisfacer sus deseos de aparatos innecesarios y enajenantes, contribuir con el diez por ciento de sus ingresos para fines que sean beneficiosos al movimiento, crear y participar de una nueva forma de vida, dotada de franqueza, veracidad y realismo, y dedicar buena parte de su tiempo a la propagación activa de los objetivos del movimiento, siempre mostrando objetividad y falta de fanatismo, pero con valor y firmeza (2007: 81). Estos grupos no contarán con más de 100 miembros cada uno, carecerán de una autoridad central, sus miembros profesarán distintas confesiones religiosas y políticas, y simplemente se guiarán por una idea común, discutiendo acerca del mejor camino para llegar a la meta (2007: 80). Pero también, será importante que se manejen un mínimo de símbolos y ritos comunes, como periodos de silencio y meditación común, a la vez que dedican sus vidas a practicar la solidaridad y a superar el fanatismo y el egoísmo (2007: 81).

Mantengo mi escepticismo acerca de la propuesta de Fromm, acerca de la viabilidad de sostener estos grupos y generar un cambio duradero en un sistema tan fuerte y agresivo como es el capitalismo industrial. Pero rescato el planteamiento central: no podemos esperar un cambio político sin una organización masiva y un cambio en el modo pensar de miles, quizá millones de personas.

Ver también:

Un diálogo sobre humanismo, marxismo y contradicciones utópicas

Narcisismo (o sobre la técnica, el método científico y la deformación de la realidad objetiva)


[1] El término humanismo se entiende en sentido amplio, y podría llamarse también socialismo, comunismo, un estado verdaderamente liberal y justo, etc., dependiendo de lo que tenga en mente la persona que plantee seriamente la alternativa de un mundo mejor.

Bibliografía:

FROMM, Erich

El humanismo como utopía real: La fe en el hombre. Barcelona: Paidós, 2007.

Un diálogo sobre humanismo, marxismo y contradicciones utópicas

– Una de las cosas que hasta ahora no entiendo, o quizá sí, es ¿por qué…? ¿Cómo así quedó relegado institucionalmente…? O sea, de hecho tiene sentido que un movimiento que busca humanizar y des-objetivar su disciplina, sea relegado del establishment de ésta. Pero igual, porque fue un movimiento bastante fuerte, por más que su influencia permee a todas las demás orientaciones psicológicas.

– Es que justamente su oposición no está en las otras orientación, sino en la institucionalidad misma. Y no le pudo ganar. La «institucionalidad» lo destruyó con hacer un lobby silencioso. Full cash. Eso le bastó para aniquilar al humanismo. Relegarlo a un lugar de lo políticiamente correcto. Completamente irrlevante. La «institucionalidad» es el Capitalismo, obviamente.

– Totalmente de acuerdo. No se me ocurre ninguna analogía específica, pero lo pasaron al retiro. Le agradecieron sus servicios y contribuciones. Su compromiso y dedicación. Le hicieron homenajes y hablaron de él. Y lo jubilaron. Para que «descanse».

– La dictadura del proletariado es imposible, pero se necesita algo así de absurdo. Sin ello, el humanismo está relegado a un «éxito» limitado a un grupo de personas. Que siguen enfermas por el solo hecho de pertenecer a una sociedad tan corrupta.

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– Es verdad. Sé que Maslow y Rogers sentían bastante afinidad por el anarquismo. Creían que en el futuro el creciente número de personas «despiertas» eventualmente formarían comunidades autosuficientes en las que experimentarían en sus relaciones sociales. Las cuales se renovarían constantemente de manera cada vez más y más positiva. Al menos Rogers creía en eso.

– El comunismo tiene que ser mundial. Si no no funciona.

– Conocerse a sí mismos, liberar sus potencialidades, ser ellos mismos… ¿Comunismo «humanista»? Lo veo complicado

– Pero, ¿cómo sería la gente en un mundo libre del capitalismo? No serían robots. Marx nunca se atrevió a describir el comunismo, la sociedad perfecta. Nadie podría.

– Es que ese es el tema.

– Pero es lo que los humanistas tienen en mente, sin lugar a dudas.

– Marx hizo todo menos describir el tipo de funcionamiento de la sociedad comunista. Y está bien, ¿no? No tendría sentido decir «la sociedad perfecta tiene que ser así, así y así». Sería contradictorio. Pero a los comunistas les interesa solamente cambiar de sistema económico. Y la gente sigue siendo la misma, con valores capitalistas. Ambiciones capitalistas.

– No conozco a ningún comunista… La revolución no será hecha por comunistas, sino por gente que odie al capitalismo. Los comunistas vendrán luego. Al menos, ese es el mito de Marx. Podría ser distinto.

 -¿No sería bonito que la gente pudiera odiar y amar intercaladamente? Odiar para arrasar con el capitalismo y amar para edificar el comunismo? El problema es que la gente que odia no muchas veces se atreve a amar. Sólo odian, y viceversa.

– Sí… Tal vez por eso es imposible. Se necesita odio y amor al mismo tiempo.

– Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo. Su tiempo el nacer, y su tiempo el morir; su tiempo el plantar, y su tiempo el arrancar lo plantado. Su tiempo el matar, y su tiempo el sanar; su tiempo el destruir, y su tiempo el edificar. Su tiempo el llorar, y su tiempo el reír; su tiempo el lamentarse, y su tiempo el danzar. Su tiempo el lanzar piedras, y su tiempo el recogerlas; su tiempo el abrazarse, y su tiempo el separarse. Su tiempo el buscar, y su tiempo el perder; su tiempo el guardar, y su tiempo el tirar. Su tiempo el rasgar, y su tiempo el coser; su tiempo el callar, y su tiempo el hablar. Su tiempo el amar, y su tiempo el odiar; su tiempo la guerra, y su tiempo la paz. ¿Qué gana el que trabaja con fatiga? He considerado la tarea que Dios ha puesto a los humanos para que en ella se ocupen. Él ha hecho todas las cosas apropiadas a su tiempo; también ha puesto el mundo en sus corazones, sin que el hombre llegue a descubrir la obra que Dios ha hecho de principio a fin. Comprendo que no hay para el hombre más felicidad que alegrarse y buscar el bienestar en su vida. Y que todo hombre coma y beba y disfrute bien en medio de sus fatigas, eso es don de Dios. Comprendo que cuanto Dios hace es duradero. Nada hay que añadir ni nada que quitar. Y así hace Dios que se le tema. Lo que es, ya antes fue; lo que será, ya es. Y Dios restaura lo pasado. Eclesiástico tres, uno a quince.

Amor a la muerte y amor a la vida (o un argumento más sobre por qué Conga no va)

En el tercer capítulo de El corazón del hombre, Erich Fromm aborda dos orientaciones humanas básicas, esencialmente contrarias, si bien pueden manifestarse en un individuo ambas de forma simultánea. Son la necrofilia y la biofilia, literalmente amor a la muerte y amor a la vida, respectivamente.

La necrofilia va más allá de ser una mera perversión sexual, y e implica un odio activo a la vida.

La persona con orientación necrófila se siente atraída y fascinada por todo lo que no vive, por todo lo muerto: cadáveres, marchitamiento, heces, basura. Los necrófilos son individuos aficionados a hablar de enfermedades, de entierros, de muertes. Empiezan a vivir precisamente cuando hablan de la muerte. (Fromm 1966: 38)

Un ejemplo extremo de la orientación necrófila será nada menos que Hitler, cuyas acciones se vuelven inteligibles si consideramos que «su satisfacción más profunda estribaba en presenciar la destrucción total y absoluta: la del pueblo alemán, la de los que lo rodeaban, la suya propia» (Fromm 1966: 39).

La oposición con la biofilia resulta evidente:

Mientras la vida se caracteriza por el crecimiento de una manera estructurada, funcional, el individuo necrófilo ama todo lo que no crece, todo lo que es mecánico. La persona necrófila es movida por el deseo de convertir lo orgánico en inorgánico, de mirar la vida mecánicamente, como si todas las personas vivientes fuesen cosas. (Fromm 1966: 40-41)

Fromm rechaza estar hablando de una mera abstracción o de un conglomerado de tendencias. De lo que se trata, tanto con la necrofilia como con la biofilia, es de una «orientación fundamental» que trasciende rasgos particulares y representa «una orientación total, todo un modo de ser» (Fromm 1966: 45-46). En el caso de la necrofilia, «es la orientación hacia la vida más morbosa y más peligrosa de que es capaz el hombre», es «una verdadera perversión» (Fromm 1966: 45).

La biofilia se despliega completamente en la orientación productiva, y «es movida por la atracción de la vida y de la alegría; el esfuerzo moral consiste en fortalecer la parte de uno mismo amante de la vida»[1] (Fromm 1966: 48-49).

La necrofilia, afirma Fromm, y a diferencia del instinto de la muerte de Freud, es una psicopotalogía y no parte de la biología normal (Fromm 1966: 52-53), lo que lo lleva a formular la siguiente pregunta:

¿Qué factores producen el desarrollo de las orientaciones necrófilas y biófilas en general, y más específicamente, la mayor o menor intensidad de la orientación en un individuo o un grupo dados? (Fromm 1966: 53).

Recordemos, pues, que salvo en casos extremos, de ser un Hitler o un santo, la mayoría de individuos cuentan con rasgos de ambas orientaciones, si bien una tiene siempre que predominar, pues «resulta innegable que cada individuo avanza en la dirección que ha elegido: la de la vida o la de la muerte, la del bien o la del mal» (Fromm 1966: 19).

Si bien existe, pues, un elemento irreducible donde entra en juego la libertad de cada persona, hay factores personales, de crianza, como sociales, que influirán en el desarrollo y la intensidad en la adopción de una orientación, siendo importante el grado de injusticia presente en una sociedad dada, entendida la injusticia, en últimas instancia, como «una situación social en que el hombre no es un fin en sí mismo, sino que se convierte en medio para los fines de otro hombre» (Fromm 1966: 55).

Como resultado de las sociedades industriales, Fromm hablará del homo mechanicus, «indiferente a la vida, fascinado por todo lo que es mecánico y al fin atraído por la muerte y la destrucción total» (Fromm 1966: 63). Este tipo de hombre está claramente marcado por la orientación necrófila, propensa a tratar como cosas a las personas, a atropellar la libertad de los individuos usando como excusa la regularidad de las leyes naturales, cuyo único uso legítimo se da sobre las cosas. Añadirá:

Las características de la orientación necrófila existen en todas las sociedades industriales modernas independientemente de sus respectivas estructuras políticas. Lo que el capitalismo estatal soviético tiene de común con el capitalismo de sociedades anónimas es más importante que los rasgos en que difieren los dos sistemas. Ambos tienen en común la actitud burocrático-mecánica y ambos se preparan para la destrucción total[2]. (Fromm 1966: 64)

El mundo industrializado está lejos de ser malo en sí mismo, mas de lo que se trata es de «si los principios de vida están subordinados a los de mecanización, o si los principios de vida son los predominantes» (Fromm 1966: 66). Termina Fromm el capítulo precisamente en este punto, con el esbozo de una pregunta que todavía no ha hallado respuesta en la práctica:

¿Cómo es posible crear un industrialismo humanista opuesto al industrialismo burocrático que gobierna hoy nuestras vidas? (Fromm 1966: 67)

Finalmente, para conectar la temática de esta entrada con un tema de actualidad, veamos la siguiente imagen, práctica común de muchos proyectos mineros, que no tienen problema en convertir un río en tuberías.

Ver también: Una demoledora crítica al existencialismo de Sartre y de Heidegger, cortesía de Erich Fromm.


[1] En este punto la teoría moral de Fromm es acorde a la doctrina de la virtud de Immanuel Kant. Por ejemplo, ver: Sobre el ánimo valeroso y alegre en el ejercicio de la virtud (o sobre la complementariedad del pensamiento de los estoicos y de Epicuro de acuerdo a Kant).

[2] Nótese la descripción de la URSS como una sociedad capitalista.

Bibliografía:

FROMM, Erich

El corazón del hombre. México D. F.: Fondo de Cultura Económica, 1966.

An honest definition of contemporary society[1]

In South Park episode «Chickenpox», Kyle asks his dad why Kenny’s dad is poor, while they live in a big house, having being his best friend in their youth. His dad, Gerald Broflovski, at first answers simply that they don’t have as much money, to which Kyle suggests they should give them half their money and food. His dad laughs and honestly responds:

Oh, boy, you’ve got a lot to learn. Sit down, son. You see, Kyle, we humans work as a society, and in order for a society to thrive, we need gods and clods. Yes, you see, I spent a lot of time going to Law School, and I was able to go because I have a slightly higher intellect than others. But I still need people to pump my gas and make my french fries and fix my laundry machine when it breaks down. So Kenny’s family is happy just the way they are, and we are all a functioning part of America. (6:30-7:02)

We have here an honest justification for the existence of poverty, as a natural characteristic of human societies in general. In this crudeness, though, we can see clearly the inmoral, feeble and self-conceited reasoning that’s behind it.

For more South Park related philosophy entries (in Spanish, though), check: El agnosticismo (o sobre la existencia de un ave reptil gigante que controla todo), Do’s and don’ts of Reason (o cómo usar bien nuestra racionalidad) y Super Mejores Amigos.


[1] En vísperas del nuevo año tenemos la primera entrada en inglés de este blog, breve, sencilla y básicamente expositiva (para que se entienda en español, también), en ocasión del material de origen, así como para ampliar el público al que está dirigido. No esperen muchas más, y perdónenme la incómoda redacción, que no estoy acostumbrado a escribir en inglés.

El liberalismo político y la regulación de los medios de comunicación (o sobre una de las consecuencias más audaces del primer principio de justicia de John Rawls)

Fue en la pasada campaña electoral donde —entre muchas otras cosas, es cierto— surgió el —aparentemente controversial— tema en torno a una posible regulación de los medios de comunicación, como fue propuesto en el —ya infame— plan de gobierno de Gana Perú, (in)oportunamente llamado «La Gran Transformación».

Para una discusión inteligente sobre lo que dice realmente el plan de gobierno, lean Los medios según Gana Perú: ¿control o apertura?, del blog Lugares Comunes.

En los últimos días (semanas) ha estado bastante presente el actual conflicto entre el carismático presidente de Ecuador, Rafael Correa, y la prensa de su país, e inclusive del nuestro, donde el mandatario ecuatoriano incluso respondió tildando de ‘perro’ —muy oportunamente, si me preguntan— al muy humano Aldo Mariátegui (me gustaría decir subhumano, pero nuestra especie Homo sapiens no se merece semejante consideración).

Existe cierto consenso, casi dogmático en la prensa, como no debería sorprender, acerca de un supuesto carácter intocable de los medios de comunicación, así como un rechazo a priori a cualquier propuesta de regularlos, donde aparece siempre de forma imprescindible el adjetivo ‘chavista’.

Por otro lado, tenemos una especie de malestar mundial —por decir poco— en países considerados ‘democráticos’ (España, Inglaterra, Estados Unidos, etc.) que parece trascender causas concretas —como la crisis económica— y apuntar a la política misma.

Pasemos ahora a la parte central de esta entrada, a exponer un problema característico de las democracias modernas, tal como es reconocido por John Rawls. De lo que se trata es de asegurar el valor equitativo de las libertades políticas que han de ser las mismas para todos los ciudadanos en una democracia. Rawls lo plantea de la siguiente manera:

[…] ¿cómo debemos enfrentar la objeción familiar, comúnmente esbozada por demócratas radicales y socialistas (y por Marx), según la cual las libertades iguales en un estado democrático moderno son en la práctica meramente formales? Aunque pueda parecer, continúa la objeción, que los derechos y libertades básicos de los ciudadanos son efectivamente iguales—todos tiene derecho a votar, a postular a un cargo político así como a participar de algún partido, etc.—las desigualdades sociales y económicas en la instituciones base son ordinariamente tan grandes que aquellos con mayor riqueza y mejor posición social usualmente controlan la vida política y promulgan leyes y políticas sociales que responden a sus intereses. (Rawls 2001: 148)

El liberalismo político de John Rawls pretende resolver este problema garantizando en su primer y más importante principio de justicia el acceso equitativo a las libertades políticas, de tal forma que todos los ciudadanos tengan «una oportunidad justa para acceder a cargos públicos y de afectar el resultado de  elecciones» (2001: 149).

Sobre cómo sea esto posible, Rawls esboza algunas posibilidades:

[reformas tales] como el financiamiento público de la elecciones y restricciones a las contribuciones de campaña; la garantía de un acceso más equitativo a los medios de comunicación públicos; y ciertas regulaciones a la libertad de expresión y de la prensa (mas no restricciones que afecten el contenido del discurso). (Rawls 2001: 149)

De lo que se trata es de sacar la inmensa influencia del poder económico de la política, titánica labor, sin duda, sin la cual, no obstante, cualquier democracia se verá socavada y lo será únicamente en apariencia. Ésta no es más que una forma plausible de explicar el malestar ya mencionado, y cuya solución tendría que ir de la mano de la también mencionada regulación de los medios.

No voy a entrar en detalle acerca de si la propuesta de Gana Perú es la mejor opción; pero no puede caber duda de que el tema tiene que ser discutido sin caer en una posición dogmática. Rawls no niega que vaya a darse un conflicto con otras libertades básicas, por lo que se tendrán que realizar ajustes, que «no pueden ser rechazados simplemente porque infrinjan en la libertad de expresión y de la prensa», pues «estas libertades no son más absolutas que las libertades políticas cuyo acceso igualitario se ha de garantizar» (2001: 149-150).

No creo que nadie esté pensando en tildar a John Rawls de ‘chavista’ —aunque no sería del todo inaudito teniendo en cuenta el nivel de periodistas que tenemos— pero no está de más aclarar que estas medidas no sólo tendrían como objetivo «permitir a los legisladores y partidos políticos ser independientes de grandes concentraciones de poder privado tanto económico como social» sino también del «control gubernamental y poder burocrático en un régimen liberal socialista» (Rawls 2001: 150).

Intentar remediar un extremo no significa necesariamente tener que pasar al otro. Término medio, le llaman.


Bibliografía:

RAWLS, John

Justice as Fairness: A restatement. Cambridge: Harvard University Press, 2001. Las imperfectas traducciones son mías.

Play the game

En las primera páginas de El arte de amar, Erich Fromm critica duramente nuestra sociedad contemporánea, aludiendo a que el mismo espíritu del capitalismo ha corrompido la forma en que los individuos nos relacionamos románticamente unos con otros, tratándonos como mercancías, y buscando siempre un intercambio justo (1959: 14).

De la misma forma, nos habla del «mercado de la personalidad» en el que cada individuo es una «mercadería», lo que resulta en que «dos personas se enamoran cuando sienten que han encontrado el mejor objeto disponible en el mercado, dentro de los límites impuestos por sus propios valores de intercambio» (Fromm 1959: 13-14).

Sin decir más, los dejo con el siguiente video:

Actualización 14/01/12:

Disfruten.


Bibliografía:

FROMM, Erich

El arte de amar. Traducción de Noemí Rosenblatt. Buenos Aires: Editorial Paidós, 1959.

Sobre temores infundados (o en torno a recientes declaraciones del Nobel de Literatura 2010: Mario Vargas Llosa)

Cito la noticia del diario La República:

Elegante Mario Vargas Llosa.

Es una realidad que no hay cómo detenerla. Mi temor es de que el libro electrónico conduzca a una cierta banalización de la literatura, como ocurrió con la televisión, que es una maravillosa creación tecnológica, que, con el objetivo de llegar al mayor número de personas, banalizó sus contenidos.

Sería bueno tener acceso al contexto de sus declaraciones, pero quiero hacer notar que tal crítica por parte del escritor peruano-español no es reciente, sino que data al menos de la década de 1980, en la que usaba argumentos similares ante declaraciones futuristas de Bill Gates, sobre el mismo «problema».

Resulta difícil pensar cómo exactamente lo mismo no podría objetarse de tecnologías como la imprenta, que ciertamente permite que los libros lleguen a más personas.

Personalmente, habiendo comprado recientemente una Kindle, no puedo dejar de notar un tufo elitista y reaccionario en dichas declaraciones, que se me ocurre no han sido bien pensadas. Mi experiencia hasta el momento ha sido positiva[1], y así como los paperbacks no reemplazan a los hardcovers, no veo incoveniente alguno sobre por qué este tipo de libros no pueden coexistir con los tradicionales.

Más bien, sería más adecuado culpar de banalización a casas editoriales que sólo buscan vender, y en general a la cultura de consumo, estilo de vida capitalista, etc.

Para otra entrada sobre comentarios del escritor, aunque con una valoración más positiva, entren acá. La imagen la extraje de este blog, curiosamente en una nota sobre el mismo tema.

Hago notar, finalmente, que para este post he creado la categoría Opinión.


[1] Hasta el momento, he leído buena parte de Kant: A Biography, de Manfred Kuehn, así un par de libros de ensayos de filosofía, y planeo empezar pronto The Pillars of the Earth, de Ken Follett. La banalidad, más bien, [advertencia: empieza breve argumentación ad hominem] podría encontrarse en los últimos libros del escritor.