Antigua

Una filosofía de perros

César Millán es un verdadero filósofo. Su sabiduría, expuesta en libros, televisión y conferencias magistrales, nos remite, hay que decirlo, a la Ética de Aristóteles, en tanto incorpora elementos psicológicos, éticos y metafísicos para dar forma a una teoría de la felicidad con un fuerte enfoque pragmático. La gran diferencia, claro está, es que el objeto de estudio de Millán son los perros (canis lupus familiaris) y no el ser humano (homo sapiens).

En la que es quizás su obra más sistemática[1], Millán hace explícitos los cimientos de su pensamiento, primero, en cinco leyes que rigen la naturaleza canina, y posteriormente, en nueve principios que deben regir el comportamiento humano en relación a los perros. Atraviesa todo el pensamiento de Millán la directriz metafísica según la cual la felicidad de un organismo depende de que el ser en cuestión realice su función propia, tema sobre el cual hemos elaborado acá.

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Expondremos en esta entrada las leyes naturales caninas (los principios que dirigen el comportamiento de un perro balanceado los dejaremos para una entrada futura), sintetizando, así, las bases filosóficas de la ciencia psicológica de Millán.

Leyes de la naturaleza canina

1. Los perros son instintivos; los seres humanos, intelectuales, emocionales y espirituales.

Los perros tienen, en efecto, emociones, pero las experimentan a un nivel mucho más elemental, a diferencia de los seres humanos. Humanizar a los perros constituye uno de los principales obstáculos para comprender su naturaleza y su conducta. Por ejemplo, consolar a un perro ansioso o asustado no hace sino reforzar esa actitud, dado que en estado de naturaleza sería ignorado por su propio bien y el de todo el grupo. De igual manera, recibir con entusiasmo a un perro sobre excitado refuerza esa conducta desbalanceada. Entonces, ¿cómo tratar a nuestros fieles amigos? Eso nos lleva a la segunda ley.

2. La energía es todo.

César Millán define la energía como existencia [beingness], como lo que uno es en cada momento (2013: 37). Esta definición es, por supuesto, problemática. Pero estaremos más cerca de comprender su sentido si adoptamos, más allá de cualquier definición metafísica, un enfoque pragmático, y entendemos la energía como todo aquello que exteriorizamos y es perceptible sensorialmente. Es a través de los gestos, la postura, en general el comportamiento no verbal que comunicamos nuestra energía a otros seres. En el caso de los perros, esto cobra una importancia total, dado que su olfato les permite penetrar a nuestra interioridad de una forma que nosotros sólo podemos imaginar. El perro percibe nuestros estados de ánimo sin necesidad de que se los tengamos que comunicar verbalmente.

Siguiendo un principio rector de la psicología humanista, se desprende la importancia de la apertura a la experiencia, es decir, volvernos más perceptivos de los propios sentimientos y actitudes, tal como existen en nosotros en un nivel orgánico, para poder ser conscientes de qué le estamos comunicando a nuestros perros en cada momento.

3. Los perros son primero animales, luego una especie, después raza y finalmente un nombre. 

Cuando nos relacionamos con nuestros perros, por lo general, cometemos el error de ver, primero, al perro con toda su idiosincrasia, luego tenemos en cuenta su raza, y ya de modo muy oscuro, casi no le otorgamos importancia al hecho de pertenecer a una especie particular, con necesidades y formas de ser que le son propias. Lo que Millán apunta con esta tercera ley es a invertir dicho orden, para que podamos tratar a nuestro perro no como un humano (donde sí prima la personalidad), sino como el animal que es. Sólo desde este punto de vista reconoceremos que lo más importante es asegurar que su naturaleza sea bien tratada, no sólo otorgándole un techo y alimento, sino la cantidad de ejercicio así como el tipo de disciplina que el perro necesita para tener una vida plena.

4. Los sentidos del perro forman su realidad.

Mientras que la jerarquía de sentidos humanos es vista-tacto-sonido-olor, la canina es olor-vista-sonido-tacto. Surge, entonces, un problema:

Dado que la experiencia sensorial de humanos y de canes son tan distintas la una de la otra, ¿cómo pueden un perro y un humano experimentar el mismo mundo? (2913: 44)

Hay, por supuesto, una respuesta. Al tratar con un perro debemos tener en consideración su forma de experimentar el mundo y de establecer contacto con otros animales (el animal humano incluido, por supuesto). Es así que César Millán promueve la política «No tocar, no hablar, no mirar a los ojos» a la hora de establecer contacto con un perro, y dejar, más bien, que el perro se acerque y, antes que todo, nos huela. Esto significa un contraste de la actitud humana más común, de acercarse a un perro, hablarle y hacerle cariño, haciendo uso de los dos sentidos de menor importancia para el animal, fallando así en estar en el mismo mundo.

5. Los perros son animales de manada, con un líder y seguidores.

La quinta ley de la naturaleza canina es probablemente la más importante. Los perros son animales sociales, viven necesariamente en un grupo, y se manejan indefectiblemente con una estructura de líder-seguidores. Es así que, si uno no va a ser el líder de su perro, entonces, necesariamente, el perro entrará en el rol de líder. Ahora, ¿cuál es el problema con eso? En un grupo de varios perros que trabajan día a día para buscar alimento a lo largo de grandes distancias, el líder no puede hacer lo que se le viene en gana, sino que está obligado a trabajar y dirigir al grupo, en el contexto de una lucha constante por la supervivencia. Pero si al líder se le da todo el alimento que necesita, a la vez que se le priva de ejercicio, entonces toda su energía no tiene un objeto en el cual enfocarse y descargarse, y genera un desequilibro mental en el animal.

Es por esto que el perro necesita ejercicio, pero también una disciplina básica para sentirse así en un grupo con una finalidad y una correcta organización.


[1] La obra está referida en la bibliografía, en inglés; las traducciones son mías.

Bibliografía:

MILLÁN, César

Cesar Millan’s Short Guide to a Happy Dog. Washington: National Geographic, 2013.

El viaje de mil años (o el problema del dónde, cuándo y cómo del Estado perfecto)[1]

Al comienzo de su genealogía de la moral, Friedrich Nietzsche nos brinda un recuento racista, prepotente, retórico, propiamente, acerca de cómo una moral original, noble, ha sido derrotada y eventualmente ocultada por una mayoría de seres débiles y abyectos, que se han otorgado a sí mismos la virtud de la inacción, y con ella, una venganza imaginaria. Por supuesto que debemos rechazar como grotesca, tomada al pie de la letra, esta explicación acerca del origen de una moral universalista, basada en la igualdad de los seres humanos en dignidad. Sin embargo, debemos tomar muy seriamente su diagnóstico del mundo en que vivimos, donde la debilidad y la inacción son hegemónicas. Un mundo en que el mercado y la codicia desmedida de sus seguidores, nosotros, impone las reglas; donde la pobreza, la destrucción del planeta, la sobrepoblación, las guerras, la tortura y, a grandes rasgos, la injusticia y la irracionalidad, son algo generalizado y natural. En este contexto, nos vemos incapaces de tomar el control colectivo acerca de nuestro destino. Vivimos en una época de nihilismo: no podemos hacer nada y, por lo tanto, no queda nada por hacer.

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De izquierda a derecha: Joan Caravedo, Pablo Borasino, Maverick Díaz, y quien escribe.

La imagen del viaje de mil años que le da el título a esta ponencia refiere a la última línea de la República de Platón, y que entenderé como la distancia que separa el momento actual de la consecución del orden político y social representado racionalmente por el filósofo. Para los fines de esta ponencia, suspenderemos la discusión acerca de las características de dicha utopía (llámesele democracia, republicanismo, socialismo, liberalismo, comunismo, etc.) y nos centraremos en lo que la filosofía pueda decir acerca de cómo cambiar el estado actual de cosas por uno sustancialmente mejor y duradero, cualquiera que fuere. Es decir, la respuesta al problema del nihilismo.

Para ello, partiré de las propuestas de Platón y de Immanuel Kant, para centrarme con mayor detalle en lo que propone Alain Badiou en su reciente hipertraducción de la República. Finalmente, terminaré con algunas apreciaciones acerca de la relevancia del tema para fenómenos recientes como el de los indignados y de forma más local el de #TomaLaCalle.

Platón

Vayamos al tema. Como es sabido, Platón afirma, a través de Sócrates en la República, que a menos que los filósofos gobiernen en los Estados, o que los gobernantes filosofen de forma genuina, no habrá fin para los males en los Estados ni tampoco para todo el género humano (473d-e). La solución a la corrupción, a la impunidad, a los abusos, a la violación de derechos y libertades, a la pobreza, a la explotación, a la ignorancia, llegará cuando los filósofos tomen el poder…

Por supuesto, tanto hoy como hace 2400 años, semejante punto de vista no podrá sino generar la burla, el ridículo y el desprecio de muchos, y sin embargo, el mismo Platón arriesgó su vida para poner la idea en práctica, dado que, en sus propias palabras, se hubiera sentido avergonzado ante sí mismo de parecer un mero charlatán, ajeno a la realidad.

Lo que está en juego es la necesidad y eventual puesta en práctica de «una reforma extraordinaria unida a felices circunstancias» (326a), sin la cual los Estados permanecerán en la corrupción y la injusticia. Se trata de refundar los Estados, de acuerdo a una constitución política verdaderamente justa. Este diagnóstico no proviene de una reflexión desligada de los hechos, sino de la experiencia de un joven Platón, que tras su gran entusiasmo para participar en la política, quedó profundamente decepcionado al enfrentarse, en carne y hueso, con la deriva de la democracia ateniense de su tiempo, que había llegado al punto de matar a su maestro.

La pregunta a la que nos enfrentamos es la misma que Glaucón le hace a Sócrates en la República (471e), y apunta a cómo sea posible esta reforma. Si queremos poner no solo un pie en la realidad, sino los dos, tendríamos que preguntar, en el contexto de la propuesta de Platón: ¿cómo podrán los filósofos llegar al poder?

Platón viajó un total de tres veces a Sicilia para intentar convencer, primero, a Dionisio El Viejo, y luego, dos veces, a Dionisio El Joven, de adoptar el camino de la filosofía. Parece que Platón nunca tuvo mucha confianza en el éxito de su empresa, pero la posibilidad de «convencer a un solo hombre» y de, en consecuencia, llevar a cabo sus ideas, valía cuanto menos el intento.

Reflexionando nuevamente sobre su experiencia, Platón afirma:

No sometáis Sicilia ni ninguna otra ciudad a dueños absolutos —al menos esa es mi opinión—, sino a las leyes, ya que ello no es bueno ni para los que someten ni para los sometidos, ni para ellos ni para sus hijos, ni para los descendientes de sus hijos. Es incluso una empresa absolutamente nefasta, y sólo a los espíritus mezquinos y serviles les gusta rapiñar en semejantes ganancias, gentes ignorantes por completo de lo bueno y de lo justo entre los hombres y los dioses, tanto en lo que se refiere al porvenir como al presente. (334c-d)

Encontramos en Platón la necesidad de una reforma profunda, comprometida con los ideales de verdad y justicia, mas no otra cosa que una aporía si intentamos una respuesta para la pregunta de cómo realizar dicha reforma y conseguir así una constitución política justa. Intentar colocar abruptamente a un filósofo en el gobierno, sin antes haber cambiado las costumbres de un buen número de los ciudadanos en dirección de la prudencia y la virtud, en lugar de la distracción, de los placeres y del consumo, es una receta para el fracaso. Más cómo sea posible cambiar las costumbres sin dirigir la legislación, supone hasta el momento un problema insoluble. Pasemos ahora a hablar de Kant.

Kant

Kant considera al Estado perfecto como una idea. Propiamente, se trata de «un estado cosmopolita universal»(2006: 20), que implicaría tanto «una constitución civil perfectamente justa» instaurada en cada Estado (2006: 10), como una relación de paz perpetua entre dichos Estados. Dicha idea, no obstante, es en última instancia inalcanzable para el ser humano, y sólo estamos obligados a aproximarnos a dicho estado. No se trata, pues, de alcanzar una sociedad perfecta (una utopía), pero sí de aproximarnos a dicho ideal, que mantiene su realidad práctica en tanto se constituye una motivación para las personas de mejorar sustancialmente el deplorable estado de cosas actual. Seguimos a Kant en este punto fundamental.

Volviendo a nuestro tema, cómo pueda la especie humana acercarse sustancialmente a la idea, es decir, alcanzar un orden legal que garantice que cada persona pueda desarrollar su potencial, lo que incluiría, cuanto menos, garantizar educación y salud de calidad para todos, lo que a su vez significaría haber redirigido la mayoría de los recursos que actualmente los Estados dedican a la guerra (o a su posibilidad) a estos otros rubros, Kant nos dice que «sólo será muy tardíamente, tras muchos intentos fallidos» (2006: 13), que habremos de alcanzar, aunque sea de forma aproximada, una constitución verdaderamente justa.

De esta forma, la filosofía obtiene su quiliasmo, esto es, el viaje de mil años hacia el Estado perfecto. Una meta que nos representamos racionalmente, por la cual nos resulta razonable luchar. Podemos esperar que efectivamente se dé, alguna vez, algún día. El problema del dónde, cuándo y cómo del Estado perfecto se responde de esta forma con la esperanza de un lejano futuro mejor.

Si bien Kant apoyó de forma entusiasta la Revolución francesa, tanto que la consideraba como el hecho que daría prueba de la tendencia moral del género humano hacia lo mejor (2006: 87), en su filosofía no hallamos otra respuesta que dilatados esfuerzos para reformar, poco a poco, los Estados. Decepciona Kant, quizás, al señalar que las reformas habrán de venir desde arriba, puesto que los gobernantes no podrán sino darse cuenta, por propia conveniencia, lo perjudicial de las guerras para sus propios intereses, entrando así en relaciones legales internacionales, y, poco a poco, irá emergiendo la ilustración, entendida a nivel jurídico como «la instrucción pública del [pueblo] respecto a sus derechos y deberes para con el Estado al que pertenece» (2006: 93).

Pero, ¿por qué el progreso tiene que venir desde arriba? Para educar se necesita recursos, un «sueldo digno» para los maestros (2006: 98), para empezar. Pero en la actualidad, y me refiero tanto a 1795 como a hoy, 2013, esos recursos, como ya apuntamos, están destinados a la maquinaria bélica. El argumento de Kant, aparentemente, plantea que los gobernantes, poco a poco, se irían volviendo más prudentes aprendiendo de los errores de Napoleones, Hitlers, Bushes, e irían desapareciendo, así, las guerras ofensivas. Pero Kant no es idiota, evidentemente, y no hay nada en la naturaleza humana, ni en las circunstancias actuales o previsiblemente futuras, que nos permita afirmar que esto efectivamente se vaya a dar. Se necesita que los gobernantes reformen poco a poco los Estados, y eduquen, pero para ello, necesitan a su vez ser educados, y caemos así en una paradoja.

La superación de la paradoja es la misma que la de Platón. Dice Kant: «es claro que la esperanza [del progreso de la especie humana] sólo puede tener como condición positiva una sabiduría superior (que cuando es invisible para nosotros, se llama Providencia)»; Platón, por su parte, señala que será «gracias a un especial favor divino» que los filósofos llegarán a gobernar y cesarán así todos los males para los Estados (326b).

Por supuesto que esto no nos satisface. Más aún, quiero rechazar como caduca la respuesta que da Kant para la consecución de un orden político sustancialmente mejor. Si bien podríamos pensar que en mil años, o diez mil, nuestra torpe especie animal podría finalmente aprender lo nocivo de las guerras, al punto de superarlas, Kant no sólo subestima la fuerza de los actores sociales que «desde abajo» luchan por la conquista de sus derechos, sino que tampoco tomó en cuenta, y no podía tomar en cuenta, que no tenemos mil años, tal vez ni siquiera 100, que el problema de la producción y su daño irreversible al medio ambiente, así como la existencia de armas capaces de destruir nuestro planeta entero repetidas veces, anula la esperanza del quiliasmo. No tenemos tiempo ni intentos ilimitados.

Badiou

En su hipertraducción de la que es quizá la obra más importante de la historia de la filosofía, Alain Badiou retoma la tesis del filósofo gobernante de Platón, sólo que con una no poco importante modificación. Tras una exposición de las características de la quinta forma de gobierno, el comunismo, Glaucón le reclama a Sócrates, nuevamente, 2400 años después, aterrizar el problema. Asumiendo que dicho sistema de gobierno es posible, la discusión debe ahora enfocarse en resolver el problema de dónde, cuándo y cómo se realiza dicho sistema. Para Badiou, al igual que para Platón, no habrá fin para los males que afligen a toda la humanidad hasta que los verdaderos filósofos gobiernen las ciudades y los Estados. Pero a diferencia de Platón, Badiou propone que todos debemos volvernos filósofos (2012: 166).

En efecto, dado que el gobierno perfecto ha sido identificado con el comunismo, y dado que esa quinta forma de gobierno implica que su organización debe quedar sujeta al mando de cada uno de quienes dicho Estado es el todo, es decir, de todos, por tanto, todos deben ser filósofos dado que todos deben gobernar este Estado comunista. Se trata  de que «la filosofía y la habilidad política se junten en el mismo Sujeto», que el proceso político no permanezca indiferente al rol crítico de la filosofía, que la Idea se haga práctica política (2012: 166).

 Al ser increpado acerca de la necesidad de que todos sean filósofos, el Sócrates de Badiou es categórico al respecto:

Todos sin excepción… Sí, sin excepción alguna. (2012: 182)

Así, el filósofo (o filósofa), es decir, el total de miembros del Gobierno comunista, debe de, cito, “tener buena memoria, facilidad para aprender, un alto intelecto, cierta gracia, gusto por la verdad y la justicia, un gran coraje, y abundante autodisciplina” (2012: 182), así como un “carácter desinteresado, dado que el impulso de hacerse rico y de gastar cantidades extravagantes de dinero es lo último que debe buscarse en un filósofo” (2012: 180). La razón de esto es que sólo así será capaz de, cito nuevamente, “mantenerse fiel a los principios comunistas y a las instituciones en las que dichos principios se plasman” (2012: 178).

Tras reiterar así la tesis de Platón de que es imperativo que los filósofos gobiernen, pero dado que los principios del comunismo suponen que todos deben gobernar, y que, por lo tanto, todos debemos ser filósofos en dicho sistema de gobierno comunista, Sócrates debe explicar dónde, cuándo y cómo es posible que se dé esta quinta forma de gobierno, y de modo aún más concreto, cómo sea posible que todas las personas lleguen a ser filósofos en el sentido referido.

Badiou, al igual que Platón hace 2400 años, es perfectamente consciente de que con la tesis del filósofo gobernante no sólo está yendo en contra el sentido común sino que se hace muy difícil que alguien pueda creer en semejante proyecto político. Sócrates, el personaje, tiene que poder dar cuenta de cómo la Idea se torna empírica. La respuesta apunta a que ello es posible sólo mediante una acción organizada, real, «del tipo dictada por principios, no opiniones», una acción colectiva capaz de oponerse implacablemente a la «democracia» predominante, es decir, al actual estado de cosas (2012: 190).

El grupo [de filósofos] crecerá como resultado de una necesidad que se pondrá en movimiento por un evento aleatorio[a chance event], por el que todos serán arrastrados, quiéranlo o no. (2012: 195)

Evento, a su vez, «impredecible» (2012: 190).

Quiero tratar, a modo de conclusión, de aterrizar esta problemática, las ideas de estos tres autores, a la actualidad.

A no ser que nos caracterice un grado de ingenuidad patológica tal que creamos que el Perú verdaderamente está progresando y que «todo va a estar bien», seremos conscientes de la gravedad de la situación actual, y a lo mejor habremos de preguntarnos qué podemos hacer, cuándo y cómo. Nos enfrentamos a poderes que se esconden tras la ya conocida fachada democrática. Corrupción, saqueo de recursos, explotación, vulneración de derechos fundamentales, pobreza, impunidad, y a nivel global, destrucción del medio ambiente y la posibilidad de una guerra nuclear a gran escala.

¿Podemos realmente enfrentarnos y triunfar ante esta situación? En los últimos años hemos sido espectadores de movimientos de indignados en distintas partes del mundo, incluido recientemente uno muy limitado, en lo que respecta a cantidad, en nuestro país. Sócrates pretende que todos seamos filósofos, pero por supuesto que no se refiere a que todos estudiemos filosofía en la PUCP. El filósofo será el ciudadano con un sentido claro y una opinión verdadera acerca de lo que es justo para la comunidad política, de la mano con la firmeza requerida para luchar por ella. No sé si los indignados sean filósofos. Ciertamente el estándar puesto por Platón y que Badiou recoge es, digamos, elevado. Pero quienes nos dedicamos a estas cosas deberíamos mantener una mirada atenta sobre este fenómeno y otros similares, además, por supuesto, de toda acción colectiva y organizada que se enfrente, cara a cara, a la injusticia, quizás con la única esperanza de subirnos a la ola y esperar que no nos reviente en la cara.

La experiencia de fenómenos similares, sin embargo, no nos permite ser muy optimistas. ¿Podría una gran marea de indignación ser algo más que un diluvio, y disponer a la humanidad en un camino seguro hacia un estado mejor?

Pero, ¿cuánto más podemos esperar el evento aleatorio, impredecible del que habla Badiou? ¿Puede la filosofía aportar algo más allá que la esperanza de un evento futuro, algo más que un quiliasmo? ¿O es que hemos de conformarnos con el mito del viaje de mil años? Tal vez el problema esté mal formulado, y debería más bien preguntar: ¿qué puedo hacer yo, ahora?

Me planteo estas preguntas, en voz alta, preguntas para las que no tengo respuesta. Muchas gracias.


[1] Esta es la ponencia que he tenido el agrado de leer en el IX Simposio de Estudiantes de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica, el día 27 de septiembre del presente año.

[2] La traducción a la obra de Badiou, desde el inglés, es mía.

Bibliografía:

BADIOU, Alain

Plato’s Republic: a dialogue in 16 chapters. Nueva York: Cambridge University Press, 2012.

KANT, Immanuel

Ideas para una historia universal en clave cosmopolita y otros escritos sobre Filosofía de la Historia. Madrid: Editorial Tecnos, 2006

PLATÓN

Diálogos. Vol. VII. Madrid: Gredos, 1992.

Diálogos IV: República. Madrid: Gredos, 1986.

Programa del IX Simposio de Estudiantes de Filosofía de la PUCP (y la sumilla de mi ponencia)

Esta semana se llevará a cabo el IX Simposio de Estudiantes de Filosofía de la PUCP en el que tendré el agrado de participar por séptimo año consecutivo (sí) con una ponencia titulada «El viaje de mil años (o el problema del dónde, cuándo y cómo del Estado perfecto)».

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Pueden consultar el programa.

Detalles de la mesa en ala que participaré:

Mesa 9: Filosofía como praxis: tres perspectivas

03:30 p.m.–04:45 p.m.

Panelistas:

  • Pablo Borasino (PUCP): “La supuesta contradicción a partir de la felicidad de la contemplación en Aristóteles”
  • Joan Caravedo (PUCP): “Descartes angustiado”
  • Martín Valdez (PUCP): “El viaje de mil años (o el problema del dónde, cuándo y cómo del Estado perfecto)”

A continuación, la sumilla de mi ponencia (que en realidad corresponde a los primeros tres párrafos de la misma):

Al comienzo de su genealogía de la moral, Friedrich Nietzsche nos brinda un recuento racista, prepotente, retórico, propiamente, acerca de cómo una moral original, noble, ha sido derrotada y eventualmente ocultada por una mayoría de seres débiles y abyectos, que se han dado a sí mismos la virtud de la inacción, de una venganza imaginaria. Por supuesto que debemos rechazar como grotesca, tomada al pie de la letra, esta explicación acerca del origen de una moral universalista, basada en la igualdad de los seres humanos en dignidad. Sin embargo, debemos tomar muy seriamente su diagnóstico del mundo en que vivimos, donde la debilidad y la inacción son hegemónicas. Un mundo en que el mercado y la codicia desmedida de sus seguidores impone las reglas; donde la pobreza, la destrucción del planeta, la sobrepoblación, las guerras, la tortura y, a grandes rasgos, la injusticia y la irracionalidad, son algo generalizado. Nos vemos incapaces de tomar el control colectivo acerca de nuestro destino. Vivimos en una época de nihilismo: no podemos hacer nada y, por lo tanto, no queda nada por hacer.

La imagen del viaje de mil años que le da el título a esta ponencia refiere a la última línea de la República de Platón, y que entenderé como la distancia que separa el momento actual de la consecución del orden político y social representado racionalmente por el filósofo. Para los fines de esta ponencia, suspenderemos la discusión acerca de las características de dicha utopía (llámesele democracia, republicanismo, socialismo, liberalismo, comunismo, etc.) y nos centraremos en lo que la filosofía pueda decir acerca de cómo cambiar el estado actual de cosas por uno sustancialmente mejor y duradero, cualquiera que fuere. Es decir, la respuesta al problema del nihilismo.

Para ello, partiré de las propuestas de Platón y de Immanuel Kant, para centrarme con mayor detalle en lo que propone Alain Badiou en su reciente hipertraducción de la República. Finalmente, terminaré con algunas apreciaciones acerca de la relevancia del tema para fenómenos recientes como el de los indignados y de forma más local el de #TomaLaCalle.

Sobre cómo me planteé la problemática de fondo, ver la «Sumilla en construcción».

El triunfo del Uno sobre los contrarios: la refutación definitiva de Heráclito

En el contexto de una discusión acerca de la estructura del alma humana, Sócrates se enfrenta a una conocida objeción desde el bando heraclíteo.

drawing-from-a-greek-krater-of-the-greek-deity-apollo-with-bow-and-arrow_i-G-26-2696-FOOUD00Z–Estamos ahí. Si algo contraría, de modo inmanente, la pulsión del Sujeto sediento, se trata forzosamente de la acción, interna al Sujeto, de algo distinto de esa pulsión que lleva al sediento hacia el beber como si fuera un animal. Hemos admitido, en efecto, que ninguna cosa puede producir en el mismo momento, en la misma parte de sí misma y con miras al mismo objeto, efectos contrarios.

–¡Eh! –desliza Amaranta–. Ya lo ha condenado a usted Heráclito, que estigmatiza a aquellos que «no comprenden el acuerdo profundo de lo que está en conflicto consigo mismo».

–¡Siempre me sales con Heráclito! ¿Es tu preferido Heráclito? El ejemplo que él da del «acuerdo de los movimientos opuestos», el tiro al arco, es, con todo, bien estúpido. Alega que el arquero rechaza y atrae el arco en el mismo movimiento. ¡Pero no! Una de las manos empuja la madera del arco hacia adelante, mientras que la otra tira la cuerda y la flecha hacia atrás. Heráclito, como siempre, toma la combinación de dos operaciones separadas por una contradicción única. La unidad de los contrarios, su fusión, ¡eso no existe!

–No obstante –objeta Glaucón–, el arquero unifica bien los dos movimientos.

–¡Lo hace sólo porque tiene dos manos! El dos está dado y se impone al uno. No es lo Uno lo que produce en sí mismo el despliegue contradictorio de lo Dos. Como ven, esta historia de lo Uno, de lo Dos, y finalmente de la negación, es muy sutil. Volvamos, para ver claro en todo esto, a nuestro sediento. (2013: 185-186)

Por supuesto que tal oposición entre el Uno de Parménides y Platón, por un lado, y la multiplicidad de Heráclito, en el otro, no es sino una burda simplificación de las posiciones de todos los autores en cuestión. El mismo Heráclito sentenció: «todas las cosas no son sino una».


Bibliografía:

BADIOU, Alain

La República de Platón. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2013.

«La verdad es que nunca es justo perjudicar»

Acaba de salir la traducción al español de La República de Platón, de Alain Badiou, obra de la cual, por cierto, ya he escrito un par de entradas:

Todos seremos filósofos (la tesis del filósofo gobernante reescrita por Alain Badiou)

Sumilla en construcción: El viaje de mil años (o el problema del dónde, cuándo y cómo del Estado perfecto)

Un perro filósofico

La hipertraducción del griego original se encuentra en un punto medio perfecto entre una traducción estándar, y una completa reimaginación. Badiou es fiel a la esencia del texto, y no pocas veces uno se encuentra con la sensación de estar leyendo a Platón. El Sócrates de Badiou es el Sócrates de Platón, pero ya no atado a la Atenas de hace 2500 años, sino que tiene un pie en todos los lugares y todos los tiempos a los que podemos acceder mediante el pensamiento filosófico y su largo desarrollo histórico. La tesis, que cada quién tendrá que juzgar, es que el problema que identifica Platón es el mismo al que nos enfrentamos todavía hoy.

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Veamos un pasaje del prólogo:

—¿Que es cierto qué, Sócrates? Nos está atolondrando.

—La verdad es que, si uno los maltrata, desnaturaliza su virtud propia. Del caballo y del perro al hombre, ¿la consecuencia es buena? Si uno maltrata a la especie humana, ¿no se vuelve peor, en lo que respecta a su virtud propia?

—¡Comprendí! ¡Usted introduce al hombre por el caballo! La conclusión me parece excelente. Habría que determinar aún cuál es la virtud propia del hombre. ¡No es como galopar o ladrar!

—¡Pero si es de eso de lo que hablamos desde el inicio de la tarde! ¡Afirmamos que la virtud propia de la especie humana es la justicia! De nuestra comparación resulta entonces que, si se maltrata a los hombres, se los hace más injustos de lo que eran. O sea que es imposible que un justo maltrate a quien fuere.

—¡Espere! Hay algo que me falta aquí, no veo la lógica del razonamiento.

—Un músico no puede, sólo por el efecto de su música, crear a un analfabeto musical, como tampoco un caballero, sólo por su arte ecuestre, a un ignorante total del caballo. ¿Y sostendríamos que un justo puede, sólo por el efecto de su justicia, hacer a alguien más injusto de lo que es? ¿O, para abreviar, que la virtud de los buenos es lo que engendra a los canallas? Es absurdo, tanto como sostener que el efecto del calor es enfriar o el de la sequedad, mojar. No, no puede estar en la naturaleza de un alma bella perjudicar a quien fuere. Y como el justo es un alma bella, no está en su naturaleza perjudicar a su amigo, aunque éste fuera un canalla, ni, por lo demás, perjudicar a quien sea. Ésa es una propiedad del injusto que, él sí, es un canalla.

Aturdido, Polemarco capitula:

—Temo que debo rendirme. Usted es demasiado fuerte para mí.

Sócrates remata al interlocutor:

—Si alguien, incluso Simónides, incluso Homero, sostiene que la justicia equivale a devolverle a cada uno lo que se le debe, y si su pensamiento subyacente es que el hombre justo debe perjudicar a sus enemigos y beneficiar a sus amigos, sostendremos con arrojo que esos argumentos son indignos de un sabio. Porque, sencillamente, no son verdaderos. La verdad –que nos ha aparecido en todo su esplendor en el hilo del diálogo– es que nunca es justo perjudicar. Que de Simónides a Nietzsche, pasando por Sade y tantos otros, se haya sostenido lo contrario no nos impresionará más, ni a usted ni a mí. Amén de eso, mucho más que a los poetas o a los pensadores, la máxima “es justo perjudicar a sus enemigos y beneficiar a sus amigos” me parece apropiada para los Jerjes, Alejandro, Aníbal, Napoleón o Hitler, para todos aquellos en quienes la extensión del poder, por un tiempo, provocó una suerte de embriaguez.

Y Polemarco, conquistado:

—¡Es a toda una visión del mundo a la que usted nos convoca! Estoy dispuesto a librar batalla a su lado.

—Entonces, comencemos por el comienzo. Si la justicia no es lo que los poetas y los tiranos sostienen que es, ¿qué puede ser?

Descargue el prefacio y el prólogo (de donde proviene el extracto) en español.

Sumilla en construcción: El viaje de mil años (o el problema del dónde, cuándo y cómo del Estado perfecto)

Ando pensando acerca de qué presentar para el IX Simposio de Estudiantes de Filosofía de la PUCP. El tema tal como lo plasmé improvisadamente en la sumilla que he mandado (y que espero me acepten) apunta a la relativa debilidad de la filosofía a la hora de abordar el tema (tanto en teoría como en la práctica) de cómo sea posible la consecución del Estado perfecto, o, en su defecto, de un orden social decente que no nos llevé a la total destrucción del medio ambiente y de la especie humana[1].

Creo ya haber llegado a tierra firme como para poder anunciar que la ponencia ahora se titulará «El viaje de mil años» y tratará acerca del problema de dónde, cuándo y cómo realizamos el Estado perfecto[2]. El título refiere a la última línea de la República de Platón[3], que entiendo como la distancia que separa el momento actual de la consecución del orden político y social representado racionalmente por el filósofo. En ese sentido, la ponencia suspenderá la discusión acerca de las características de dicha utopía (democracia, republicanismo, socialismo, liberalismo, comunismo, etc.) y se centrará en lo que la filosofía pueda decir acerca de cómo cambiar el estado actual de cosas por uno sustancialmente mejor y duradero, cualquiera que fuere[4].

Para ello, partiré de las propuestas de Platón y de Immanuel Kant, para centrarme con mayor detalle en lo que propone Alain Badiou en su reciente hipertraducción de la República. Finalmente, terminaré con algunas apreciaciones acerca de la relevancia del tema para fenómenos recientes como el de los indignados y de forma más local el de #TomaLaCalle.

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Pero antes de terminar esta entrada, quisiera colorear un poco lo que está en juego, adelantando un pasaje de la versión de la República del filósofo francés.

Tras una exposición de las características de la quinta forma de gobierno, el comunismo, Glaucón le reclama a Sócrates aterrizar el problema. Asumiendo que dicho sistema de gobierno es posible, la discusión debe ahora enfocarse en resolver el problema de dónde, cuándo y cómo se realiza dicho sistema. Tras reiterar la tesis de Platón de que es imperativo que los filósofos gobiernen, y que dado que los principios del comunismo suponen que todos deben gobernar, y que, por lo tanto, todos debemos ser filósofos en dicho sistema de gobierno comunista, Sócrates debe explicar dónde, cuándo y cómo es posible que se dé esta forma de gobierno:

El grupo [de filósofos] crecerá como resultado de una necesidad que se pondrá en movimiento por un evento aleatorio[a chance event], por el que todos serán arrastrados, quiéranlo o no. (2012: 195)[5]

Continuará.


[1] La ponencia llevaba tentativamente el título «El silencio de la filosofía (ante el fin del mundo)» y la sumilla completa se puede consultar acá.

[2] Y usamos «Estado perfecto» de forma amplia, de tal modo que podríamos decir también «constitución perfecta», o siguiendo a Alain Badiou, «comunismo».

[3] «Y, tanto aquí como en el viaje de mil años que hemos descrito, seremos dichosos» (1986: 621c-d).

[4] Evidentemente, a estas alturas, es absurdo pensar que existe una caracterización única del modo de gobierno ideal, lo que no quita que podamos hablar de forma general de sus principios y constitución.

[5] La traducción a la obra de Badiou, desde el inglés, es mía.

Bibliografía:

BADIOU, Alain

Plato’s Republic: a dialogue in 16 chapters. Nueva York: Cambridge University Press, 2012.

PLATÓN

Diálogos IV: República. Madrid: Gredos, 1986.

Todos seremos filósofos (la tesis del filósofo gobernante reescrita por Alain Badiou)

En su hipertraducción[1] de la que es quizá la obra más importante de la historia de la filosofía, Alain Badiou retoma la tesis del filósofo gobernante de Platón (República, 473d-e), sólo que con una no poco importante modificación. Para Badiou, al igual que para Platón, no habrá fin para los males que afligen a toda la humanidad hasta que los verdaderos filósofos gobiernen las ciudades y Estados. Pero a diferencia de Platón, Badiou propone que todos debemos volvernos filósofos (2012: 166).

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En efecto, dado que el gobierno perfecto ha sido identificado con el comunismo, y dado que esa quinta forma de gobierno implica que su organización debe quedar sujeta al mando de cada uno de quienes dicho Estado es el todo, es decir, de todos, por tanto, todos deben ser filósofos dado que todos deben gobernar este Estado comunista. Al ser increpado acerca de la necesidad precisamente de esto, de que todos sean filósofos, el Sócrates de Badiou es categórico al respecto:

Todos sin excepción, dijo Sócrates suavemente. Sí, sin excepción alguna. (2012: 182)[2]

Así, el filósofo (o filósofa), es decir, el total de miembros del Gobierno comunista, debe de «tener buena memoria, facilidad para aprender, un alto intelecto, cierta gracia, gusto por la verdad y la justicia, un gran coraje, y abundante autodisciplina» (2012: 182), así como un «carácter desinteresado, dado que el impulso de hacerse rico y de gastar cantidades extravagantes de dinero es lo último que debe buscarse en un filósofo» (2012: 180). Sólo de esta forma será capaz de «mantenerse fiel a los principios comunistas y a las instituciones en las que dichos principios se plasman» (2012: 178).

Recordamos que la discusión de la República de Platón (y de Badiou) llegó a este punto tras la pregunta acerca de la posibilidad de esta forma de gobierno perfecta, y en consecuencia, el dónde, cuándo y cómo de su realización.

Ver también:

Platón habla

Condiciones para una alternativa de activismo humanista


[1] Lea el prefacio de la obra (en español) donde el autor explica su proyecto.

[2] La traducción a la obra de Badiou, desde el inglés, es mía, lo que significa ya una triple traducción del texto original de Platón en griego. Perdón.

Bibliografía:

BADIOU, Alain

Plato’s Republic: a dialogue in 16 chapters. Nueva York: Cambridge University Press, 2012.

La indefectibilidad del bien (una entrada sobre Aristóteles, Kant y Carl Rogers)

Carl Rogers señala que, de cumplirse ciertas condiciones en la relación entre el psicoterapéuta y el cliente, entonces, «un cambio y desarrollo personal constructivo [en el cliente] ocurrirá indefectiblemente» (1961: 35)[1][2][3]. El cliente descubre dentro de sí mismo la capacidad de usar la relación de ayuda para el crecimiento (Rogers 1961: 33).

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Rogers relativiza desde un punto de vista teórico el problema de qué es aquello en los seres humanos que tiende hacia el bien, «ya sea que alguien lo llame una tendencia al crecimiento, un impulso hacia la auto-actualización o una tendencia direccional  progresiva», mas no duda en afirmar que «existe en cada individuo, y espera únicamente las condiciones propicias para liberarse y expresarse» (1961: 35).

Puesto de otro modo, se trata de afirmar que «el núcleo más íntimo de la naturaleza del hombre, lo más recóndito de su personalidad, la base de su «naturaleza animal», es en sí misma positiva — está socializada, orientada hacia el progreso, es racional y realista» (Rogers 1961: 91). El objetivo de esta entrada es mostrar que esta tesis, para la cual Rogers encuentra amplio sustento empírico desde su propia experiencia, así como desde diversos estudios, se puede insertar en una larga tradición de pensamiento filosófico.

Tomemos el caso de Aristóteles. Para el filósofo, el fin último del ser humano consiste en realizar la función que le es propia, de forma excelente (EN 1098a15-20). La ética implica habituarse a actuar de acuerdo a lo que el ser humano es esencialmente, esto es, a actuar racionalmente. Y sin embargo, este actuar requiere ser de cierta forma, haber acostumbrado a nuestra parte irracional (que compartimos con otros animales) a querer lo que la razón dicta.

Aristóteles no tendría reparo en afirmar que, en el fondo, somos esa razón, si bien para dejarla aflorar tenemos que educarnos rectamente.

En la modernidad, parecería que nos encontramos con un cambio radical. Immanuel Kant, por ejemplo, afirma que el ser humano es por naturaleza malo. Esto suele interpretarse como la articulación de lo que en la tradición cristiana se llama pecado original. Y sin embargo, el mismo Kant creía que la forma en que estamos constituidos, tanto nuestra naturaleza animal como racional, está predispuesta al bien.

La moralidad misma, para Kant, tiene su fundamento en la razón pura práctica del ser humano, razón pura que podemos pensar corresponde a «su yo tal como […] pueda estar constituido en sí mismo» (G 4:451). Actuar moralmente, para Kant, significa adecuar nuestra arbitrariedad a la legislación que nos es dada por la racionalidad. Si bien observamos la capacidad de actuar incluso en contra de la ley de la razón, debemos pensar que semejante accionar significa ir en contra de nosotros mismos, de lo que somos realmente.

La voluntad, que Kant distingue del arbitrio, no es libre (arbitraria) sino que es la legislación misma y denota una racionalidad que funciona correctamente (MS 6:226). Es en las relaciones humanas que esta racionalidad se deforma y corrompe[4]. No es coincidencia que Rogers proponga que es mediante un tipo de relación entre personas que esta corrupción se repara o corrige, y el resultado es un correcto funcionamiento del organismo, racional.

Si bien Rogers no encuentra mucho respaldo entre sus colegas para su tesis de que hay algo bueno en el ser humano que inevitablemente aflora y crece si las circunstancias son propicias, en la tradición filosófica racionalista puede hallarlo sin problemas.


[1] Las traducciones son mías, si bien he considerado una traducción al español.

[2] Rogers insiste en que incluye esa palabra, «indefectible» [invariably] «sólo después de una larga y cuidadosa consideración» (Rogers 1961: 35).

[3] El subrayado es mío.

[4] Kant identifica esta corrupción a nivel individual como una maldad radical que corrompe el corazón de las personas, y a nivel social como la insociable sociabilidad, característica de la especie humana.

Bibliografía:

ARISTÓTELES

Ética Nicomáquea. Ética Eudemia. Traducción de Julio Palli Bonet. Madrid: Editorial Gredos, 1985.

KANT, Immanuel

Fundamentación para una metafísica de las costumbres. Traducción de Roberto Rodríguez Aramayo. Madrid: Alianza Editorial, 2002.

The Metaphysics of Morals. Traducción de Mary Gregor. Cambridge: Cambridge University Press, 1996. 

La metafísica de las costumbres. Traducción de Adela Cortina Orts y Jesús Conill Sancho. Madrid: Editorial Tecnos, 1989.

ROGERS, Carl R.

On Becoming a Person. Nueva York: Houghton Mifflin Company, 1961.

Una de las más simples expresiones de sabiduría humana (mas no por eso menos fundamental)

Reproduzco el fragmento 284 de la obra de Zenón de Citio, fundador del estoicismo.

284 Epifanio, Contra las herejías III 2, 9 (III 36), pág. 592 Diels [S.V.F. I 177]

Las causas de los acontecimientos en cierta medida [dependen] de nosotros y en cierta medida, no. Es decir, que algunos acontecimientos [dependen] de nosotros y otros, no.

Las máximas que se desprenden de este conocimiento son muchas, tales como «vivir de modo coherente» o, puesto de otro modo, «vivir según una sola norma y de acuerdo con ella»[1]; si bien no son exhaustivas, y pueden expresarse de muchas y diversas maneras.


[1] Las máximas pertenecen al fragmento 287.

Bibliografía:

ZENÓN DE CITIO y otros autores

Los estoicos antiguos. Traducción de Ángel J. Cappelletti. Madrid: Editorial Gredos, 1996.