Uno de los conceptos más conocidos de la ética kantiana es el de la buena voluntad. Sin embargo, su importancia dentro de la teoría ética de Kant es bastante limitada, por más que se suela resaltar desmesuradamente por algunos intérpretes y tutores.
En todo caso, nunca está de más entender propiamente en qué consiste esta figura, y, por supuesto, Allen W. Wood nos brinda una definición clara y distinta. Observemos.
Voluntad es para Kant la razón práctica — esto es, la facultad de los principios que reconocen leyes, adoptan máximas, y derivan acciones de ellas (Ak 4:412). Una buena voluntad, entonces, es aquella facultad cuando adopta buenos principios y se propone actuar acordemente. Puede hacerlo cuando necesita constreñirse en orden de realizar la acción, pero también cuando no sea necesario, porque sus buenos principios están en una contingente armonía con las inclinaciones (deseos empíricos y no-morales). Una buena voluntad debe distinguirse de lo que Kant luego llamará una «voluntad absolutamente buena», cuyo principio es el imperativo categórico o la ley moral misma (Ak 4:437-9, 444)[1].
Una buena voluntad, como habremos notado, no actúa necesariamente por deber, concepto que Kant introduce para mostrar, por contraste, en qué consiste lo propiamente moral de las acciones buenas (Ak 4:397).
[1] Allen W. Wood, Kantian Ethics (New York: Cambridge University Press, 2008). La imperfecta traducción es mía, y pertenece a la página 32.