Vimos en el primer artículo—de esta serie de tres—que la distinción entre mundo fenoménico y mundo noumenal puede ser vista en la ética kantiana hoy como una forma de pensar la libertad del albedrío sin contradicción con las leyes de la naturaleza, pero que todavía tiene un dejo de arbitrariedad metafísica del cual debemos deshacernos.
En este segundo artículo abordaremos la razón práctica, y trataremos de explicar en qué sentido Kant le atribuye nuestra libertad.
Ser racional
Para no tener que mandarlos de vuelta al primer artículo, colocaré nuevamente la primera parte de la cita que les presenté ahí.
En la conciencia de un deber hacia sí mismo el hombre se considera, como sujeto de tal deber, en una doble calidad: primero como ser sensible, es decir, como hombre (como perteneciente a una de las especies animales); pero luego también como ser racional ( Vernunftwesen ) (no simplemente como un ser dotado de razón ( vernünftiges Wesen ), porque la razón en su facultad teórica bien podría ser también la cualidad de un ser corporal viviente), al que ningún sentido alcanza, y que sólo se puede reconocer en las relaciones práctico-morales, en las que se hace patente la propiedad inconcebible de la libertad por influjo de la razón sobre la voluntad internamente legisladora[1].
Usé cursivas para la palabra «ser» del título pues, como vemos en la cita, esta puede ser entendida en dos sentidos distintos. En primer lugar, un ser racional puede ser cualquier ser dotado de razón (siendo esta razón entendida en un sentido únicamente teórico). Pero en un sentido más delimitado e importante, ser racional es aquel ser que usa su razón (o puede usarla) en sentido práctico, y por lo tanto no es meramente un ser dotado de razón (vernünftiges Wesen), sino un ser racional en sentido estricto (Vernunftwesen).
Ahora, sobre esto, tenemos que entender que es exclusivamente el sentido estricto de ser racional el que requiere una explicación fuera de la causalidad natural, y por lo tanto, una apelación al mundo noumenal. Me parece de total importancia que entendamos el porqué de esto, y para hacerlo, tenemos que ahondar en los distintos tipos—o niveles—de racionalidad práctica que Kant propone son característicos, ya no del individuo, sino de la especie; y no en tanto su existencia estrictamente biológica, sino histórica, como efectivamente se da sobre nuestro planeta.
En su libro Antropología en sentido pragmático, Kant atribuye a la especie humana tres capacidades: la capacidad técnica, para manipular objetos; la capacidad pragmática, que le permite al hombre manipular a otros hombres; y finalmente la capacidad moral, de obrar de acuerdo a las leyes de la libertad. Para Kant, cualquiera de estos grados es suficiente para diferenciar al hombre de cualquier otro animal en el planeta, lo que no quita que exista una jerarquía entre estos, como procederemos a ver.
La capacidad técnica es fácil de reconocer, y se da en tanto un hombre hace uso de su razón en sentido básico. Por ejemplo, hace cincuenta mil años, se me ocurre que para alcanzar el fruto de un árbol, un homo sapiens podía elegir entre trepar dicho árbol, o a lo mejor hacer uso de una rama caída para golpear el fruto y esperar que caiga. En otro ejemplo, yo estoy eligiendo escribir este artículo directamente en la página de WordPress, en vez de escribirlo primero en Word, y luego copiarlo y pegarlo acá.
La capacidad pragmática, por otro lado, ha permitido que a lo largo de generaciones el hombre transmita los conocimientos adquiridos, de tal forma que cada hombre no tenga que empezar de cero, y que yo pueda estar acá tratando el problema de la libertad basándome en Kant. Esta segunda capacidad, cabe aclarar, requiere que poseamos la primera, por motivos evidentes, y por lo tanto, es superior. Además, si bien se puede concebir la primera capacidad en un individuo aislado (pensemos en un niño feral), es imposible que esta segunda capacidad se dé salvo en sociedad, por motivos también evidentes.
Por último, tenemos la capacidad moral, que al igual que la segunda respecto de la primera, no se puede dar sin las precedentes, y se puede considerar por lo tanto superior. Esta capacidad moral coexiste con la pragmática, al menos potencialmente, y no requiere de ningún añadido. La relación entre estas dos capacidades es en buena medida análoga a la que existe entre dos predisposiciones—de un total de tres—que Kant reconoce en el hombre: a la humanidad y a la personalidad[2].
Es necesario introducir ahora la diferencia entre dos tipos de libertad que permite la ética kantiana: una en sentido negativo y otra en sentido positivo. La primera es básicamente el poder que tiene nuestro albedrío (Willkür) para «actuar independientemente de (e incluso en contra de) algún deseo empírico (incluso el más fuerte)», así como también la «capacidad para decidir por nosotros mismos cómo hemos de satisfacer tal deseo». En sentido positivo, la libertad es «la capacidad de un ente de ser una ley para sí mismo, de actuar por razones según un principio inherente a la naturaleza de su propia voluntad». En conjunto, la libertad es «la capacidad de actuar de acuerdo a razones»[3].
Así, la libertad en sentido negativo corresponde claramente a las dos primeras capacidades, mientras que en el sentido positivo va de la mano exclusivamente de la capacidad moral. Queda también establecido que, donde sea que exista razón práctica, existe también libertad, al menos en sentido negativo. Y es que la razón práctica, esto es, el actuar de acuerdo a razones—ya sea de forma técnica, pragmática o moral—, es el elemento que irrumpe en el mundo natural y altera su causalidad, y que Kant creyó, al menos para pensar el problema sin contradicción, necesitaba la apelación a un mundo distinto del físico.
Terminaré de forma algo abrupta este artículo, pues no he explicado del todo la relevancia que tiene esta disección de la razón práctica para el problema del origen de la libertad, porque ese será el tema del próximo y último artículo, que lo abordara desde una perspectiva histórica.
[1] Immanuel Kant, La metafísica de las costumbres (Madrid: Editorial Tecnos, 1989). La cita corresponde a la página 276.
[2] Sobre esta relación pueden consultar el tercer artículo que hice sobre el imperativo categórico, que se enfoca en el papel de la humanidad como valor fundamental en la ley moral.
[3] Sigo de cerca a Allen W. Wood sobre estas definiciones de la libertad en sentido positivo y negativo, presentes tal como aparecen en el capítulo 7 (Freedom) de Kantian Ethics (New York: Cambridge University Press, 2008). La traducción es mía.