En la «Segunda sección» de la Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Immanuel Kant extrae una concepción de la ley moral partiendo del análisis de una voluntad racional. Sin embargo, la existencia de dicha ley moral descansa en que aceptemos que la humanidad tiene valor absoluto, o dicho de otro modo, que «la naturaleza racional existe como fin en sí mismo«[1], afirmación que en dicha sección es presentada únicamente como un «postulado».
La ley moral es presentada, entonces, como una idea regulativa[2]: «la idea de la voluntad de todo ser racional como una voluntad universalmente legisladora«. Pero lo único que ha hecho Kant es explicitar cómo esta ley moral está incluida ya en el conocimiento moral común, de «quien tenga a la moralidad por algo y no por una idea quimérica desprovista de verdad». Lo que no puede demostrar, entonces, es que la moralidad misma «no sea un fantasma vano» ni que «el imperativo categórico y con él la autonomía de la voluntad son verdaderos y absolutamente necesarios».
Para llevar a cabo semejante demostración, Kant tiene que mostrar la posibilidad de «un uso sintético […] de la razón pura práctica», lo que necesita a su vez de los lineamientos generales de una crítica de dicha facultad, que es el humilde objetivo de la «Tercera sección», en la que nos adentraremos.
Para responder a la pregunta ¿cómo es posible un imperativo categórico?, Kant introduce la infame división de mundos :
[…] la idea de la libertad hace de mí un miembro de un mundo inteligible; si yo no fuera parte más que de este mundo inteligible, todas mis acciones serían siempre conformes a la autonomía de la voluntad; pero como al mismo tiempo me intuyo como miembro del mundo sensible, esas mismas acciones deben ser conformes a dicha autonomía. Este deber categórico representa una proposición sintética a priori, porque sobre mi voluntad afectada por apetitos sensibles sobreviene además la idea de esa misma voluntad, pero perteneciente al mundo inteligible, pura, por sí misma práctica, que contiene la condición suprema de la primera, según la razón.
Cuando alguien reconoce, por ejemplo, que debe decir la verdad, desde un punto de vista moral, Kant diría que semejante proposición implica la existencia de un mundo inteligible regido por una causalidad distinta de la del mundo sensible: una causalidad regida por leyes de la libertad, es decir, la ley moral.
Sin embargo, afirmar esta división de mundos sobrepasa los límites mismos sentados por la filosofía crítica del mismo Kant, que considera no nos es lícita cualquier afirmación sobre las cosas en sí. ¿Cómo podemos entender, entonces, esta transgresión?
El motivo detrás de esta distinción es la necesidad de salir de la clara argumentación circular en la que está cayendo Kant, que consiste en que nos «consideramos como libres en el orden de las causas eficientes, para pensarnos sometidos a las leyes morales en el orden de los fines, y luego nos pensamos como sometidos a estas leyes porque nos hemos atribuido la libertad de la voluntad». Llamemos a este círculo, el círculo kantiano.
Kant pretende haber superado este círculo, de alguna forma, desde la separación entre apariencias y las cosas en sí mismas, que considera obvia hasta para un entendimiento común, y que implica que siempre hay algo, tanto en los objetos como en nosotros mismos, que se nos escapa, y nos permite pensarnos como perteneciendo a un mundo inteligible. Es en este mundo que no podemos más que pensar la «propia voluntad sino bajo la idea de la libertad», y donde «conocemos la autonomía de la voluntad con su consecuencia, que es la moralidad».
Pero esto, por supuesto, no resulta obvio en lo absoluto, y es sobre este punto donde Kant fue duramente criticado, a tal punto que muchos críticos creen poder descalificar toda su teoría ética con tan solo rechazar esta distinción.
La respuesta de Kant, no obstante, está en el mismo capítulo, pues afirma que la «razón práctica no traspasa sus límites por pensarse en un mundo inteligible; los traspasa cuando quiere intuirse, sentirse en ese mundo». Lo que nos está otorgando Kant con semejante división de mundos, no es un conocimiento teórico, sino una herramienta para pensarnos[3] sin contradicción como seres libres y a la vez perteneciendo a un mundo gobernado por leyes naturales[4]. Es en ese sentido que la explicación de los dos mundos es perfectamente contingente en el marco más amplio de su teoría.
Esto se ve confirmado repetidas veces a lo largo del mismo capítulo, cuando Kant afirma que la razón sí traspasaría sus límites si «emprendiera la tarea de explicar cómo pueda la razón pura ser práctica, lo cual sería lo mismo que explicar cómo la libertad sea posible«, puesto que «la libertad es una mera idea»[5].
De esa forma, a Kant le basta que consideremos la libertad como propiedad de la voluntad como un presupuesto, pues «todo ser que no puede obrar de otra suerte que bajo la idea de la libertad, es por eso mismo verdaderamente libre en sentido práctico». Kant nos explica esto de la siguiente forma:
Mas es imposible pensar una razón que con su propia conciencia reciba respecto de sus juicios una dirección cuyo impulso proceda de alguna otra parte, pues entonces el sujeto atribuiría, no a su razón, sino a un impulso, la determinación del Juicio. Tiene que considerarse a sí misma como autora de sus principios, independientemente de ajenos influjos; por consiguiente, como razón práctica o como voluntad de un ser racional, debe considerarse a sí misma como libre; esto es, su voluntad no puede ser voluntad propia sino bajo la idea de la libertad y, por tanto, ha de atribuirse, en sentido práctico, a todos los seres racionales.
No podríamos, de forma coherente, emitir el juicio de que no somos libres, pues en tal caso el mismo juicio no sería emitido por nosotros mismos, sino determinado por algún impulso, y no tendría validez. Es en ese sentido que siempre actuamos «bajo la idea de la libertad», y eso es lo que le basta a Kant. Somos prácticamente libres.
Sin embargo, es un error pensar que Kant soluciona de forma alguna el impasse que había mencionado en la «Segunda sección». Más bien, esta «Tercera sección» debe leerse exactamente como Kant la anuncia al final de la precedente: como la aceptación crítica de que por más importante que sea para la moralidad, jamás podremos entender la libertad.
[1] Las citas son a la siguiente edición en línea de la Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Espero reemplazarlas pronto por una más actual.
[2] Estas ideas se dan en la actividad misma de la razón cuando el entendimiento intenta ir más allá de su uso condicionado en la experiencia. Es propio de estas ideas que no «se pueden dar en la experiencia, ni sus principios se pueden jamás comprobar ni contradecir mediante la experiencia” (Kant 1999: ___; Ak 4:329).
[3] Es decir, movernos en el nivel de la razón, por encima del entendimiento, que está limitado a versar sobre el material que nos otorgan nuestras intuiciones sensibles.
[4] Más adelante, Kant lo aclara de la siguiente forma: «El concepto de un mundo inteligible es, pues, sólo un punto de vista que la razón se ve obligada a tomar fuera de los fenómenos, para pensarse a sí misma como práctica«.
[5] Más aún: «Todo esfuerzo y trabajo que se emplee en buscar explicación de [cómo es posible la libertad] será perdido».
Bibliografía:
KANT, Immanuel
Prolegómenos a toda metafísica futura que haya de poder presentarse como ciencia. Traducción de Mario Caimi. Madrid: Istmo, 1999 [1783].