príncipe Myshkin

Cuatro entradas sobre religión (no de filosofía de la religión o teología)

Según el pensamiento de Fiódor Dostoievski, de la mano de dos de sus personajes, primero del príncipe Myshkin (El idiota, primeras dos entradas) y luego del stárets Zosima (Los hermanos Karamázov, las dos restantes). Cada entrada corresponde a un fragmento de la obra religiosa del escritor ruso (el pensamiento doctrinal presente en sus novelas). Se recomienda leer las entradas en orden. Van.

Una definición negativa de lo que es la religión en un discurso parabólico: Las cuatro historias del príncipe Myshkin: una “refutación” del ateísmo (o sobre lo que es propio de la religión).

Sobre la interioridad del ser humano, la insondabilidad que le es propia, y lo que significa en nosotros: Ideas dobles (o sobre lo insondable en las propias motivaciones).

La mentira interior: Sobre la mentira interior.

El mal radical o el pecado original, o, en realidad, sobre el modo compartido de la conciencia moral: La vida monacal y el mal radical de nuestros corazones.

Y para cerrar, una concepción mística de divinidad según Erich Fromm: ¿Qué es Dios? Una concepción existencial, mística y práctica.

Post de domingo.

Top 13 de entradas de Los sueños de un visionario en el 2011

Al igual que en el 2009 y en el 2010, presento las que considero son las mejores entradas del 2011 en este blog. A diferencia de años anteriores, será un top 13 y no un top 10. Para el próximo año no espero muchos cambios en la forma de Los sueños de un visionario, mas sí un incremento de entradas más elaboradas, como complemento de las meramente expositivas. Como se apreciará, la presencia de Immanuel Kant en este blog ha sido rivalizada (o, más bien, complementada) por la del gran escritor ruso Fiódor Dostoievski. Sin más, veamos qué tenemos.

13. ¿Nada más que dos artículos de fe?

El blog (o sea, yo) se enriqueció ilimitadamente con una lectura más atenta de la crítica de la razón a sí misma que llevara a cabo Immanuel Kant, lo que, a su vez, permitió profundizar en el problema metafísico que significa fundamentar la moral.

Ver también:

Prácticamente libres.

Dos tipos —muy distintos— de idealismo, de acuerdo a Kant.

12. La felicidad del perro.

La concepción de felicidad aristotélica aplica a la especie canina. Un argumento a favor de por qué la felicidad es una idea filosófica (y no una descripción de nuestra actividad neuronal).

Ver también:

La virtud del pueblo japonés.

El concepto de eudaimonía de Aristóteles: Una reformulación.

El deber en la ética de Aristóteles.

11. ¿Por qué no matar a la vieja? (o una entrada sobre los imperativos de la moralidad)

Una entrada basada en el problema fundamental de Crímen y castigo. En retrospectiva, el problema tiene más potencial, y la entrada no le hace del todo justicia. Es, además, uno de los tantos intentos de juntar a Kant con Dostoievski.

Ver también:

¿La religión dentro de los límites de la mera razón? Un diálogo entre Kant y Dostoievski.

10. Play the game.

Una breve pero estética entrada donde complemento la presentación de un problema ético con una canción.

Ver también:

Music and Life.

Mona Lisas and Mad Hatters.

Lou Reed define el amor.

9. La religión dentro de los límites de la mera razón, partes I y II.

Finalmente este año se le empezó a hacer justicia en este blog a la crítica ilustrada de la religión que lleva a cabo Immanuel Kant. Más que un despecho absoluto, en realidad Kant tenía un profundo respeto por la religión en general, y la cristiana en particular; en tanto estén al servicio de la moralidad, claro, constituyen precisamente su más profunda expresión.

Ver también:

Jesús de Nazaret, una mera interpretación racional.

Un ejemplo de fe beatificante (y otro de fe de prestación).

8. El liberalismo político y la regulación de los medios de comunicación (o sobre una de las consecuencias más audaces del primer principio de justicia de John Rawls).

Este año la coyuntura política peruana fui incluso más controversial de lo común, y este blog no fue indiferente.

Ver también:

Once motivos por los que votaré por Gana Perú en estas elecciones.

No a Keiko.

Cristo sedado.

7. Immanuel Kant sobre el libro de Job (o una interpretación auténtica de la existencia del mal).

La Ilustración no rechaza la religión, sino que explicita el orden moral que le es propio. Una lectura crítica de la Biblia encontrará dentro de esta misma los principios hermeneúticos correctos para su lectura, o algo por el estilo…

Ver también:

Breve comentario al comentario de Erich Luna sobre el libro de Job (o sobre los límites de la teología).

Sobre el conocimiento propio de la metafísica (o una justificación ilustrada de la Biblia, por si alguien la pidió).

6. ¿Qué es Dios? Una concepción existencial, mística y práctica.

Erich Fromm fue fundamental en los primeros meses de este año para empezar a darle forma a mis investigaciones kantianas, que ciertamente se enriquecieron del psicoanalista y tomaron un matiz más personal y profundo.

Ver también:

Una definición ética de la racionalidad¿Es posible una fe racional en el progreso de la humanidad?

5. La necesidad de la idea de Dios, y una —¿verdadera?— declaración de amor (o una entrada doble sobre Los hermanos Karamázov).

Supongo que uno puede marcar varios antes y después en su propia vida. Uno que se me ocurre está marcado por mi lectura de Los hermanos Karamázov, de Dostoievski, en mi humilde opinión la mejor novela jamás escrita. Su influencia en toda la modesta filosofía producida aquí es evidente, y lo seguirá siendo.

Ver también:

Amor humilde.

El superhombre de… Dostoievski.

4. El agnosticismo (o sobre la posibilidad de la existencia de un ave reptil gigante que controla todo).

Nadie trata problemas morales de forma tan penetrante como Trey Parker y Matt Stone. Ya era hora de que el agnosticismo sea ridiculizado como una posición intelectual en sí misma vacía.

Ver también:

Super Mejores Amigos.

¡Feliz día de San Pedro y San Pablo!

Do’s and don’ts of Reason (o cómo usar bien nuestra racionalidad).

3. ¿Qué es el corazón? (o sobre el misterio en la ética de Kant).

Esta entrada marca el inicio, propiamente, del tema que me ocupará buena parte del próximo año, en el que concluiré mi tesis de Maestría sobre el mal radical en la ética de Kant. Un aspecto descuidado, el corazón en las obras sobre ética de Kant delimita el lugar donde colindan la razón y la sensibilidad, y que nos resulta en última instancia insondable.

Ver también:

¿Qué es la verdad? (o sobre la existencia de una ley moral).

Deontología del corazón.

2. Ideas dobles (o sobre lo insondable en las propias motivaciones).

El príncipe Myshkin, encarnación del ideal de moralidad de Dostoievski, no podía faltar en este Top 13. Si bien meramente expositivas, las entradas basadas en sus ideas constituyen buena parte de la carne de este blog este año que se acaba.

Ver también:

La aniquiladora crítica al catolicismo del príncipe Myshkin.

Las cuatro historias del príncipe Myshkin: una «refutación» del ateísmo (o sobre lo que es propio de la religión).

1. Lawrence of Arabia: la historia de un profeta moderno.

Ya estaba presente tan pronto como en febrero la semilla de lo que significaría el problema fundamental que finalmente será el centro de mis investigaciones filosóficas para el año que viene (así como de mi tesis de Maestría), y que se  ha vuelto explícito en el último mes. me refiero a lo insondable de las motivaciones humanas y cómo puede encajar esta esfera inevitablemente existencial, donde habita una experiencia profundamente religiosa en una teoría ética sostenida en la racionalidad.

Mención honrosa: El pisco sour ideal.

El agnosticismo (o sobre la posibilidad de la existencia de un ave reptil gigante que controla todo)

Cada ser humano es un acertijo, necesita ser resuelto y si estás resolviéndolo toda tu vida, no digas que has perdido tu tiempo; yo estoy intentando resolverlo porque quiero ser un ser humano.

Fiódor Dostoievski, de joven.

¿Qué sostiene verdaderamente el agnosticismo? Vayamos al último capítulo de la temporada 15 de South Park, «The Poor Kid», para una didáctica explicación[1].

No nos engañemos: esto constituye una demoledora burla a la posición que equipara la creencia en una divinidad con sentido a la de un ser absurdo y sin función alguna para el pensamiento y la praxis humana.

De forma similar, podríamos preguntarnos si el argumento del Flying Spaghetti Monster, ¿se burla realmente de la idea de la divinidad? O es que, ¿en realidad no tienen idea de qué están hablando?

Immanuel Kant, como es sabido, tuvo que limitar el conocimiento para darle lugar a la fe[2]. En ese sentido, no podemos conocer si existe realmente el Dios del cristianismo o un ave reptil gigante. En realidad, no importa. No se trata de eso. El agnosticismo se queda en algo que, después del proyecto crítico de la Ilustración, es obvio y no nos dice nada. Es más, constituye en sí mismo una creencia. Negativa, por cierto, y que inclina a las personas a no reflexionar y revisar precisamente aquello en lo que creen (por más que esto sea una nada), y que necesariamente termina articulando su modo de concebir su lugar en el mundo.

Cuando renunciamos a un conocimiento acerca de la divinidad, no obstante, Kant creía, permanecía implacable el interés moral en las ideas de Dios y de la inmortalidad del alma, y de forma más exacta, en la moralidad misma, en un ideal moral que la sostiene (podríamos creer que no existe tal ideal moral, pero eso mismo sería un ideal moral, a  saber, que no debe haber una sola autoridad última, lo que es contradictorio con la autonomía de la persona que lo reconozca).

El agnosticismo refiere, entonces, a la existencia de Dios en su sentido más irrelevante, en su sentido literal. Si bien durante miles de años el discurso religioso se ha concentrado precisamente en ese mismo sentido (y se podría argumentar que por eso la teología también ha sido agnóstica), otra cara de ese discurso se ha ceñido en torno a lo que estamos obligados moralmente si es que Dios existiera (sin importar si es que existe realmente o no), a la virtud.

Vale la pena recordar lo que decía el príncipe Myshkin acerca de los ateos, que, al hablar de Dios y permanecer en este sentido literal, nunca llegan a hablar de lo que es verdaderamente importante.


[1] «No podemos saber con certeza si Dios y Cristo existen. PODRÍAN existir. Pero del mismo modo, PODRÍA existir un ave reptil gigante al mando de todo. ¿Podemos estar SEGUROS de que no la hay? NO, así que no tiene sentido hablar de estas cosas».

[2] “No comparto la opinión que algunos hombres excelentes y reflexivos […] han expresado tan frecuentemente, cuando sintieron la debilidad de las pruebas habidas hasta ahora: que se puede esperar que alguna vez se hallen demostraciones evidentes de las dos proposiciones cardinales de nuestra razón pura: hay un Dios, hay una vida futura. Antes bien, estoy cierto de que esto nunca ocurrirá. Pues ¿de dónde sacará la razón el fundamento de tales afirmaciones sintéticas, que no se refieren a objetos de la experiencia ni a la posibilidad interna de ellos? Pero también es apodícticamente cierto que jamás se presentará hombre alguno que pueda afirmar lo contrario […]”. (Kant 2007: 768-769; A741-742/B769-770)

Bibliografía:

KANT, Immanuel

Crítica de la razón pura. Traducción de Mario Caimi. Buenos Aires: Colihue, 2007.

Las cuatro historias del príncipe Myshkin: una «refutación» del ateísmo (o sobre lo que es propio de la religión)

Al príncipe Lev Nikolayevich, protagonista de El idiota, de Fiódor Dostoiesvki, le preguntan si cree o no en Dios, a lo que responde con cuatro historias distintas. Veamos una por una.

Una mañana viajaba en uno de los nuevos ferrocarriles y durante unas horas estuve hablando en mi compartimiento con un tal S. a quien conocí en el tren. Ya antes había oído decir muchas cosas de él y, entre otras, que es ateo. Es, a decir verdad, un hombre muy instruido, y yo me alegré de poder hablar con un verdadero erudito. Por añadidura, es hombre muy bien educado, de manera que me hablaba como si yo fuera su igual en conocimientos e ideas. No cree en Dios. Sólo una cosa me chocó en él: que no parecía estar hablando de ello durante todo ese tiempo, y me chocó precisamente porque antes, cuando yo tropezaba con incrédulos o leía libros de ellos, tenía la impresión de que no hablaban o escribían de ello, aunque al parecer ese era el tema. Se lo dije entonces, pero por lo visto no muy claramente, o quizá no me expliqué bien, porque él no me entendió en absoluto… (Dostoievski 1999: 315)

En esa ocasión me quedé a dormir en un hotel de la capital del distrito, donde la noche antes se había cometido un asesinato, y todo el mundo estaba hablando de ello cuando llegué. Dos campesinos de edad madura, que no estaban ebrios y se conocían desde hacía largo tiempo, mejor dicho, que eran amigos, habían tomado el té y apalabrado un cuartito para pasar la noche. Uno de ellos había notado que el otro llevaba un reloj de plata  colgado de una cadena amarilla de cuentas de cristal, reloj que no le había visto antes. Ese individuo no era un ladrón, más aún, era un hombre honrado y, en comparación con otros campesinos, no era ni mucho menos pobre. Pero tanto le gustó ese reloj y tanto le había tentado que, por fin, no pudo dominarse: cogió un cuchillo y, cuando su amigo le hubo vuelto la espalda, se acercó a él cautelosamente por detrás, calculó la distancia, alzó los ojos al cielo, se santiguó y dijo, en muda y desesperada plegaria: «¡Señor, perdóname por el amor de Cristo!», degolló a su amigo como si fuera un borrego y le quitó su reloj. (Dostoievski 1999: 315-316)

Por la mañana fui a dar un paseo por la ciudad […] y vi que por la acera venía tambaleándose un soldado borracho vestido estrafalariamente. Se me acercó y me dijo: «Señor, ¿quiere comprarme una cruz de plata? Se la doy en vente kopeks. ¡Una cruz de plata!». Y vi que tenía en la mano, en una cinta azul muy usada, una cruz que de seguro acababa de quitarse del cuello, pero que a ojos vistas era de estaño. Era una cruz de gran tamaño, octogonal y de perfil puramente bizantino. Saqué una moneda de veinte kopeks y se la di y en seguida me la puse al cuello; y vi por la expresión de su cara que estaba contento de haber engañado a un caballero imbécil, y… al momento fue a beberse lo que le di por la cruz. No cabía la menor duda. Yo, por aquellos días, sentía la fuerte impresión de todo lo que encontraba en Rusia; hasta entonces no había comprendido nada, como si me hubiese criado sordomudo, y tenía los recuerdos más fantásticos de ella durante mis cinco años en el extranjero. Pues bien, seguí andando y me dije: «No debo juzgar demasiado de prisa a este hombre que ha vendido su Cristo. ¡Sabe Dios lo que se oculta en estos corazones débiles y ebrios!».  (Dostoievski 1999: 316-317)

Una hora más tarde, cuando volvía al hotel, tropecé con una campesina con un niño de pecho. La mujer era todavía joven y la criatura tendría mes y medio. El niño le había sonreído por primera vez desde que nació. Vi que ella se santiguaba con gran devoción. «¿Por qué haces eso, muchacha?», le pregunté, porque entonces siempre andaba haciendo preguntas. Y ella contestó: «Al igual que una madre se regocija de ver la primera sonrisa de su niño, Dios también se regocija cuando ve desde el cielo a un pecador que se arrodilla ante Él orando de todo corazón». Eso fue lo que me dijo una campesina, casi con esas mismas palabras, y ese pensamiento tan profundo, tan sutil y genuinamente religioso, ese pensamiento que expresa de una vez todo lo esencial del cristianismo, o sea, la noción de Dios como nuestro Padre y el regocijo de Dios ante un hombre, como el de un padre ante su propio hijo, es el pensamiento principal de Cristo. ¡Una simple campesina! Una madre, es verdad… y ¿quién sabe? quizá fuera ella la mujer del soldado de marras. (Dostoievski 1999: 317)

Finalmente, el príncipe termina con la siguiente reflexión:

Escucha, Parfyon, hace un momento me hiciste una pregunta. Oye la respuesta: la esencia del sentimiento religioso no tiene nada que ver con el razonamiento, ni con las faltas o los delitos, ni con el ateísmo. Es algo enteramente diferente y siempre lo será; hay en ello un no sé qué en el que siempre resbalarán los ateos, quienes nunca hablan acerca de eso. (Dostoievski 1999: 317)

Wil van den Bercken ha señalado que más que aludir a un elemento irracional, lo que Dostoievski tiene en mente es el aspecto elusivo e inconmensurable de la fe (2011: 36).

Para otras entradas basadas en las palabras del príncipe Myshkin, ver: Ideas dobles (o sobre lo insondable en las propias motivaciones) y La aniquiladora crítica al catolicismo del príncipe Myshkin.

Para un blog dedicado al pensamiento religioso de Dostoievski, ver: Amor humilde.


Bibliografía:

DOSTOYEVSKI, Fiódor M.

El idiota. Traducción de Juan López-Morillas. Madrid: Alianza Editorial, 1999.

VAN DEN BERCKEN, Wil

Christian Fiction and Religious Realism in the Novels of Dostoevsky. Londres: Anthem Press, 2011. La traducción es mía.

La aniquiladora crítica al catolicismo del príncipe Myshkin

En El idiota, Fiódor Dostoievski desarrolla en la figura de su protagonista el arquetipo de perfección moral, lo que, por supuesto, le trae a este personaje, el príncipe Myshkin, una serie de problemas en el contexto de la sociedad rusa del siglo XIX.

Es en boca de este personaje que desarrolla una devastadora crítica de la religión católica. Tras afirmar que el catolicismo «no es más que una fe no cristiana», se ve obligado a brindar explicaciones:

En primer lugar, es una religión no cristiana […]. Eso en primer lugar; en segundo lugar, el catolicismo romano es incluso peor que el ateísmo…, ¡esa es mi opinión! El ateísmo sólo predica la negación, pero el catolicismo va más allá; predica un Cristo disforme, un Cristo al que ha calumniado y difamado, ¡lo contrario de Cristo! ¡Predica el Anticristo, juro y aseguro que así lo hace! Esa es mi opinión, la sostengo hace mucho tiempo y me ha causado muchísima angustia. El catolicismo romano cree que la iglesia no puede existir en la tierra sin el poder temporal universal, y grita: Non possumus! A mi modo de ver, el catolicismo romano no es ni siquiera una religión, sino claramente una continuación del Sacro Imperio Romano, y todo en él se supedita a esa idea, empezando con la fe misma. El Papa usurpó la tierra, un trono terrenal, y luego empuñó la espada, y desde entonces todo ha ido por ese camino, salvo que a la espada se han sumado más tarde la mentira, el fraude, el fanatismo, la superstición, la villanía. Se ha jugado con los sentimientos más sagrados y auténticos, más puros y ardientes del pueblo; lo han vendido todo, todo, por dinero, por el más rastrero poder temporal. ¿No es eso acaso lo que enseña el Anticristo? (Dostoyevski 1999: 762-763)

Añade, por supuesto, que no se refiere a todos los católicos sino que habla de Roma. La crítica apunta a la estructura misma del catolicismo: a su esencia.

Esta crítica se complementa con otra que puede hallarse en la famosa fábula del Gran Inquisidor, en Los hermanos Karámazov.

Para otra entrada basada en los comentarios del príncipe, ver: Ideas dobles (o sobre lo insondable en las propias motivaciones).


Bibliografía:

DOSTOYEVSKI, Fiódor M.

El idiota. Traducción de Juan López-Morillas. Madrid: Alianza Editorial, 1999.

Ideas dobles (o sobre lo insondable en las propias motivaciones)

Porque no le es posible al hombre penetrar de tal modo en la profundidad de su propio corazón que alguna vez pudiera estar completamente seguro de la pureza de su propósito moral y de la limpieza de su intención, aunque fuera en una acción. (Kant 1989: 246)

Immanuel Kant. La metafísica de las costumbres.

El mundo interior de las personas tiene mucho de insondable. A fin de cuentas, sólo conocemos en uno mismo lo que se nos manifiesta, el fenómeno. A diferencia del mundo exterior, los fenómenos internos están ocultos, y depende de la fortaleza de cada uno atravesar la mentira interior que nos impide ver la propia verdad.

En El idiota, de Fiódor Dostoiesvki, el protagonista y héroe, el príncipe Myshkin, desarrolla el problema de las ideas dobles, es decir el problema de poder explicar una motivación interior de dos formas radicalmente opuestas, a saber, una propiamente moral y otra interesada, y no poder estar seguros, jamás, cuál es la que verdaderamente está determinando nuestra voluntad.

Veamos, primero, la intervención de su interlocutor, una persona viciosa y de mente sencilla, que, sin embargo, se da cuenta de su vicio y de que algo hay de malo en eso; luego le sigue la reflexión del príncipe donde se plantea el problema.

–Oiga, príncipe, he estado aquí desde anoche, primero por un respeto especial hacia el arzobispo francés Bourdaloue (estuvimos abriendo botellas en casa de Lebedev hasta las tres de la mañana), y en segundo lugar, y eso es lo principal (¡y le juro por todas las cruces posibles que digo la pura verdad!), me quedé porque quería, por así decirlo, confesarme con usted completa y sinceramente, contribuyendo de ese modo a mi desarrollo espiritual; con esa idea me dormí a las cuatro de la mañana, bañado en lágrimas. ¿Creerá usted ahora la palabra del más honrado de los hombres? En el momento mismo en que me dormí, rebosante de lágrimas interiores y, por así decirlo, de exteriores también (¡porque acabé por sollozar, lo recuerdo bien!), se me ocurrió una idea infernal: «¿Y, al fin y al cabo, por qué no pedirle prestado dinero después de mi confesión?». Así, pues, he preparado mi confesión, por así decirlo, como una especie de «platito especial condimentado con lágrimas», con el fin de que esas lágrimas preparen el camino y, una vez que estuviera usted en sazón, me alargara ciento cincuenta rublitos. ¿No le parece que eso es mezquino?

–Pero sin duda no puede ser verdad, sino sólo una coincidencia. A usted se le ocurrieron dos ideas a la vez. Eso sucede muy a menudo. A mí me ocurre constantemente. Sin embargo, pienso que eso no es nada bueno, y usted sabe, Keller, que de eso me acuso más que de ninguna otra cosa. En lo que usted me ha dicho me reconozco a mí mismo. En efecto, en alguna ocasión he llegado a pensar –prosiguió el príncipe muy serio y en tono sincero y hondamente interesado– que toda la gente es así, hasta el punto de que empecé a verme a mí mismo con benevolencia, porque es enormemente difícil luchar con estas ideas dobles. He tratado de hacerlo. ¡Sabe Dios cómo llegan a engendrarse! ¡Y usted dice que no son más que mezquindad! Ahora yo también comenzaré a tener miedo a esas ideas. En todo caso, no soy juez de usted. Sin embargo, a mi modo de ver, no cabe decir que eso sea mezquino; ¿qué piensa usted? Usted se ha valido de eso de las lágrimas para sacarme dinero, pero usted mismo jura que su confesión tenía otro propósito, un propósito noble y nada mercenario; en cuanto al dinero, usted lo necesita para irse de juerga, ¿verdad? Lo que después de una confesión como la suya es, por supuesto, una debilidad. ¿Pero cómo puede uno renunciar en un minuto a irse de juerga? Eso es imposible. ¿Qué hacer, pues? Lo mejor será dejarle a usted a merced de su propia conciencia, ¿no le parece?

El príncipe miraba a Keller con extrema curiosidad. Era evidente que la cuestión de las ideas dobles le venía ocupando desde hacía largo tiempo.

–¡Pues bien, después de eso no comprendo por qué dicen que es usted un idiota! –prorrumpió Keller.

El príncipe se ruborizó ligeramente. (Dostoyevski 1999: 442-443)

En tanto el príncipe se rehúsa a tildar como mera mezquindad esta doble motivación, parecería que acepta las ideas dobles como parte de la condición humana; en tanto podemos separarlas (pues son dos), podemos distinguir una noble de una interesada o inmoral, y en vez de reprimirla, debemos más bien resaltarla de tal modo que no prime sobre la propiamente moral.

Para la fuente de la imagen, entrar acá.

Para otra entrada sostenida igualmente en la misma novela, ver: Un argumento, puramente moral, en contra de la pena de muerte.


Bibliografía:

DOSTOYEVSKI, Fiódor M.

El idiota. Traducción de Juan López-Morillas. Madrid: Alianza Editorial, 1999.

KANT, Immanuel

La metafísica de las costumbres. Traducción de Adela Cortina Orts y Jesús Conill Sancho. Madrid: Editorial Tecnos, 1989.

Un argumento, puramente moral, en contra de la pena de muerte

¿Por qué prohibir, categóricamente, la pena de muerte en cualquier circunstancia? Responder a esta pregunta, se me ocurre, resultará difícil sin recurrir a presupuestos metafísicos, lo que, a su vez, más que afirmar la apodicticidad de la respuesta, la deja inevitablemente en un nivel asertórico, contingente.

En realidad, más que un problema moral, de principios, el asunto debe abordarse desde el derecho[1], y tomar en cuenta aspectos no menos importantes que los metafísicos como su capacidad de prevenir (mediante la amenaza de castigo) el crimen.

No obstante, lo netamente moral ciertamente tiene mucho que decir, y lo que sigue es una argumentación categóricamente en contra de la pena de muerte en cualquier circunstancia, tal como está expuesta por el príncipe Myshkin, personaje principal de El idiota, de Fiódor Dostoievski.

El condenado era un hombre inteligente, sereno, fuerte, entrado en años, de apellido Legros. Y lo que le digo a usted, créalo o no, es que lloraba cuando subía al patíbulo y estaba blanco como el papel. ¿Es posible tal cosa? ¿No es eso horrible? A ver, ¿quién llora de terror? Yo nunca hubiera creído que un hombre hecho y derecho pudiera llorar de terror; y no digo un niño, sino un hombre que nunca antes había llorado, un hombre de cuarenta y cinco años. ¿Qué le sucede en ese momento al alma? ¿ A qué convulsiones llega? ¡Es un insulto al alma, ni más ni menos! Está escrito: «No matarás». ¿Quiere eso decir que porque ha matado hay que matarle a él? No; eso no está permitido. Hace ya un mes que lo vi y es como si lo tuviera aún delante de los ojos. He soñado con ello cinco veces. (Dostoyevski 1999: 39)

¿Qué opinan?


[1] En realidad, en la actualidad y desde hace varias décadas, salvo por la necedad y oportunismo de algunos políticos, el asunto parece estar zanjado.

Bibliografía:

DOSTOYEVSKI, Fiódor M.

El idiota. Traducción de Juan López-Morillas. Madrid: Alianza Editorial, 1999.