Uno de los «debates» más irritantes de nuestro entorno es el que ha surgido y se ha ido llevando a cabo en la prensa más liberal sobre la construcción del Museo de la Memoria, y sus implicaciones. Por lo general, me he hecho un hábito ignorar los debates en los que por lo menos una parte se caracteriza por no escuchar a la otra, pero finalmente decidí aportar un poco, después de leer la siguiente carta, y tratar de sacar a la luz los valores que están de fondo, acudiendo a ciertas ideas éticas.
Primero, veamos la carta publicada en la revista Somos hoy, que reproduzco en su integridad, y puesto que forma parte del debate público, dejo el nombre de su autor.
Sangre derramada
Lima, enero de 2010
Me causa estupor la afirmación hecha por la Defensora del Pueblo, Beatriz Merino (Somos 1204), respecto de las personas que por distintas razones, tienen opiniones encontradas con la creación del Museo de la Memoria, cuando dice que los que se oponen «tienen las manos manchadas de sangre». Evidentemente la Doctora Merino, a quien siempre he respetado, no ha sufrido en carne propia el flagelo de la guerra que se libró y que le costó la vida a más de 25 mil peruanos, sin hablar de las multimillonarias pérdidas económicas y atraso que todos esos lamentables años, costaron al país. O por lo menos, ella no está siendo capaz de ponerse en los zapatos de las personas que vivieron la desgracia que les tocó vivir, por poner un ejemplo, a los vecinos de la calle Tarata en Miraflores. Afortunadamente, a mí tampoco me tocó pasar por ese trance, sin embargo, sería incapaz de calificar, como ella lo hace en su afirmación, a quienes se oponen a la creación de ese museo. Sería incapaz de llamar casi asesinos a las miles de viudas, viudos, huérfanos, y minusválidos que ha dejado esa desastrosa guerra y que con legítimo derecho se oponen a la creación de un museo que, de una u otra forma será un durísimo golpe a los miles de peruanos, militares, policías, ronderos o civiles de a pie, que de alguna manera lucharon contra sendero.
JOSÉ ANTONIO CASTILLA MARTÍN
DNI 09381789
Comprenderíamos la indignación del lector si el Museo de la Memoria no fuera a ser también un recinto de homenaje a los policías y militares caídos durante la guerra contra el terrorismo. Todo lo contrario, se honrará como se merece a quienes combatieron el terror, no así a quienes cometieron excesos, y los hubo. Y eso ni siquiera lo niega el actual ministro de Defensa.
La respuesta es sin duda suficiente, en el sentido que corrige objetivamente muchos de los prejuicios del autor de la carta. No obstante, me parece que la respuesta no explicita el problema de fondo, cosa que no he visto a lo largo de todo el debate, quizás por la necesidad de ser políticamente correctos, o por evitar un debate frontal, con una parte opositora que ciertamente no tiene disposición a argumentar.
El problema de fondo, me parece, es que la posición opositora al Museo de la Memoria no reconoce la dignidad inherente a toda persona, idea que implica respetar la vida de los terroristas de forma básica, lo que obviamente no significa que en pleno combate no puedan ser exterminados.
Pero como puede percatarse cualquiera que sepa algo de la guerra interna que azotó al Perú en las décadas finales del siglo XX, Sendero Luminoso no se caracterizó por participar en un combate frontal, sino que se camufló en población inocente, lo que generó que, al no respetarse ni siquiera de forma básica la vida de los terroristas, el Estado terminara por asesinar a miles de civiles inocentes, por pura incompetencia e indiferencia.
Fosa común en Putis, Ayacucho.
Así, las personas que se caracterizan por considerar a sus pares de forma tan simple como «buenos» o «malos»—»blanco» o «negro», en términos todavía más burdos—no pueden empezar a concebir que algunos militares y policías, o en otras palabras, cierta parte del Estado (que incluye de forma compleja también a la población, o sea, nosotros), sea responsable de la muerte de una significativa porción de las víctimas (muchas más que las del MRTA, por ejemplo), pues ellos son los buenos, y de esta forma se ven obligados a sostener absurdos tan grandes como la misma negación de esas víctimas, expresada en el «25 mil».
No resulta extraño que para evitar controversias, no suela decirse de forma clara que el Museo de la Memoria, al igual que la CVR, defiende la vida de los terroristas, en tanto han sido exterminados injustamente, pues ciertos derechos fundamentales no distinguen entre buenos y malos, por más que a las mentes más simples les duela siquiera pensarlo.
En una cosmovisión que toma en cuenta las complejidades morales de la realidad en que vivimos, afirmaciones como las del párrafo anterior no atentan en lo absoluto en contra de las víctimas que sufrieron en carne y hueso los más atroces tormentos, sino que justamente los reafirma de forma esencial.
Para terminar veamos lo que Allen W. Wood, paladín de este blog, tiene que decir sobre la idea de dignidad kantiana y su presencia (o falta de) en la actualidad.
Él [Kant] afirma que [el estatus moral de la naturaleza racional en las personas] tiene «dignidad» (Würde). El significado tradicional de este término involucra identificar a ciertas clases de personas como poseyendo un determinado estatus social que los hace superiores a otros. Tal vez ahora nos hemos acostumbrado a la extensión que Kant hace del término para todos los seres humanos, mas no deberíamos fallar en notar en la afirmación de Kant el carácter desafiante y paradójicamente igualitario que implica sostener que el valor más alto posible que un ser humano puede tener consiste en un valor que todos poseen por igual — ya sean bien nacidos o no, ricos o pobres, inteligentes o estúpidos, incluso buenos o malos. Esta igualdad radical, fundada en la concepción de todo ser humano como un agente racional autónomo, es la idea fundamental de la ética kantiana. El potencial de esta idea de transformar nuestras relaciones los unos con los otros está todavía lastimosamente lejos de realizarse, y sus implicaciones todavía no han sido propiamente pensadas consistentemente[1].
Para una presentación introductoria sobre el concepto de dignidad y humanidad en Kant, vean este artículo.
[1] Allen W. Wood, Kantian Ethics (New York: Cambridge University Press, 2008). La traducción es mía, y corresponde a la página 94.