Karl Marx

Cuatro modos de ser un anticapitalista hoy

Esta entrada es un comentario al artículo «How to Be an Anticapitalist Today», escrito por Erik Olin Wright, para la excelente revista estadounidense Jacobin.

No consideramos necesario argumentar en este espacio sobre por qué el capitalismo es un problema, lo que implicaría detallar sus consecuencias más nefastas como la pobreza, una desigualdad excesiva, la depredación del planeta, las crisis económicas, etc. Tomamos como un lugar común para cualquier mente sana que algo debe hacerse con respecto al modo de producción capitalista. Olin Wright, precisamente, señala cuatro posibles estrategias (ver cuadro), que procederé a mencionar, para concluir con un breve comentario sobre la propuesta misma del autor.

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La primera estrategia consiste en aplastar el capitalismo. Esta estrategia se reconoce bajo la figura de la toma del Estado burgués ya sea por medio de elecciones o de una revolución violenta para desmantelar las instituciones funcionales al capital. Sin embargo, reconoce el autor, los ensayos que se han dado al respecto en el siglo XX no lograron establecer a largo plazo el tipo de sociedad acorde a la ansiada emancipación humana. Señala Olin Wright:

It is one thing to burn down old institutions; it is quite another to build emancipatory new institutions from the ashes.

La segunda estrategia supone sosegar el capitalismo. En palabras del autor:

Capitalism, when left to its own devices, creates great harms. It generates levels of inequality that are destructive to social cohesion; it destroys traditional jobs and leaves people to fend for themselves; it creates uncertainty and risk for individuals and whole communities; it harms the environment. These are all consequences of the inherent dynamics of a capitalist economy.

Nevertheless, it is possible to build counteracting institutions capable of significantly neutralizing these harms. Capitalism does not need to be left to its own devices; it can be tamed by well-crafted state policies.

Esto, por supuesto, no es nada fácil y supone también una fuerte lucha de clases tanto a nivel de las instituciones políticas como de las organizaciones de la sociedad civil. Quizás el caso más exitoso de esta estrategia, que John Rawls tiene como modelo para su teoría de la justicia, es el de los Estados Unidos en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Consideremos únicamente el siguiente dato: en décadas de la postguerra, hasta 1980, el impuesto a la renta de los más adinerados no bajó en ningún momento de 70% (ver gráfico; fuente).

Y sin embargo, desde la gran arremetida neoliberal por la desregulación en la década de los 80s, donde se llegó a bajar dicho impuesto a menos del 30%, la victoria a nivel político y mediático parecería haber quedado completamente zanjada. Plantear apenas una subida del 3%, como fue el caso con Obama, supone la puesta en marcha de toda la maquinaria mediática y política que la clase burguesa tiene a su disposición, llegando a movilizar con total facilidad inclusive a aquellos sectores que se verían beneficiados con semejantes medidas, recurriendo a banderas netamente ideológicas como el aborto, las armas, los inmigrantes, etc., al igual que el recurso a un equívoco tan burdo como decir que se trata de una subida de los impuestos en general.

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La tercera estrategia que vamos a mencionar consiste en escapar del capitalismo. No nos vamos a detener en esta alternativa, a la cual, si bien se le reconocen rasgos positivos, dada su falta de práctica política termina cayendo en un individualismo impotente.

La cuarta estrategia refiere al proceso de erosionar el capitalismo. El autor explica esta estrategia a partir del cambio del feudalismo al capitalismo:

This way of thinking about the process of transcending capitalism is similar to the popular, stylized story told about the transition from pre-capitalist feudal societies in Europe to capitalism. Within feudal economies in the late Medieval period, proto-capitalist relations and practices emerged, especially in the cities. Initially this involved commercial activity, artisanal production under the regulation of guilds, and banking.

These forms of economic activity filled niches and were often quite useful for feudal elites. As the scope of these market activities expanded, they gradually became more capitalist in character and, in some places, more corrosive of the established feudal domination of the economy as a whole. Through a long, meandering process over several centuries, feudal structures ceased to dominate the economic life of some corners of Europe; feudalism had eroded.

This process may have been punctuated by political upheavals and even revolutions, but rather than constituting a rupture in economic structures, these political events served more to ratify and rationalize changes that had already taken place within the socioeconomic structure.

La interpretación que propone Olin Wright acerca del triunfo del capitalismo sobre el feudalismo apunta a que éste no se dio como resultado de la estrategia de aplastar el modo de producción anterior, sino como resultado de una relativamente lenta erosión de las prácticas feudales, hasta que las condiciones materiales para un cambio en el sistema político se volvieron irresistibles.

En la línea de lo que el japonés Kojin Karatani viene proponiendo en años recientes, la clave para la lectura de la historia estaría no en los modos de producción per se, sino en los modos de intercambio. Se trataría, entonces, de establecer lentamente ciertas prácticas que subviertan el modo de intercambio predominante en el capitalismo: el intercambio de mercancías.

Volviendo al artículo de Olin Wright, tenemos como ejemplos de este tipo de prácticas capaces de erosionar el capitalismo iniciativas tales como las bibliotecas públicas, proyectos como Wikipedia, y por supuesto las cooperativas de trabajadores.

Tomando en cuenta lo anterior, la estrategia propuesta por el autor estaría en una mezcla del sosiego y la erosión.

Simplemente aplastar el capitalismo no funcionaría, ya que no habría una base real material sobre la cual construir un nuevo orden social realmente emancipatorio y duradero. Hacerlo por decreto, es decir, por la fuerza, supondría un grado de violencia en última instancia desestabilizador del proyecto emancipatorio mismo.

Por otro lado, meramente sosegar el capitalismo parecería un proyecto ilusorio: la rapacidad del capitalismo es demasiado fuerte. Las instituciones políticas, lo detectó con total claridad el mismo Marx, no pueden sino servir para favorecer y asegurar los negocios de la clase dueña de los medios de producción.

Es únicamente sobre la base de prácticas que lleguen efectivamente a erosionar el capitalismo que puede ser posible sosegarlo:

Give up the fantasy of smashing capitalism. Capitalism is not smashable, at least if you really want to construct an emancipatory future. You may personally be able to escape capitalism by moving off the grid and minimizing your involvement with the money economy and the market, but this is hardly an attractive option for most people, especially those with children, and certainly has little potential to foster a broader process of social emancipation.

If you are concerned about the lives of others, in one way or another you have to deal with capitalist structures and institutions. Taming and eroding capitalism are the only viable options. You need to participate both in political movements for taming capitalism through public policies and in socioeconomic projects of eroding capitalism through the expansion of emancipatory forms of economic activity.

We must renew an energetic progressive social democracy that not only neutralizes the harms of capitalism but also facilitates initiatives to build real utopias with the potential to erode the dominance of capitalism.

Y sin embargo, la paradoja estaría en la plausibilidad de que dichas prácticas prosperen de forma significativa dentro de un entorno que les resulte claramente hostil.

Dejo la viabilidad de esta propuesta para la reflexión de cada uno, dada la dificultad del tema.

Algunos apuntes sobre el amoralismo histórico de Hegel (y Marx)

La moralidad no se hace real sino dentro de una vida ética (Sittlichkeit) dada en un momento histórico. Esta vida ética forma parte de un sistema de costumbres, cuyos principios pueden ser alcanzados reflexivamente por la cultura sobre la que operan. Wood señala las consecuencias de esta actividad:

[…] mientras la reflexión continúa, la cultura eventualmente llega a ver los límites de estos principios. Entonces, cuanto más examina las razones para seguir los deberes éticos, más llega a encontrarlas insuficientes. La conducta ética que estaba racionalmente justificada en relación a una primera reflexión, ahora deja de estarlo, y esto lleva a un periodo de auto-indulgencia, vanidad y decadencia (VG 178-180/145-146). (1990: 234-235)[1]

Es así que:

La posición de Hegel implica que en una época decadente las personas están justificadas a alejarse de sus deberes éticos. La vanidad, el egoísmo y el abandono de la virtud ética constituye un modo de conducta racional. (1990: 235)

La validez racional de un orden ético dependerá de que pueda actualizar la libertad del espíritu, y es desde estas consideraciones que surge el punto de vista de la historia universal, que puede ser aprehendido por determinados individuos.

Mientras se profundiza en la reflexión, la concepción del espíritu sobre sí mismo empieza a cambiar, y el antiguo orden ético ya no basta para actualizar la concepción emergente. Cuando individuos reflexivos comienzan a notarlo, los deberes éticos pierden, para ellos, su justificación racional. En tal época, la pregunta «¿Por qué ser ético?» no tendrá una respuesta racional. No habrá una buena razón para ser ético. (1990: 235)

La concepción de una revolución comunista se elabora precisamente sobre esta posibilidad:

Al igual que las ambiciones individuales, los intereses de clase quedan fuera de la moralidad y de la ética. Para Marx, las morales de clase son formas ideológicas, mistificadas y falsas de dichos intereses. Cuando agentes operando desde el punto de vista de la historia universal conciben sus acciones en términos morales o éticos, se vuelven víctimas de la ilusión ideológica y su agencia se torna confusa para ellos mismos. Por esta razón, Marx consistentemente rechaza toda apelación a concepciones morales y a ideales dentro del movimiento de la clase obrera. (1990: 234)

Si bien estas consideraciones se limitan a «épocas de decadencia y de transición histórica», el peligro de adoptar este punto de vista es notable: Cuánta posibilidad para el autoengaño de autodenominados profetas que, por el bien de la humanidad y de la Historia, cometen sin reparo alguno los crímenes más atroces, actos de crueldad sin sentido, y, además, no avanzan el desarrollo del espíritu un solo milímetro. Además de la justicia humana, la Historia también los juzgará…

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Pero innumerables ejemplos de falsos positivos no deben ocultar la verdad de estas consideraciones:

Las restricciones morales no tendrían que impedirnos actuar en tanto sean obstáculos a la liberación humana. Si realmente hay tiempos en que el espíritu humano puede emanciparse sólo mediante acciones incorrectas, entonces sería terrible que dejemos que nuestro miedo de actuar incorrectamente nos mantenga por siempre en cadenas. Por un lado, si fuera siempre posible para el espíritu humano avanzar de forma tranquila y ordenada, en conformidad con el derecho y la moralidad, entonces el amoralismo histórico de Hegel nunca encontraría aplicación. Por otro lado, si fuera siempre fácil para las personas conocer con precisión cuándo acciones terribles e inmorales son requeridas en interés de la libertad humana, entonces no habría peligro de que esta doctrina pudiera ser abusada. Pero los asuntos humanos son complejos y llenos de ambigüedad. A veces tenemos dificultad para distinguir entre crímenes sin sentido y atrocidades detestables de acciones históricas extraordinarias necesarias para el desarrollo de la especie humana. Es más, algunas de esas acciones necesarias pueden ser al mismo tiempo atrocidades detestables. Hegel no es culpable de estos preocupantes hechos de la vida humana. (1990: 236)

Y es así que en este blog nos introducimos, oficialmente, en la filosofía de Hegel.

Ver también:

Kant y la Revolución francesa


[1] Las rápidas traducciones al texto de Wood son mías. Bibliografía:
WOOD, Allen W. Hegel’s Ethical Thought. Nueva York: Cambridge University Press, 1990.

Top 5 de entradas de Los sueños de un visionario 2013

Hay que decirlo, las publicaciones de este blog han bajado en cantidad considerablemente este último año 2013 (espero que no en calidad, ustedes juzgarán). A raíz de ello, no debería sorprenderme que el Top 10 de entradas edición 2012 nunca fuera realizado. A estas alturas, me tomaría mucho tiempo, dada la gran cantidad de material publicado dicho año, al punto que quizás no nos bastaría un Top 13, como en 2011, sino nada menos que un Top 20. Tendremos que contentarnos, entonces, con un muy modesto Top 5 del año que se fue, pero recomiendo revisar algunas etiquetas predominantes el 2012: corazón, conciencia moral, Erich Fromm, Dios, Immanuel Kant, Ilustración, idealismo trascendental, música, Religión, razón práctica, South Park.

Además, este año estrenamos un nuevo diseño, el primer cambio en la historia de este blog (acepto comentarios).

TOP 5 (2013)

5. El corazón humano (o sobre el misterio en la ética de Kant).

El texto que tuve el agrado de leer en el Primer Congreso de la Sociedad de Estudios Kantianos en Lengua Española, en Bogotá el 2012, y que recoge el corazón del planteamiento de mi tesis de Maestría, sustentada a inicios de 2013.

Ver también otras ponencias leídas en el 2013:

La idea de una sociedad liberal y su pertinencia (o el problema de cómo enfrentarnos a los poderes fácticos).

El viaje de mil años (o el problema del dónde, cuándo y cómo del Estado perfecto).

La experiencia de la libertad: un salto de fe.

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Si bien la producción de entradas fue baja el 2013, lo mismo no se puede decir de la participación en ponencias públicas.

4. POR UNA JORNADA LABORAL DE CUATRO HORAS COMO SOLUCIÓN A LOS PRINCIPALES MALES DE NUESTROS TIEMPOS.

3. Reseña de El día loco del profesor Kant.

2. Un diálogo sobre humanismo, marxismo y contradicciones utópicas.

Ver también:

Una explicación acerca del mundo y de nosotros.

1. Todos seremos filósofos (la tesis del filósofo gobernante reescrita por Alain Badiou).

No hubo libro más estudiado y analizado por este bloguero que La República de Platón, de Alain Badiou, al cual le dedicamos varias entradas.

Ver también:

Un perro filosófico.

«La verdad es que nunca es justo perjudicar».

Bonus track: Visita el Santuario de La Hoyada en Ayacucho.

Ver también:

Modesto Top 10 de entradas y balance del año 2009.

Top 10 de entradas 2010.

Top 13 de entradas de Los sueños de un visionario en el 2011.

POR UNA JORNADA LABORAL DE CUATRO HORAS COMO SOLUCIÓN A LOS PRINCIPALES MALES DE NUESTROS TIEMPOS

Carlos Tovar (Carlín) es el principal exponente en nuestro país de la lucha por el establecimiento de una jornada laboral de cuatro horas, necesidad que argumenta en distintos lugares (Habla el viejo, Manifiesto del Siglo XXI). La implementación de la jornada de cuatro horas supone la solución al problema del desempleo, de la creciente desigualdad, de la miseria de un sector inmenso de la población mundial, y de la destrucción del medio ambiente.

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Carlín sigue los lineamientos fundamentales de la filosofía comunista de Marx, cuando señala que:

[…] si la productividad aumenta constantemente, el tiempo de trabajo necesario para la producción de los medios de subsistencia del trabajador se reduce en idéntica proporción. Al reducirse el tiempo de trabajo necesario, debe reducirse en la misma proporción la jornada laboral. De no hacerse esta corrección indispensable, ocurre lo que siempre ocurrió con el capitalismo y está volviendo a ocurrir ahora: la producción excedente empuja inevitablemente al sistema hacia la crisis económica. (2011: 162)[1]

Desde este espacio nos sumamos indefectiblemente a la campaña mundial por la jornada de cuatro horas.

¡Trabajadores asalariados de todos los países, uníos!


[1] Pueden consultar dos citas extensas sobre el trasfondo de la cuestión en el facebook del blog.

Bibliografía:

TOVAR, Carlos (Carlín)

Habla el viejo. Conversaciones con el fantasma de Carlos Marx. Segunda edición. Lima: Editorial El caballo Rojo, 2011.

La idea de una sociedad liberal y su pertinencia (o el problema de cómo enfrentarnos a los poderes fácticos)[1]

«La justicia como equidad no va dirigida tanto a los juristas constitucionalistas, cuanto a los ciudadanos de un régimen constitucional».

(Rawls 1996: 407).

Sumilla:

El objetivo de esta ponencia examinar cómo pueda la justicia como equidad, entendida como una teoría ideal, dar luces acerca de injusticias fundamentales en sociedades ciertamente no ideales como la nuestra, para lo que nos enfocaremos, en primer lugar, en el problema de la libertad de expresión. En un segundo momento esbozaremos algunas características de una sociedad liberal, para lo que nos veremos obligados a zanjar el equívoco frecuente en torno al uso del término “liberal” en nuestro país. En tercer lugar, contrastaremos esta visión ideal con la realidad de los Estados Unidos durante la época en que Rawls formuló su teoría. Terminaremos con algunas reflexiones acerca de la pertinencia del liberalismo hoy.

Introducción

En el primer capítulo de Iustitia Interrupta, «¿De la redistribución al reconocimiento? Dilemas en torno a la justicia en una época «postsocialista»», Nancy Fraser nos ofrece un análisis conceptual, únicamente válido, en la medida que sea útil para, primero, entender, y segundo, sugerir soluciones a la actual lucha por el reconocimiento y la redistribución. Fraser es reiterativamente explícita en que, en la realidad, ambas luchas se encuentran «siempre entrelazadas», y la separación conceptual es una meramente de análisis (1997: 20, 21, 23, 24). «Sólo cuando hacemos abstracción de las complejidades del mundo real», explica Fraser, «podemos diseñar esquemas conceptuales que nos permitan entenderlo» (1997: 20).

De forma similar, John Rawls elabora su teoría llamada justicia como equidad pensándola como una teoría ideal. Lo que se investiga es a qué se le parecería un régimen constitucional perfectamente justo (o casi), y si podría mantenerse estable bajo condiciones realistas, aunque razonablemente favorables (2002: 36). No obstante, señala:

[…] la idea de una sociedad bien ordenada también debería ofrecer cierta guía para pensar en una teoría no ideal, y, así, en los casos difíciles, para afrontar las injusticias existentes. También debería ayudar a clarificar el sentido de las reformas y a identificar los agravios más penosos, que por tanto más urge corregir. (Rawls 2002: 37)

La justicia como equidad, si bien se presenta como una teoría ideal, está dirigida a los ciudadanos de un régimen constitucional democrático, y «cumple su papel social siempre que personas igualmente concienciadas y con un poso de creencias aproximadamente común hallan que, afirmando el marco deliberativo estipulado por esa concepción, llegan normalmente al grado de convergencia de juicio necesario para lograr una cooperación social efectiva y equitativa» (Rawls 1996: 406). Puesto de otro modo, debemos considerar los principios de la justicia (el contenido principal de la justicia como equidad), y la estructura básica de una sociedad bien ordenada resultante (donde son aplicados), únicamente como referentes con los cuales comparar y criticar nuestro mundo no ideal.

Descargue el pdf de la ponencia.

Justamente, será el objetivo de esta ponencia examinar cómo pueda la justicia como equidad, entendida como una teoría ideal, dar luces acerca de injusticias fundamentales en sociedades ciertamente no ideales como la nuestra, para lo que nos enfocaremos, en primer lugar, en el problema de la libertad de expresión. En un segundo momento esbozaremos algunas características de una sociedad liberal, para lo que nos veremos obligados a zanjar el equívoco frecuente en torno al uso del término “liberal” en nuestro país. En tercer lugar, contrastaremos esta visión ideal con la realidad de los Estados Unidos durante la época en que Rawls formuló su teoría. Terminaremos con algunas reflexiones acerca de la pertinencia del liberalismo hoy.

El problema de la regulación de los medios de comunicación

En el tercer capítulo de Iustitia Interrupta, «Pensando de nuevo la esfera pública: Una contribución a la crítica de las democracias existentes», Fraser presenta una crítica a la concepción habermasiana de esfera pública, que le permitirá mostrar cuatro presupuestos que subyacen el modelo liberal de la esfera pública burguesa habermasiana, y que deben ser sometidos a crítica, de tal forma que ampliemos la concepción de esfera pública y obtengamos una versión más apta, alternativa y postburguesa, que sea útil para una crítica de las democracias liberales hoy.

Fraser critica la posibilidad de que los interlocutores en la esfera pública puedan deliberar como si estuviesen en igualdad de condiciones sin estarlo realmente; puesto de otra forma, el supuesto «de que la igualdad social no es una condición necesaria para la democracia política» (1997: 107). Esto, por supuesto, parecería tocar no sólo la concepción de esfera pública habermasiana, sino la idea de una posición original de John Rawls, si bien ésta es concebida meramente como un «mecanismo de representación o, alternativamente, un experimento mental pensado para la clarificación pública y la autoclarificación» (Rawls 2002: 41).

El problema con este supuesto estaría en que, durante la deliberación, al suponer que las desigualdades no existen, cuando evidentemente sí existen, la «suspensión» de las diferencias termina obrando en ventaja de los grupos dominantes, cuando sería mejor que estas se discutan de manera explícita. Otro error del modelo liberal estaría en la suposición de que puede darse un lenguaje neutro, libre de determinaciones culturales, de la mano de esta suspensión de la desigualdad. Esto parecería ignorar el poder de los medios controlados por el poder económico para estandarizar un discurso y ciertos valores:

En esta esfera pública, los medios que constituyen el soporte material para la circulación de las ideas son propiedad privada y operan con ánimo de lucro. Por consiguiente, los grupos socialmente subordinados carecen por lo general de un acceso igual a los medios materiales que permiten la igual participación. (Fraser 1997: 11)

John Rawls reconoce este problema como característico de las democracias contemporáneas. De lo que se trata es de asegurar el valor equitativo de las libertades políticas que han de ser las mismas para todos los ciudadanos en una democracia. ¿Cómo nos enfrentamos al problema de que las libertades básicas, como la libertad de expresión y el acceso a cargos políticos, se queden en la mera formalidad y que quienes posean mayor riqueza y participación en el Gobierno puedan, como advierte Rawls, «controlar en su provecho el curso de la legislación»? (1996: 362).

El liberalismo de Rawls reconoce el peligro de la intromisión del poder económico en la política como una injusticia fundamental, que corrompe el sistema democrático de raíz, y que intenta señalar y contrarrestar en su primer principio. Cualquier integrante de una democracia constitucional (en una sociedad bien ordenada) debería estar siempre alerta de dicho peligro; en el caso de los ciudadanos de una democracia constitucional poco ordenada, haríamos bien en  reconocer que no se podrá realizar ningún cambio duradero a menos que se solucione, primero, o de forma simultánea, precisamente este problema.

En esta línea, reconocemos sin dificultad el grave peligro que supone para cualquier democracia electoral el hecho de que los medios de comunicación sean coaptados por el poder económico. Examinemos cómo se aborda esta dificultad desde el liberalismo.

De acuerdo a Rawls, la libertad de expresión y de prensa se encuentra dentro de la libertad básica de pensamiento (1996: 378). Ésta, a su vez, es una entre otras libertades básicas garantizadas en el primer principio, donde también se encuentran las libertades políticas iguales. Esto implica que las libertades básicas del primer principio no deben abordarse individualmente, sino como una familia, lo que requiere que sean «ajustadas entre sí» (Rawls 1996: 395). Lo que a Rawls le interesa mostrar es que la libertad de expresión «puede ser regulada» con miras a «preservar el valor equitativo de las libertades políticas» (1996: 395), de tal forma que todos los ciudadanos tengan “una oportunidad justa para acceder a cargos públicos y de afectar el resultado de elecciones” (2001: 149).

De lo que se trata es de sacar la inmensa influencia del poder económico de la política, titánica labor, sin duda, sin la cual, repito, cualquier democracia se verá socavada y lo será únicamente en apariencia.

Quisiera referir rápidamente a la propuesta del plan de gobierno original de Gana Perú, «La Gran Transformación», durante la última campaña presidencial (Gana Perú 2011: 57). El sólo hecho de plantear una regulación a los medios de comunicación fue tomado por la prensa y buena parte de la opinión pública como una propuesta antidemocrática, que no merecía ser discutida con detalle, sino repudiada.

Al margen de las virtudes y defectos de dicha propuesta, la justicia como equidad, como ya hemos mostrado, se dirige a los ciudadanos y es clara al respecto: «aun cuando la expresión política queda cubierta por la libertad básica de pensamiento, debe ser regulada para asegurar el valor equitativo de las libertades políticas» (1996: 396).

Rawls no niega que pueda darse un conflicto con otras libertades básicas, por lo que se tendrán que realizar ajustes, que “no pueden ser rechazados simplemente porque infrinjan en la libertad de expresión y de la prensa”, pues “estas libertades no son más absolutas que las libertades políticas cuyo acceso igualitario se ha de garantizar” (2001: 149-150).

Estas medidas tendrían como objetivo, reiteramos junto a Rawls, “permitir a los legisladores y partidos políticos ser independientes de grandes concentraciones de poder privado tanto económico como social. (Rawls 2001: 150).

Liberalismo y neoliberalismo. Las características de la sociedad liberal

Quiero pasar ahora al segundo momento de la ponencia. El liberalismo político, a diferencia del liberalismo meramente económico (o neoliberalismo, como lo voy a llamar), hace énfasis en que las libertades políticas deben ser el criterio para regular las libertad económicas, de modo que estas últimas no atropellen a las primeras. La propiedad, en concentraciones excesivas, aniquila la libertad individual de muchos y destruye la democracia.

El principio de diferencia del liberalismo político de John Rawls, precisamente, tiene como objetivo asegurar que las instituciones de trasfondo operen de tal modo que “la propiedad y la riqueza se mantengan lo suficientemente igual repartidas a lo largo del tiempo”, y esto, justamente, para asegurar el valor equitativo de las libertades políticas, y que no queden en una mera formalidad (2002: 83).

Un sistema de libre mercado debe establecerse en un marco de instituciones políticas y legales que ajuste la tendencia a largo plazo de las fuerzas económicas a fin de prevenir las concentraciones excesivas de propiedad y riqueza, especialmente de aquellas que conducen a la dominación política. (Rawls 2002: 74)

Y sin embargo, todavía hoy, algunos intentan diluir la diferencia entre el liberalismo político y el neoliberalismo. Sin lugar a dudas el liberalismo político implica cierto liberalismo económico, pero el primero se concibe siempre como sometido a reglas, puestas por el Estado, y no como una chapucera desregulación del accionar de los individuos (y los grandes grupos económicos) en el mercado. En ello radica la diferencia entre el liberalismo político y el neoliberalismo: el primero regula el mercado para asegurar el verdadero valor de las libertades de todos, mientras que el segundo concibe una libertad anómica, sujeta únicamente a una regulación imaginaria, y tiende a la desregulación estatal por principio; en la práctica, la desregulación neoliberal es una excusa para la incidencia ilegítima de los poderes fácticos en la política, precisamente, el gran peligro que el liberalismo busca contrarrestar.

Recapitulemos respondiendo a la siguiente pregunta: ¿Qué características tendría esta sociedad liberal? Responderé con un esbozo de las características que más contrastan con nuestra realidad y con el sentido común del discurso político predominante.

Para empezar, la educación pública, al alcance de cada ciudadano, funcionaría adecuadamente, y no tendría nada que envidiarle a la privada. Todos los ciudadanos tendrían acceso a bienes básicos como alimentación y salud de calidad; una jornada laboral justa sería respaldada y efectivamente obligatoria por ley. Los medios de producción, las empresas, estarían suficientemente repartidas entre la población, y no en pocos y grandes grupos económicos. El sistema electoral se encontraría eficazmente blindado de los intereses del gran capital (los poderes fácticos), el MEF estaría verdaderamente desideologizado, respondería a políticas públicas fruto de un consenso mayoritario y transparente. La intervención de la Iglesia en la legislación sería no existente. Las Fuerzas Armadas servirían con transparencia los intereses de la Nación, y no el de cúpulas corruptas y asesinas. Existiría libre mercado, pero dentro de un marco de mecanismos tales como altos impuestos a las ganancias elevadas (quizás hasta de 95%), que serían reconocidos como justos sin controversia alguna.

La justicia como equidad y sus principios de justicia nos permitirían asegurar que estas medidas son compatibles, necesarias, inclusive, para asegurar la libertad de todos los ciudadanos y su efectiva cooperación en sociedad.

No cabe dudas que el liberalismo político de Rawls termina pareciéndose mucho a lo que hoy en día, hablando desde el contexto peruano, se tiene por socialismo. Lo que Rawls no concedería jamás es que las libertades políticas individuales puedan sacrificarse por el bien de muchos, pero del mismo modo tiene claro que la economía, dentro de una democracia constitucional liberal, debe funcionar teniendo siempre el bienestar de todos, con particular énfasis en el grupo menos aventajado. El liberalismo político, hoy, se encuentra mucho más cerca del socialismo que del estado de cosas actual neoliberal.

El duro contraste con la realidad

Pasando ya al tercer momento de esta ponencia, hay un punto poco apreciado en el pensamiento de Rawls, que sin embargo es elemental para considerar el alcance de su propuesta. La justicia como equidad, el liberalismo político del que hemos estado hablando, sólo tiene sentido para una sociedad que posea ya ciertas ideas en su cultura política, la idea de los ciudadanos como libres e iguales, capaces de cooperar en términos equitativos, constituyendo así una sociedad bien ordenada.

Quisiera señalar dos aspectos no poco importantes acerca del funcionamiento del sistema económico de la sociedad estadounidense en el momento que Rawls concibe su teoría, en las primeras décadas de la segunda mitad del siglo XX. A pesar de todo lo que faltaba en materia de derechos civiles, los impuestos a las ganancias millonarias no bajaron en ningún momento de 70%, llegando inclusive a estar por encima del 90%. Quizás como consecuencia, el crecimiento económico se mantenía parejo a nivel familiar en todos los sectores económicos, oscilando entre 99% en las familias más ricas y 116% en las más pobres. Para contrastar, durante las últimas tres décadas, el 1% de familias estadounidenses, las más adineradas, ha crecido 261% mientras que las menos aventajadas han crecido 15%. En tiempos de Rawls la diferencia de crecimiento entre ricos y pobres era de 17%, a favor de los pobres; hoy, la diferencia es de 246%, a favor de los que tienen más.

Quisiera ya adentrarme en la recta final de esta ponencia, y dado que he estado hablando de muchas cosas ideales, ya es hora de aterrizar un poco y ponerme realista. Hemos mencionado medidas liberales justas como cobrar impuestos de 90% a los más poderosos. Pero, ¿se puede plantear este nivel de control de la economía en un Estado ya a todas luces infiltrado, corrompido por el poder económico, que se supone debería regular?

Parecería que nos enfrentamos a una paradoja. Queremos que el Estado sea justo, pero para hacerlo, necesitamos que el Estado sea ya justo. Cualquier intento de reforma gradual será traicionado por la inercia de la gran maquinaria respecto de la cual tal esfuerzo no es sino una minúscula pieza. Parecería que necesitamos un cambio radical, no sólo a nivel local, sino mundial.

Rawls aborda esta dificultad al intentar responder la crítica de Marx al liberalismo. Podríamos pensar que una democracia de propietarios, un régimen donde los medios de producción sean de propiedad privada, verá aparecer en sí inevitablemente fuerzas políticas y económicas tales que la satisfacción de los principios liberales justos resultará imposible. El liberalismo parecería poseer en sí una contradicción interna insuperable.

No obstante, es sobre este punto que el pensamiento de Rawls muestra su mayor deslinde de la lógica capitalista, al notar que una democracia de propietarios es compatible con empresas que sean manejadas por sus mismos trabajadores, cooperativas, sistema que podría terminar imponiéndose y eventualmente remplazar completamente a una economía capitalista. Es decir, el liberalismo político no sólo no se casa con el capitalismo, sino que, hasta parecería que son incompatibles.

Y sin embargo, esto nos lleva nuevamente a nuestra pregunta acerca de la pertinencia del liberalismo: ¿es posible una reforma gradual del Estado de acuerdo a principios liberales? ¿O quizás la realidad se ha alejado tanto de estos principios que sencillamente ya no se aplican? ¿Puede el pensamiento liberal enfrentarse al capitalismo? No tengo respuesta a estas preguntas. Lo dejo ahí.


[1] Este es, tal cual, el texto que leí en el XIV Congreso Nacional de Filosofía organizado por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

Bibliografía:

GANA PERÚ

La Gran Transformación. Plan de gobierno 2011-2016.

<http://www.partidonacionalistaperuano.net/images/archivos/PlandeGobierno_GanaPeru_2011-2016.pdf&gt;

FRASER, Nancy

Iustitia Interrupta. Bogotá: Siglo del Hombre Editores, 1997.

RAWLS, John

La justicia como equidad: una reformulación. Barcelona: Paidós, 2002.

Justice as Fairness: A Restatement. Cambridge: Harvard University Press, 2001.

El liberalismo político. Traducción de Antoni Domènech. Barcelona: Crítica, 1996.

Un diálogo sobre humanismo, marxismo y contradicciones utópicas

– Una de las cosas que hasta ahora no entiendo, o quizá sí, es ¿por qué…? ¿Cómo así quedó relegado institucionalmente…? O sea, de hecho tiene sentido que un movimiento que busca humanizar y des-objetivar su disciplina, sea relegado del establishment de ésta. Pero igual, porque fue un movimiento bastante fuerte, por más que su influencia permee a todas las demás orientaciones psicológicas.

– Es que justamente su oposición no está en las otras orientación, sino en la institucionalidad misma. Y no le pudo ganar. La «institucionalidad» lo destruyó con hacer un lobby silencioso. Full cash. Eso le bastó para aniquilar al humanismo. Relegarlo a un lugar de lo políticiamente correcto. Completamente irrlevante. La «institucionalidad» es el Capitalismo, obviamente.

– Totalmente de acuerdo. No se me ocurre ninguna analogía específica, pero lo pasaron al retiro. Le agradecieron sus servicios y contribuciones. Su compromiso y dedicación. Le hicieron homenajes y hablaron de él. Y lo jubilaron. Para que «descanse».

– La dictadura del proletariado es imposible, pero se necesita algo así de absurdo. Sin ello, el humanismo está relegado a un «éxito» limitado a un grupo de personas. Que siguen enfermas por el solo hecho de pertenecer a una sociedad tan corrupta.

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– Es verdad. Sé que Maslow y Rogers sentían bastante afinidad por el anarquismo. Creían que en el futuro el creciente número de personas «despiertas» eventualmente formarían comunidades autosuficientes en las que experimentarían en sus relaciones sociales. Las cuales se renovarían constantemente de manera cada vez más y más positiva. Al menos Rogers creía en eso.

– El comunismo tiene que ser mundial. Si no no funciona.

– Conocerse a sí mismos, liberar sus potencialidades, ser ellos mismos… ¿Comunismo «humanista»? Lo veo complicado

– Pero, ¿cómo sería la gente en un mundo libre del capitalismo? No serían robots. Marx nunca se atrevió a describir el comunismo, la sociedad perfecta. Nadie podría.

– Es que ese es el tema.

– Pero es lo que los humanistas tienen en mente, sin lugar a dudas.

– Marx hizo todo menos describir el tipo de funcionamiento de la sociedad comunista. Y está bien, ¿no? No tendría sentido decir «la sociedad perfecta tiene que ser así, así y así». Sería contradictorio. Pero a los comunistas les interesa solamente cambiar de sistema económico. Y la gente sigue siendo la misma, con valores capitalistas. Ambiciones capitalistas.

– No conozco a ningún comunista… La revolución no será hecha por comunistas, sino por gente que odie al capitalismo. Los comunistas vendrán luego. Al menos, ese es el mito de Marx. Podría ser distinto.

 -¿No sería bonito que la gente pudiera odiar y amar intercaladamente? Odiar para arrasar con el capitalismo y amar para edificar el comunismo? El problema es que la gente que odia no muchas veces se atreve a amar. Sólo odian, y viceversa.

– Sí… Tal vez por eso es imposible. Se necesita odio y amor al mismo tiempo.

– Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo. Su tiempo el nacer, y su tiempo el morir; su tiempo el plantar, y su tiempo el arrancar lo plantado. Su tiempo el matar, y su tiempo el sanar; su tiempo el destruir, y su tiempo el edificar. Su tiempo el llorar, y su tiempo el reír; su tiempo el lamentarse, y su tiempo el danzar. Su tiempo el lanzar piedras, y su tiempo el recogerlas; su tiempo el abrazarse, y su tiempo el separarse. Su tiempo el buscar, y su tiempo el perder; su tiempo el guardar, y su tiempo el tirar. Su tiempo el rasgar, y su tiempo el coser; su tiempo el callar, y su tiempo el hablar. Su tiempo el amar, y su tiempo el odiar; su tiempo la guerra, y su tiempo la paz. ¿Qué gana el que trabaja con fatiga? He considerado la tarea que Dios ha puesto a los humanos para que en ella se ocupen. Él ha hecho todas las cosas apropiadas a su tiempo; también ha puesto el mundo en sus corazones, sin que el hombre llegue a descubrir la obra que Dios ha hecho de principio a fin. Comprendo que no hay para el hombre más felicidad que alegrarse y buscar el bienestar en su vida. Y que todo hombre coma y beba y disfrute bien en medio de sus fatigas, eso es don de Dios. Comprendo que cuanto Dios hace es duradero. Nada hay que añadir ni nada que quitar. Y así hace Dios que se le tema. Lo que es, ya antes fue; lo que será, ya es. Y Dios restaura lo pasado. Eclesiástico tres, uno a quince.

La teleología del materialismo histórico

Allen W. Wood, héroe de este blog, en su libro titulado simplemente Karl Marx, analiza críticamente las raíces filosóficas del materialismo histórico, que describe «no como un dogma a ser defendido a cualquier costo, sino como un hilo conductor para la investigación empírica [de la historia]» (1981: 102). El materialismo histórico es descrito como un método de explicación de las estructuras sociales y sus cambios, y que postula una serie de tendencias. Veamos:

Marx’s materialist conception of history identifies the dominant factors in explaining social structures and their historical changes, and sketches a scenario of historical change based on the dominance of these factors. Marx postulates certain basic tendencies in human social behavior: the tendency of society’s productive powers to increase; the tendency of social relations to adjust themselves to the efficient employment of these powers, and to change in response to changes in them; the tendency of social groups with shared economic interests to organize into social movements struggling to establish and defend the set of social relations most favorable to the group. Marx believes these tendencies are sufficiently potent and persistent to give human history a certain basic intelligibility, the broadest and deepest sort of intelligibility it is possible to give it. (Wood 1981: 101)[1]

Pero, ¿cómo entender estas tendencias? ¿Qué son? Wood insiste en que no debemos pensarlas como explicaciones causales, sino teleológicas:

Teleological explanations arise in connection with what are sometimes called ‘goal-directed systems’: systems which exhibit a persistent tendency to achieve or maintain a certain state, or to change in a specifiable direction. By calling the tendency ‘persistent’ I mean that it is relatively independent of conditions external to the system, so that the system shows some ability to adapt to potentially disturbing influences, and maintain its characteristic tendency in the face of them. We explain some element or aspect of such a system teleologically when we show how it manifests or contributes to the persistent tendencies which characterize the system, and provide reasons for thinking that this element or aspect exists because it manifests or contributes to those tendencies. (Wood 1981: 104)

Una explicación teleológica no consiste, entonces, en pensar un evento futuro como causa eficiente de uno pasado, o atribuir a los hechos alguna suerte de intención oculta, ya sea humana o supernatural, sino «dar cuenta del explanandum en términos de una (ya existente) tendencia persistente de un sistema para lograr cierto resultado o movimiento en cierta dirección» (Wood 1981: 106); requiere, entonces, que pensemos sistemáticamente la historia, no imponiendo nuestros pensamientos sobre ella o proyectándonos, sino de forma heurística, siempre descansando nuestros descubrimientos en hechos empíricos que son conectados por el investigador, y por ese mismo hecho, siempre de forma falible.

También, esta visión teleológica del materialismo histórico se revela incompatible con el determinismo económico:

Thus when Marx (teleologically) explains social relations in terms of productive powers, or political and ideological phenomena in terms of economic structure of society or the class struggle, this does not exclude (on the contrary, it positively implies) that certain features of social relations figure in causal explanations of the state and development of productive powers, and that superstructural phenomena causally influence the economic basis of society. Marx’s theory is thus fundamentally incompatible with any form of ‘economic determinism’ which holds that law, morality, politics or religion exercise no causal influence on material production or economic relations. In fact, it is precisely these influences which Marx’s theory tries to understand, to explain in terms of the economic tendencies they manifest. The causal influence of superstructural phenomena begins to threaten Marx’s theory only when these phenomena exhibit tendencies of their own which diverge from the ‘basic’ economic ones. Marx and Engels do not deny (indeed, they explicitly affirm) that these other tendencies exist, but they believe […] that ‘in the last instance’ the economic ones must predominate over them. (Wood 1981: 110)

Lo que se está afirmando es que tanto la moral como la religión pueden influenciar el proceso de producción, pero de manera tal que se ven insertadas en estas tendencias. Entonces, si bien la forma de los eventos históricos puede ser pensada en términos accidentales y contingentes, es únicamente el contenido lo que el materialismo histórico se preocupa en explicar (Wood 1981: 103)[2].


[1] Dejo las citas extensas en su idioma original.

[2] Wood elabora: «Of course Marx and Engels never deny that extra-economic factors play a significant role in determining the course of historical events. Engels agrees it would be ‘ridiculous’ to try to explain every social fact (‘the existence of every little German state’, or ‘the origin of High German consonant permutations’) in economic terms» (1981: 103).

Bibliografía:

WOOD, Allen W.

Karl Marx. Routledge: 1981.

Sobre el hiato —¿insalvable?— entre el ser y el deber ser (o un párrafo con Hume, Kant, Hegel y Marx)

Una de las principales críticas al sistema ético de Immanuel Kant señala que al separar de forma tan drástica el ser del deber ser, este último queda «impotente» de ejercer cambio alguno en la realidad[1]. Que exista tal separación en la filosofía de Kant es innegable. Mas, vale preguntarse, ¿constituye esto un punto débil para la ética kantiana, o es más bien una de sus tesis más lúcidas? Veamos lo que Susan Neiman tiene que decir al respecto.

Kant es el único gran filósofo que insistió en que la razón y la realidad son completamente diferentes—y se preocupó de ambas por igual. Otros pensadores intentaron resolver la tensión involucrada en vivir de esta forma rebajando un lado o el otro. Conservadores como Hume se negaron a reconocer la realidad de las ideas, lo que lo llevó a un tipo de política que aceptaba el mundo tal como es. Hegel, y siguiéndolo, Marx, vieron el conflicto entre lo real y lo ideal en el corazón de la filosofía de Kant. Cada uno intentó escapar el conflicto al encontrar lo racional real. Preferir los reclamos de la razón a los de la realidad puede llevarnos a una serie de compromisos políticos. Sus diferencias serán importantes para muchos como un asunto de política. Esto es el Idealismo Absoluto, y ya sea quedándose a la derecha con Hegel o pasando a la izquierda con Marx, buscaba escapar las tensiones que surgieron de la obra de Kant. Estas tensiones, Kant insistió, no obstante, jamás podrán reconciliarse. Vivir con ellas requiere de honestidad diaria, y coraje, algo en lo que muchos flaquearán. (Neiman 2008: 149)

Tal vez el mayor éxito del idealismo trascendental está, precisamente, en señalar este hiato irrevocable, una metafísica de ruptura permanente.

Para más de Neiman en este blog, ver: Susan Neiman sobre el pensamiento político de Carl Schmitt, Ilustración: cuatro acusaciones y una defensa y ¿Qué es la verdad? (o sobre la existencia de la ley moral).


[1] Una de las expresiones más famosas de esta crítica es la de Hegel, por supuesto, que Habermas recoge en su artículo «¿Afectan las objeciones de Hegel a Kant también a la ética del discurso?» (1991: 121-123).

Bibliografía:

HABERMAS, Jürgen

Escritos sobre moralidad y eticidad. Barcelona: Paidós, 1991.

NEIMAN, Susan

Moral Clarity: A Guide for Grown-Up Idealists. Orlando: Harcourt, 2008. La traducción es mía.

El liberalismo político y la regulación de los medios de comunicación (o sobre una de las consecuencias más audaces del primer principio de justicia de John Rawls)

Fue en la pasada campaña electoral donde —entre muchas otras cosas, es cierto— surgió el —aparentemente controversial— tema en torno a una posible regulación de los medios de comunicación, como fue propuesto en el —ya infame— plan de gobierno de Gana Perú, (in)oportunamente llamado «La Gran Transformación».

Para una discusión inteligente sobre lo que dice realmente el plan de gobierno, lean Los medios según Gana Perú: ¿control o apertura?, del blog Lugares Comunes.

En los últimos días (semanas) ha estado bastante presente el actual conflicto entre el carismático presidente de Ecuador, Rafael Correa, y la prensa de su país, e inclusive del nuestro, donde el mandatario ecuatoriano incluso respondió tildando de ‘perro’ —muy oportunamente, si me preguntan— al muy humano Aldo Mariátegui (me gustaría decir subhumano, pero nuestra especie Homo sapiens no se merece semejante consideración).

Existe cierto consenso, casi dogmático en la prensa, como no debería sorprender, acerca de un supuesto carácter intocable de los medios de comunicación, así como un rechazo a priori a cualquier propuesta de regularlos, donde aparece siempre de forma imprescindible el adjetivo ‘chavista’.

Por otro lado, tenemos una especie de malestar mundial —por decir poco— en países considerados ‘democráticos’ (España, Inglaterra, Estados Unidos, etc.) que parece trascender causas concretas —como la crisis económica— y apuntar a la política misma.

Pasemos ahora a la parte central de esta entrada, a exponer un problema característico de las democracias modernas, tal como es reconocido por John Rawls. De lo que se trata es de asegurar el valor equitativo de las libertades políticas que han de ser las mismas para todos los ciudadanos en una democracia. Rawls lo plantea de la siguiente manera:

[…] ¿cómo debemos enfrentar la objeción familiar, comúnmente esbozada por demócratas radicales y socialistas (y por Marx), según la cual las libertades iguales en un estado democrático moderno son en la práctica meramente formales? Aunque pueda parecer, continúa la objeción, que los derechos y libertades básicos de los ciudadanos son efectivamente iguales—todos tiene derecho a votar, a postular a un cargo político así como a participar de algún partido, etc.—las desigualdades sociales y económicas en la instituciones base son ordinariamente tan grandes que aquellos con mayor riqueza y mejor posición social usualmente controlan la vida política y promulgan leyes y políticas sociales que responden a sus intereses. (Rawls 2001: 148)

El liberalismo político de John Rawls pretende resolver este problema garantizando en su primer y más importante principio de justicia el acceso equitativo a las libertades políticas, de tal forma que todos los ciudadanos tengan «una oportunidad justa para acceder a cargos públicos y de afectar el resultado de  elecciones» (2001: 149).

Sobre cómo sea esto posible, Rawls esboza algunas posibilidades:

[reformas tales] como el financiamiento público de la elecciones y restricciones a las contribuciones de campaña; la garantía de un acceso más equitativo a los medios de comunicación públicos; y ciertas regulaciones a la libertad de expresión y de la prensa (mas no restricciones que afecten el contenido del discurso). (Rawls 2001: 149)

De lo que se trata es de sacar la inmensa influencia del poder económico de la política, titánica labor, sin duda, sin la cual, no obstante, cualquier democracia se verá socavada y lo será únicamente en apariencia. Ésta no es más que una forma plausible de explicar el malestar ya mencionado, y cuya solución tendría que ir de la mano de la también mencionada regulación de los medios.

No voy a entrar en detalle acerca de si la propuesta de Gana Perú es la mejor opción; pero no puede caber duda de que el tema tiene que ser discutido sin caer en una posición dogmática. Rawls no niega que vaya a darse un conflicto con otras libertades básicas, por lo que se tendrán que realizar ajustes, que «no pueden ser rechazados simplemente porque infrinjan en la libertad de expresión y de la prensa», pues «estas libertades no son más absolutas que las libertades políticas cuyo acceso igualitario se ha de garantizar» (2001: 149-150).

No creo que nadie esté pensando en tildar a John Rawls de ‘chavista’ —aunque no sería del todo inaudito teniendo en cuenta el nivel de periodistas que tenemos— pero no está de más aclarar que estas medidas no sólo tendrían como objetivo «permitir a los legisladores y partidos políticos ser independientes de grandes concentraciones de poder privado tanto económico como social» sino también del «control gubernamental y poder burocrático en un régimen liberal socialista» (Rawls 2001: 150).

Intentar remediar un extremo no significa necesariamente tener que pasar al otro. Término medio, le llaman.


Bibliografía:

RAWLS, John

Justice as Fairness: A restatement. Cambridge: Harvard University Press, 2001. Las imperfectas traducciones son mías.

Karl Marx, Erich Fromm y Jeremy Bentham (o una entrada sobre la naturaleza humana y el principio de utilidad)

Leyendo Ética y Psicoanálisis, de Erich Fromm, me encontré con una interesante cita a El Capital en la que vemos a Marx criticar el erróneo —aunque de todos modos plausible— punto de partida de cualquier teoría ética utilitarista.

En el contexto de una exposición de Spinoza, Fromm señala que «el hombre es para él [Spinoza] un fin en sí mismo y no un medio para una autoridad que lo trascienda» y que «el valor puede ser determinado solamente en relación con sus verdaderos intereses que son la libertad y el uso productivo de sus poderes» (1960: 38).

Es sobre este punto que señala la similitud del pensamiento de Marx con la del holandés, y presenta la siguiente cita de Marx:

[…] si queremos saber qué es útil para un perro, tenemos que penetrar en la naturaleza del perro. Pero a ello no llegaremos jamás partiendo del ‘principio de la utilidad’. Aplicado al hombre, si queremos enjuiciar con arreglo al principio de la utilidad todos los hechos, movimientos, relaciones del hombre, etc., tendremos que conocer ante todo la naturaleza humana en general y luego la naturaleza humana históricamente condicionada por cada época. Bentham no se anda con cumplidos. Con la más candorosa sequedad toma al filisteo moderno, especialmente al filisteo inglés, como el hombre normal. (Marx, citado por Fromm 1960: 38-39 n)

No se trata de volver a un esencialismo que busque establecer algo así como una esencia humana, estática, sino precisamente entender que la naturaleza humana consiste en su indeterminación.

Para una entrada —mmmmm— relacionada ver La momia de Jeremy Bentham.


[1] La referencia completa, tal como está en el libro de Fromm, es: Carlos Marx, El Capital, trad. al español por W. Roces, ed. por el Fondo de Cultura Económica, México, 1946-47, t. I, vol. II, pp. 687 s., nota.

Bibliografía:

FROMM, Erich

Ética y Psicoanálisis. Tercera edición (reimpresión). Traducción de Heriberto F. Morck. México D. F.: Fondo de Cultura Económica, 1960.