G.W.F. Hegel

Algunos apuntes sobre el amoralismo histórico de Hegel (y Marx)

La moralidad no se hace real sino dentro de una vida ética (Sittlichkeit) dada en un momento histórico. Esta vida ética forma parte de un sistema de costumbres, cuyos principios pueden ser alcanzados reflexivamente por la cultura sobre la que operan. Wood señala las consecuencias de esta actividad:

[…] mientras la reflexión continúa, la cultura eventualmente llega a ver los límites de estos principios. Entonces, cuanto más examina las razones para seguir los deberes éticos, más llega a encontrarlas insuficientes. La conducta ética que estaba racionalmente justificada en relación a una primera reflexión, ahora deja de estarlo, y esto lleva a un periodo de auto-indulgencia, vanidad y decadencia (VG 178-180/145-146). (1990: 234-235)[1]

Es así que:

La posición de Hegel implica que en una época decadente las personas están justificadas a alejarse de sus deberes éticos. La vanidad, el egoísmo y el abandono de la virtud ética constituye un modo de conducta racional. (1990: 235)

La validez racional de un orden ético dependerá de que pueda actualizar la libertad del espíritu, y es desde estas consideraciones que surge el punto de vista de la historia universal, que puede ser aprehendido por determinados individuos.

Mientras se profundiza en la reflexión, la concepción del espíritu sobre sí mismo empieza a cambiar, y el antiguo orden ético ya no basta para actualizar la concepción emergente. Cuando individuos reflexivos comienzan a notarlo, los deberes éticos pierden, para ellos, su justificación racional. En tal época, la pregunta «¿Por qué ser ético?» no tendrá una respuesta racional. No habrá una buena razón para ser ético. (1990: 235)

La concepción de una revolución comunista se elabora precisamente sobre esta posibilidad:

Al igual que las ambiciones individuales, los intereses de clase quedan fuera de la moralidad y de la ética. Para Marx, las morales de clase son formas ideológicas, mistificadas y falsas de dichos intereses. Cuando agentes operando desde el punto de vista de la historia universal conciben sus acciones en términos morales o éticos, se vuelven víctimas de la ilusión ideológica y su agencia se torna confusa para ellos mismos. Por esta razón, Marx consistentemente rechaza toda apelación a concepciones morales y a ideales dentro del movimiento de la clase obrera. (1990: 234)

Si bien estas consideraciones se limitan a «épocas de decadencia y de transición histórica», el peligro de adoptar este punto de vista es notable: Cuánta posibilidad para el autoengaño de autodenominados profetas que, por el bien de la humanidad y de la Historia, cometen sin reparo alguno los crímenes más atroces, actos de crueldad sin sentido, y, además, no avanzan el desarrollo del espíritu un solo milímetro. Además de la justicia humana, la Historia también los juzgará…

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Pero innumerables ejemplos de falsos positivos no deben ocultar la verdad de estas consideraciones:

Las restricciones morales no tendrían que impedirnos actuar en tanto sean obstáculos a la liberación humana. Si realmente hay tiempos en que el espíritu humano puede emanciparse sólo mediante acciones incorrectas, entonces sería terrible que dejemos que nuestro miedo de actuar incorrectamente nos mantenga por siempre en cadenas. Por un lado, si fuera siempre posible para el espíritu humano avanzar de forma tranquila y ordenada, en conformidad con el derecho y la moralidad, entonces el amoralismo histórico de Hegel nunca encontraría aplicación. Por otro lado, si fuera siempre fácil para las personas conocer con precisión cuándo acciones terribles e inmorales son requeridas en interés de la libertad humana, entonces no habría peligro de que esta doctrina pudiera ser abusada. Pero los asuntos humanos son complejos y llenos de ambigüedad. A veces tenemos dificultad para distinguir entre crímenes sin sentido y atrocidades detestables de acciones históricas extraordinarias necesarias para el desarrollo de la especie humana. Es más, algunas de esas acciones necesarias pueden ser al mismo tiempo atrocidades detestables. Hegel no es culpable de estos preocupantes hechos de la vida humana. (1990: 236)

Y es así que en este blog nos introducimos, oficialmente, en la filosofía de Hegel.

Ver también:

Kant y la Revolución francesa


[1] Las rápidas traducciones al texto de Wood son mías. Bibliografía:
WOOD, Allen W. Hegel’s Ethical Thought. Nueva York: Cambridge University Press, 1990.

Sobre el hiato —¿insalvable?— entre el ser y el deber ser (o un párrafo con Hume, Kant, Hegel y Marx)

Una de las principales críticas al sistema ético de Immanuel Kant señala que al separar de forma tan drástica el ser del deber ser, este último queda «impotente» de ejercer cambio alguno en la realidad[1]. Que exista tal separación en la filosofía de Kant es innegable. Mas, vale preguntarse, ¿constituye esto un punto débil para la ética kantiana, o es más bien una de sus tesis más lúcidas? Veamos lo que Susan Neiman tiene que decir al respecto.

Kant es el único gran filósofo que insistió en que la razón y la realidad son completamente diferentes—y se preocupó de ambas por igual. Otros pensadores intentaron resolver la tensión involucrada en vivir de esta forma rebajando un lado o el otro. Conservadores como Hume se negaron a reconocer la realidad de las ideas, lo que lo llevó a un tipo de política que aceptaba el mundo tal como es. Hegel, y siguiéndolo, Marx, vieron el conflicto entre lo real y lo ideal en el corazón de la filosofía de Kant. Cada uno intentó escapar el conflicto al encontrar lo racional real. Preferir los reclamos de la razón a los de la realidad puede llevarnos a una serie de compromisos políticos. Sus diferencias serán importantes para muchos como un asunto de política. Esto es el Idealismo Absoluto, y ya sea quedándose a la derecha con Hegel o pasando a la izquierda con Marx, buscaba escapar las tensiones que surgieron de la obra de Kant. Estas tensiones, Kant insistió, no obstante, jamás podrán reconciliarse. Vivir con ellas requiere de honestidad diaria, y coraje, algo en lo que muchos flaquearán. (Neiman 2008: 149)

Tal vez el mayor éxito del idealismo trascendental está, precisamente, en señalar este hiato irrevocable, una metafísica de ruptura permanente.

Para más de Neiman en este blog, ver: Susan Neiman sobre el pensamiento político de Carl Schmitt, Ilustración: cuatro acusaciones y una defensa y ¿Qué es la verdad? (o sobre la existencia de la ley moral).


[1] Una de las expresiones más famosas de esta crítica es la de Hegel, por supuesto, que Habermas recoge en su artículo «¿Afectan las objeciones de Hegel a Kant también a la ética del discurso?» (1991: 121-123).

Bibliografía:

HABERMAS, Jürgen

Escritos sobre moralidad y eticidad. Barcelona: Paidós, 1991.

NEIMAN, Susan

Moral Clarity: A Guide for Grown-Up Idealists. Orlando: Harcourt, 2008. La traducción es mía.

Realismo especulativo

Me llama mucho la atención esta nueva corriente de pensamiento filosófico que se llama a sí misma realismo especulativo.

Para una buena presentación, los dirijo a esta entrada del blog Vacío, de Erich Luna.

Pensar el noúmeno.

Ahí podrán encontrar el documento donde se exponen de forma introductoria —y no tan introductoria— las principales ideas de su pensamiento.

¿Una suerte de oscurantismo o la conclusión del proyecto metafísico crítico de Kant? ¿O tal vez ninguna de las dos o ambas a la vez? Lejos de poder formarme una opinión todavía, los dejo con esta cita de exactamente el final del documento mencionado, traducida por mí.

Como dijo Hegel, no puedes sorprender a la cosa detrás tuyo para saber lo que es cuando no estamos ahí. Si somos paranoicos podemos instalar micrófonos en nuestra casa de forma que sepamos lo que otros dicen mientras no estemos ahí, pero no podemos hacerle eso a las cosas. ¿Dónde están las cosas? No están ahí. No podemos salir de nuestra piel para saber lo que está ahí afuera. Tal vez la ironía será que el mundo es en sí mismo exactamente como es para nosotros — ¡wow! ¡En ese caso los filósofos serían absolutamente inservibles! Tal vez, tal vez. El correlacionismo no dice que sea imposible, sino que es incognoscible.

Lo que está en juego es el correlacionismo kantiano.

Y hablando de eso, esperen en estos días (con suerte desde hoy) una serie de tres entradas sobre el proyecto crítico del filósofo de Königsberg.

El origen del mito hegeliano de la «tesis», «antítesis» y «síntesis»

He conseguido apenas ayer el libro de Allen W. Wood sobre el pensamiento ético de Hegel —no sorprendentemente titulado Hegel’s Ethical Thought. Y para anunciar que lo tengo, no se me ocurrió mejor forma que presentando una cita de la introducción, en la que Wood explica el origen de la tríada «tesis», «antítesis» y «síntesis», usualmente usada para referirse a su pensamiento, pero que no está presente en el mismo.

¿Triada hegeliana?

Wood expone el origen del mito con su estilo usual, mezcla de la más férrea rigurosidad académica, pero siempre con la disposición a decir las cosas como son.

Veamos:

Hegel tiene a la vez una concepción amplia y estrecha de dialéctica. A veces incluye la «razón positiva» que «comprehende los opuestos en su unidad» dentro de la «dialéctica» (WL5: 52/56), pero otras veces llama a esta etapa «especulación» o «razón positiva», en contraste a la «dialéctica» o «razón negativa» (EL § 82). Esta razón negativa es la actividad de la razón que mueve las determinaciones del pensamiento más allá de ellas mismas y engendra las contradicciones que tanto plagan el entendimiento; la especulación o razón positiva reconcilia las contradicciones en una unidad más elevada, permitiendo su inclusión en un sistema racional. En el sistema de la lógica especulativa, cada determinación del pensamiento lleva a otra que se le opone, y esa oposición lleva a su vez a una nueva determinación en la que la oposición es superada.

(La lamentable tradición de exponer este tema en la dialéctica hegeliana mediante la grotesca jerga de «tesis», «antítesis», y «síntesis» empezó en 1837 con Heinrich Moritz Chalybaus, un expurgador de la filosofía idealista alemana, cuyos ridículos estratagemas expositivos deberían haberse olvidado junto con su nombre. Esta tríada de términos es usada tanto por Fichte como por Schelling, aunque nunca para expresar las ideas hegelianas que acabamos de examinar; hasta donde llega mi conocimiento, nunca fue usada por Hegel, ni siquiera una vez, para este propósito o alguno otro. El uso de la terminología de Chalybaus para exponer la dialéctica hegeliana es casi siempre una confesión involuntaria de que el expositor tiene poco conocimiento de Hegel, o lo posee de segunda mano)[1].

Y así, este blog pretende, por primera vez, una entrada seria sobre Hegel, y no únicamente una oscura referencia. El motivo: una campaña tenaz en contra de la simplificación en la filosofía, que no ayuda siquiera a entender, sino que genera más y más pseudofilosofía. Por ejemplo: ¿Alguna vez la categorización entre ética deontológica y consecuencialista ha ayudado a alguien? I think not.

Si algo no se sabe bien, mejor no pronunciarse al respecto, y preguntar.


[1] Allen W. Wood, Hegel’s Ethical Thought (New York: Cambridge University Press, 1990). La imperfecta traducción es mía, pertenece a las páginas 3 y 4, y en vista de que incluye indirectas traducciones al mismo texto de Hegel, la coloco también en su inglés original:

Hegel has a broader and a narrower conception of dialectic. Sometimes he includes the «positive reason» that «grasps opposites in their unity» within «dialectic» (WL5: 52/56), but sometimes he calls this stage «speculation» or «positive reason,» in contrast to «dialectic» or «negative reason» (EL § 82). Negative reason is the activity of reason that drives thought determinations beyond themselves and engenders the contradictions that so plague the understanding; speculation or positive reason reconciles contradictions in a higher unity, enabling them to be included in a rational system. In the system of speculative logic, each thought determination leads to another that opposes it, and that opposition leads in turn to a new determination in which the opposition is overcome.

(The regrettable tradition of expounding this theme in the Hegelian dialectic through the grotesque jargon of «thesis,» «antithesis,» and «synthesis» began in 1837 with Heinrich Moritz Chalybaus, a bowdlerizer of German idealist philosophy, whose ridiculous expository devices should have been forgotten along with his name. This triad of terms is used by both Fichte and Schelling, though never to express the Hegelian ideas we have just been examining; to my knowledge, it is never used by Hegel, not even once, for this purpose or for any other. The use of Chalybaus’s terminology to expound the Hegelian dialectic is nearly always an unwitting confession that the expositor has little or no firsthand knowledge of Hegel.)

Cualquier interés por hacerse de una copia virtual del libro (como para revisar el origen de las referencias), manifestarlo en la sección de comentarios y a lo mejor me animo a colgarlo, al igual que este otro.

Allen W. Wood y la nueva aurora del pensamiento ético kantiano

Considero uno de los escándalos más grandes de la filosofía la forma usual en la que ha sido interpretado el pensamiento ético de Immanuel Kant, constante que data desde los mismos días en que fue publicada la Fundamentación de la metafísica de las costumbres, allá por 1785, y consolidada en buena parte por las críticas de Hegel, contra su supuesto formalismo.

Nada se puede hacer contra esa visión excesivamente parcializada de autores como Alasdair MacIntyre, que no pasan de una lectura rápida de las primeras páginas de la Fundamentación, pero sería ingenuo pensar que desde los días de Kant no han habido numerosas interpretaciones que le hagan justicia a su pensamiento (aunque ciertamente han sido un número reducido en comparación).

No obstante, hasta finales del siglo XX—y, por supuesto, hasta donde llega mi finito conocimiento sobre el tema—no existió una interpretación completa de todo el pensamiento ético de Kant, esto es, una que le dé la importancia sistemática que se merece a los escritos históricos y antropológicos del filósofo de Königsberg. Y es que todos sabemos que existen Idea para una historia universal con una mira cosmopolita, Hacia la paz perpetua, Antropología desde una perspectiva pragmática, entre otras obras, pero por una suerte de inercia intelectual, incluso pocos simpatizantes de Kant se han preguntado qué conexión tienen estos escritos con, por decir un ejemplo, los últimos párrafos de la primera sección de la Fundamentación.

En 1999, pues, se publicó Kant’s Ethical Thought, del estadounidense Allen W. Wood (y que debe diferenciarse de Kantian Ethics, posterior obra del mismo Wood), y constituye el primer estudio sistemático del pensamiento ético de Kant que le otorga un reconocimiento igual de importante a la parte metafísica y a la antropológica (como puede apreciarse en el índice de la obra).

Recién ha empezado mi estudio del libro (ciertamente más avanzado que Kantian Ethics), pero desde ya quisiera señalar un ejemplo (y espero posteriormente mostrar muchos más) en el que esta obra integra la parte metafísica con la antropológica logrando una interpretación más coherente (y discutiblemente más fiel al pensamiento del mismo Kant) sobre ciertos aspectos problemáticos y bastante discutidos.

Veamos la siguiente cita:

En la Fundamentación Kant dice prominentemente: «El ser humano siente dentro de sí mismo un poderoso contrapeso a todos los mandatos del deber, . . . el contrapeso de sus necesidades e inclinaciones» (F 4:405). Tales comentarios han servido como punto de partida para ataques a la posición de Kant, empezando con aquellos sobre el «rigorismo» y «formalismo» de Kant por racionalistas más moderados (como Schiller y Hegel). La psicología moral de Kant se presenta como un blanco relativamente fácil en la forma abstracta que asume en sus trabajos éticos fundacionales, donde puede ser asociada con su metafísica de «los dos mundos» del ser, y atribuida con culpa a su historia personal pietista o a la tradición estoica ética que Kant parece representar. Las críticas son más difíciles de elaborar si la sospecha de Kant sobre los deseos naturales es vista a la luz de su teoría empírica de la naturaleza humana desarrollada en sus escritos de antropología e historia. Incluso ahí, la visión de Kant sobre estos puntos será todavía considerada por muchos como extrema (o simplemente desagradable). Pero ya no podrá ser rechazada de la misma forma condescendiente. Pues la desconfianza de las inclinaciones (o deseos naturales) en el racionalismo de Kant no es sobre una hostilidad a algo tan inocente como la «finitud» o «los sentidos» o «las emociones» o «el cuerpo». La atención está puesta en vez sobre el (muy lejos de ser inocente) carácter social que los deseos naturales deben asumir en el proceso natural mediante el cual nuestras facultades racionales se desarrollan en la historia[1].

De esta forma, las razones que tiene Kant para oponer razón e inclinaciones, así como la necesidad de que aquella mande sobre estas últimas, «no están derivadas a priori desde la concepción de metafísica y moralidad de Kant, sino que son de carácter empírico y antropológico»[2].

Esto podrá sonar poco convincente para quienes tengan poco conocimiento de los escritos históricos y antropológicos de Kant, y precisamente por esto se volverá una nueva tarea de este bloguero difundirlos.

¡Kantianos de todo el mundo, únanse!


[1] y [2] Allen W. Wood, Kant’s Ethical Thought (New York: Cambridge University Press, 1999). La imperfecta traducción es mía, y pertenece a las páginas 250 y 251.

La idea de Sociedad Civil en el siglo XIX

El siguiente artículo es en realidad la respuesta a la primera pregunta del control de lectura sobre el capítulo de «La Sociedad Civil», del libro de Norberto Bobbio Estado, gobierno y sociedad: por una Teoría General de la Política, que tuve que realizar como parte del proceso de admisión para la Maestría de Ciencia Política y Gobierno, de la PUCP.

La pregunta en cuestión pedía analizar la idea de Sociedad Civil en el siglo XIX, basándose en el texto ya mencionado.

Aquí va.

Bürgerliche Gesellschaft.

El concepto de “sociedad civil”, tal como lo entendemos hoy, nos llega en buena medida gracias a Karl Marx, y mediante él, Hegel. Ambos prominentes filósofos alemanes del siglo XIX.

Tal es la influencia de ambos autores en el pensamiento actual, que nos cuesta un gran esfuerzo remontarnos a la tradición previa, para la cual la sociedad civil tiene un significado radicalmente distinto.

Y es que, antes de Hegel, no existía más que una distinción de matiz entre lo que ahora entendemos como sociedad civil y el Estado: ambos conceptos eran equivalentes, y tenían como contraparte al estado de naturaleza de la tradición iusnaturalista; a diferencia de ahora, que forman parte en la gran dicotomía sociedad civil/Estado, en la que sociedad civil es entendida generalmente de forma negativa, como lo que está fuera del Estado, y entendiéndose este último como “el conjunto de aparatos que en una sociedad organizada ejercen el poder coactivo”.

Para comprender este cambio en la concepción de sociedad civil, primero como identificada con el Estado, y luego como su antítesis, es necesario entender la influencia de ambos autores alemanes.

Hegel reconoció tres momentos en la sociedad civil: primero, el sistema de necesidades; en segundo lugar la administración de la justicia; y en tercer lugar, la policía (o el poder administrativo). Los dos últimos momentos son considerados “brazos” del Estado, inevitablemente presentes en la sociedad civil, por lo que esta última puede considerarse no como algo distinto o contrapuesto al Estado, sino como un momento previo al Estado: como un Estado imperfecto e inferior, reservando el Estado perfecto al último momento del desarrollo de la eticidad.

Hegel estaba buscando, pues, lo propio del Estado, pues a su parecer, tanto la tradición eudaimonista (aristotélica) y la contractualista (Hobbes, Locke y Kant), no podían responder consecuentemente al problema de por qué una persona está obligada a pagar impuestos, e incluso, entregar su propia vida a disposición del Estado (en caso de guerra).

Marx, por su lado, aprovechó esta diferenciación (en el caso de Hegel, mínima) entre sociedad civil y Estado, e identificando a la primera sólo con el que para Hegel era su primer momento (el de las necesidades), las contrapuso radicalmente.

Recordemos que para ambos autores, el término que usan para sociedad civil es Bürgerliche Gesellschaft, que significa a la vez sociedad civil y sociedad burguesa, y Marx la identificó principalmente con los valores que surgieron con el mundo burgués, como la individualidad y el egoísmo; por lo que, de estar contrapuesta (en la tradición iusnaturalista) al estado de naturaleza, pasó con Marx finalmente a identificarse con aquél: el hombre, en la sociedad civil, se encuentra en constante guerra contra los demás hombres, aislado por su individualidad, lo que tiene, por supuesto, un fuerte eco hobbesiano.

Así, la sociedad civil, para Marx, es la base en la que se dan las relaciones económicas y materiales; mientras que el Estado es la superestructura en la que se construyen las distintas ideologías y donde se da propiamente la política (no diferenciada claramente de la ética).

En resumen, tenemos dos pasos que nos permiten entender cómo la sociedad civil cambió de significar lo mismo que Estado, y estar contrapuesta al estado de naturaleza, a ser identificada con el estado de naturaleza, y estar radicalmente opuesta al Estado. El primero viene a ser la primera distinción efectuada por Hegel, entre sociedad civil y Estado, en la cual, no obstante, la sociedad civil es entendida como un momento previo al Estado (o un estado imperfecto); y el segundo paso, en el que Marx aprovecha esta distinción, y obviando los dos momentos que Hegel consideraba enlazaban al Estado con la sociedad civil (la administración de justicia y el poder administrativo), termina por oponer completamente al Estado con la sociedad civil, sentando las bases para la dicotomía vigente todavía en la actualidad.

Libertad y autonomía

Encontré una concisa reflexión sobre la relación entre la libertad y la autonomía en la filosofía de Kant, nada menos que en un libro de Allen W. Wood—héroe de este blog— sobre Hegel, que he podido consultar de forma virtual.

Pondré una imperfecta traducción, que pertenece al comienzo del capítulo 2.3 de la obra mencionada (que se llama Hegel’s Ethical Thought, por cierto):

La «libertad absoluta» hegeliana obviamente significa algo como la «autonomía» kantiana. Se refiere a una forma de actuar en la cual nuestra voluntad es determinada por sí sola, y no es en absoluto determinada por influencias ajenas. Para Kant, actuamos de forma autónoma sólo cuando nuestra voluntad es determinada únicamente por la razón pura o el respeto a la ley moral. Justo por esta razón, Kant no piensa que la libertad y la autonomía son exactamente lo mismo. Más bien, la libertad está relacionada a la autonomía como la potencia al acto. Kant define la «libertad» como «aquella propiedad de la causalidad [de la voluntad] por la cual puede ser efectiva independientemente de causas externas» (G 446/64, énfasis agregado), o de nuevo como «el poder (Vermögen) de la razón pura de ser por sí misma práctica» (TL 123-124/10). Para Kant, somos libres cuando tenemos la capacidad de ser autónomos, ya sea si ejerzamos nuestra libertad al actuar de forma autónoma o no. Así Kant preserva la idea de que la libertad consiste en posibilidades y capacidades por sobre una forma particular de ejercitarlas o actualizarlas.

Es interesante notar que la libertad del albedrío, entonces, no es buena por sí misma, sino que lo es únicamente cuando obedece el mandato de la ley moral.

El carácter existencialista del absurdo en Temor y temblor de Søren Kierkegaard

Decidí tomar un respiro de la serie sobre el imperativo categórico que vengo realizando—aunque la cuarta y quizás última entrega se viene pronto—, y publicar la ponencia que hice para el Simposio de Estudiantes de Filosofía de la PUCP del año pasado—claro que adaptada para este blog—sobre el concepto del absurdo en una obra de Kierkegaard.

En vista de que fue hecha para ser leída, y por lo tanto la considero bastante fluida, los cambios son bastante leves, como podrán comprobar si revisan el texto original, publicado en mi otro blog. No obstante, en vista también de que la ponencia carece de notas al pie de página, me pareció relevante linkearlos a la breve monografía que hice el 2007, que es la génesis de dicha ponencia, y de corte más académico.

Recapitulando, por si se perdieron, el presente ensayo es la leve adaptación de una ponencia que a su vez estuvo basada en una monografía mía sobre el tema.

Sin más, vamos a la cuestión.

Los escritos del filósofo y teólogo danés Søren Kierkegaard pueden ser separados en dos grupos. El primero, y que nos interesa para este ensayo, consiste en una comunicación indirecta, en la que el autor se esconde tras pseudónimos, no sólo en cuanto al nombre, sino también respecto de su verdadero punto de vista, creando complejos personajes y dejando que hablen por él. En el segundo grupo tenemos la comunicación directa, en la que, por decirlo de algún modo, Kierkegaard dice lo que piensa.

Ya hemos señalado, sin embargo, a que es el primer grupo, el de la comunicación indirecta, el que ha de interesarnos, pues para este ensayo trabajaremos exclusivamente con uno de sus libros, del cuál alguna vez él mismo dijo que por sí solo bastaría para asegurarle un nombre imperecedero como autor. Hablo de Temor y temblor.

Escrito bajo el pseudónimo de Johannes de Silentio, haciendo obvia referencia a lo que no puede ser dicho y es por lo tanto incomunicable, Temor y temblor es un libro escrito relativamente temprano en la vida de Kierkegaard, cuando tenía 30 años. Además, como perteneciente al grupo de la comunicación indirecta, no nos lleva directamente al pensamiento de su autor, sino de manera tangencial. El motivo de Kierkegaard al concebir estos escritos indirectos fue el de hacer que el lector se identifique con sus personajes, o que se sienta interpelado por estos, formando una suerte de conexión más emocional que racional, y que finalmente el desarrollo de su vida personal se vea afectado.

No es el objetivo de este ensayo, pues, adentrarnos en el pensamiento de Kierkegaard; en vez, lo que queremos mostrar es la relevancia que tuvo, y que puede seguir teniendo, lo propuesto en dicha obra para la filosofía que de manera muy general podríamos considerar como existencialista.

Empecemos exponiendo de forma general el libro y las intenciones de su autor (a partir de ahora nos referiremos al autor de la obra como Johannes de Silentio, creado por Kierkegaard, y al que bien se le pueden atribuir intenciones distintas de las de su autor real). La obra gira alrededor de la historia de Abraham, en particular, al momento en que Dios le pide que sacrifique a su único hijo, Isaac. Este ejemplo atraviesa todo el libro, pues sirve como paradigma de lo que es la fe para de Silentio. También, y como veremos a continuación, el libro puede ser visto como una respuesta a un contexto filosófico particular, en el que la filosofía hegeliana se hallaba en su máximo apogeo, habiendo el malvado sistema hegeliano adoptado la fe, explicándola, pero de esa forma aniquilándola.

El argumento de Johannes de Silentio en Temor y temblor es simple: si es que no hay nada más elevado que la ética en este mundo, y tampoco nada inconmensurable en el hombre más allá de lo que posiblemente pueda expresar mediante su participación en ésta, entonces nunca existió la fe, precisamente porque siempre existió, y en consecuencia, Abraham está perdido. Pero, sin embargo, hay efectivamente algo que está más allá de lo universal en todos (puesto que por ética de Silentio, muy kantianamente, entiende lo universal, válido para todos, y en todo momento), y esto es lo absoluto (Dios, en el ejemplo de Abraham). Este absoluto entra en relación con el Particular (o sea, con un individuo concreto) mediante la fe, y de la siguiente forma:

La fe consiste precisamente en la paradoja de que el Particular se encuentra como tal Particular por encima de lo universal, y justificado frente a ello, no como subordinado, sino como superior. Conviene hacer notar que es el Particular quien después de haber estado subordinado a lo universal en su cualidad de Particular llega a ser lo Particular por medio de lo universal; y como tal, superior a éste, de modo que el Particular como tal se encuentra en relación absoluta con lo absoluto. Esta situación no admite la mediación, pues toda mediación se produce siempre en virtud de lo universal; nos encontramos pues, y para siempre, con una paradoja por encima de los límites de la razón.

Considero el pasaje que acabo de leer como el punto central de todo el libro, mas no es de por sí argumentación alguna, sino la explicitación de una paradoja inherente a la fe, y que no puede ser explicada de manera racional.

En primer lugar, debemos diferenciar lo universal de lo absoluto, en otras palabras, lo ético de lo divino. Es cierto que ambas esferas pueden coincidir, pero en ese caso, y de Silentio es decisivo al respecto, la fe no sería necesaria, las categorías filosóficas griegas bastarían, nos dice, y nuevamente, Abraham estaría perdido. Es gracias al ejemplo de Abraham que nos damos cuenta que ambas esferas no siempre coinciden, y que la de lo absoluto se haya por encima, puesto que no hay forma de reconciliar la acción de Abraham con lo universal, pues un padre tiene un deber para con su hijo, y lo que se le exige a Abraham no sobrepasa este deber en el sentido ético, puesto que no se le ha pedido que actúe por un bien mayor, como podría ser el bienestar de un pueblo, tampoco hay una racionalidad de por medio, en el sentido que Dios no se encontraba enfadado por algo que Abraham hizo; simplemente se lo pidió, y Abraham actuó porque creía, en virtud de lo absurdo, nos dice, y sobre esto último volveremos más adelante.

O es un asesino, o es un creyente; o ha transgredido la ética, o la ha suspendido en virtud de algo más elevado; o lo uno o lo otro. De cualquier forma, no hay lugar para la mediación.

Hay que tener en cuenta, en segundo lugar, que Abraham amaba a Isaac más que a nada en el mundo, y eso es importante, porque aquello significa que él siente un deber ético de no hacerle daño, y es justamente este deber lo que el combate, en absoluta soledad, para realizar el sacrificio. Así, Abraham (el Particular) antepone su relación con Dios (lo absoluto) a su deber ético (lo universal), pero justamente habiendo pasado por éste, rechazándolo sin abandonarlo del todo, y en ese sentido tenemos la paradoja, puesto que él no puede conciliar el amor que siente por su hijo (y su deber ético) con su deber hacia lo absoluto, pues al sacrificarlo, no lo deja de amar, justamente, lo ama más que nunca. Desde el punto de vista del espectador, todos observamos desde lo universal, pero el Particular está solo en su relación con lo absoluto, puesto que sólo puede comunicarse y hacerse inteligible con otros en virtud de lo universal. No obstante, esto no nos impide que podamos comprender la paradoja hasta cierto punto, aunque nunca totalmente.

Como consecuencia de esto, hasta el momento, tenemos que el Particular es ahora el determinante último de su actuar, gracias a su relación con lo absoluto, claro, pero finalmente esta relación también es privada: el Particular se encuentra aislado en ésta, uno solo con su fe; y lo universal es en consecuencia, subordinado, relativo. En una ética universalista como la kantiana, el Particular también es el determinante último de su actuar, puesto que su albedrío es libre, pero sin embargo, siempre puede encontrar refugio en saber que lo que hace está bien, y en que otros podrán comprenderlo. Es finalmente una ética radicalmente comunicativa. Y es justamente la imposibilidad de la comunicación lo que aísla al Particular, así:

[…] está en una soledad universal donde jamás se oye una voz humana, y camina solo, con su terrible responsabilidad a cuestas.

Quisiera remarcar, justamente, el espantoso πάθος que rodea esta nueva responsabilidad que recae sobre él. No es cómodo ser el Particular, y como tal, sobreponerse a lo universal, puesto que ipso facto, se está aislando de los demás individuos, de ser comprendido y amparado, y queda solo en su actuar. Haríamos bien, siguiendo la recomendación de Johannes, en imaginar el viaje de 3 días y medio que tuvo que recorrer Abraham hasta llegar al monte Moriah, sabiendo lo que tenía que hacer, y en completa soledad, no solamente física, sino espiritual.

Apenas hemos mencionado lo absurdo, y se nos vuelve a estas alturas imprescindible profundizar en la cuestión. De manera rápida, y usando el lenguaje de la obra, podríamos decir que el absurdo aparece cuando el Particular entra en absoluta relación con lo absoluto. Pero tendríamos que preguntarnos por la verdadera significación de esto.

En primer lugar, debemos aclarar cómo es que el Particular se coloca por encima de lo universal, como superior, y mediante este universal. Supongamos que un Particular, un individuo cualquiera, transgrede el universal, o sea, actúa de manera inmoral. Pone sus intereses particulares por sobre su deber ético. Esto es cualquier cosa menos absurdo. En realidad, es completamente racional. Si quiero más dinero (y disculpen por el superficial ejemplo), entonces dejo de pagar impuestos o le robo a alguien. Pongo mis intereses por encima de los de los demás, por encima del universal, pero me sigo manejando dentro de su racionalidad, sigo subordinado a éste, aunque transgrediéndolo. El absurdo no entra por ningún lado. Sin embargo, ¿quién podría entender que, siendo el dinero lo que más quiera en la vida, regale todas mis posesiones? Sería sin lugar a dudas un acto absurdo. No obstante, ¿es todo acto absurdo una relación absoluta del Particular con lo absoluto? Por supuesto que no, pero lo terrible es que el espectador nunca podrá saberlo, ¡y ni siquiera el Particular mismo! No hay, pues, certeza alguna.

Ahora, ¿cómo se da, entonces, esta superación del universal por el Particular mediante el universal mismo? No hay una receta, claro, pero sí es necesario que el individuo acoja al universal dentro de sí, o sea, en un actuar ético, y a pesar de querer realizar este actuar ético más que nada, no lo haga, sino que en virtud del absurdo, renuncie a él. Sin embargo, tanto como el Particular renuncia al objeto que quiere (como Abraham renuncia a Isaac), lo recupera también en virtud del absurdo.

Quisiera, a partir de este momento, dejar cualquier interpretación religiosa y explicar la significación que esto podría tener en una filosofía de carácter existencialista.

Tenemos que en el ejemplo de Abraham, él recupera a Isaac en virtud del absurdo,pero esto podría traducirse sin problemas a que Dios se lo devuelve. ¿Cómo podría sostenerse esto, entonces, en un contexto ateo, sin Dios?

Hemos dicho que el Particular tiene que acoger el universal dentro de sí, y luego, sin embargo, rechazarlo, renunciar a él, pero sin dejar de querer realizarlo, en un movimiento absurdo y sin sentido. Pero si no hay Dios al cual llegar, ¿qué logramos con esto? ¿Quién o qué nos devuelve a Isaac?

En una moral universalista, me atrevería a decir, nuestra libertad está sujeta, o es, siempre en relación a algo. En el caso de Kant, por ejemplo, la libertad es con respecto a la ley moral una mera facultad. Entonces, podemos internalizar el deber, hacerlo nuestro, expresar el universal en cada momento, con cada partícula de nuestro ser, y justamente por eso, tenemos una libertad que nos asegura, que nunca nos abandona.

Es sobre este punto, la libertad, que quisiera hacer la conexión con la filosofía existencialista, no abordando ésta desde un punto de vista teórico, como podría ser el expresado por Jean-Paul Sartre en El ser y la Nada, sino más bien adentrándonos en ella mediante sus obras de ficción, que es dónde me parece más rica.

Si es que se ha tenido contacto con las novelas de Albert Camus, o con sus obras de teatro, al igual que con las del mismo Sartre, se habrá podido notar que están plagadas de personajes cuyo actuar en muchos casos resulta difícil de entender. ¿Podríamos explicar las acciones de Cayo Calígula simplemente como motivadas por la locura, o por el trauma de la pérdida de su amada, y por lo tanto, como inmorales? ¿No sería acaso lo mismo que tildar a Abraham de asesino? Lo que pretendo señalar es que de alguna forma estos personajes entran (o intentan entrar) en absoluta relación con el absoluto, ya no en el sentido de Dios, sino de una realidad absurda y carente de sentido, que no puede ser explicada en términos éticos, en el mismo sentido que la paradoja no puede ser mediada por el universal.

Quiero remitirme, a continuación, a un ejemplo en particular; a un personaje de la obra de teatro de Sartre llamada El diablo y Dios, que me parece nos puede ayudar a entender el problema.

Goetz es un sangriento general durante la guerra del campesinado en la Alemania del siglo XVI. Actúa sin ningún remordimiento, violando mujeres, empalando niños y torturando hombres, incluso habiendo traicionado a su hermano, y pretendiendo hacer el mal por el mal mismo—aunque Kant diría que esto es imposible. Sin embargo, es confrontado por un cura llamado Heinrich, que lo descalifica diciéndole que todos los hombres hacen el mal, y que es el bien lo que nos está prohibido hacer en este mundo. Goetz se siente desafiado, y repentinamente decide que va a intentar hacer el bien, y hace una apuesta con Heinrich, según la cual tiene un año y un día para demostrarle que lo ha logrado. Pero decide dejar esta decisión, sobre si aceptar la apuesta o no, en las manos de Dios, tirando los dados. En caso de perder, tendría pues que seguir la voluntad divina y hacer el bien. Habiendo tirado su contrincante un dos y un uno, Goetz hace trampa y saca voluntariamente un par de ases, perdiéndose así a la voluntad de Dios.

Se da pues, un cambio total en Goetz, quien estando a punto de entrar a una ciudad y matar a sus veinte mil habitantes, decide unirse a los pobres y ayudarlos, siguiendo la doctrina cristiana del bien al pie de la letra, tratando de fundar una ciudad basada en el amor. Pero en el contexto de la guerra, la ciudad simplemente se vuelve insostenible, y los pobres que Goetz pretende defender, se ven ante una amenaza inminente, y que planea ignorar, para seguir predicando el amor. Eventualmente, se ve obligado a abandonarlos puesto que se da cuenta que no puede hacer nada por ellos, y que al intentar ayudarlos, no hizo más que perjudicarlos. Desesperado, se encuentra con Heinrich, justo para el momento de ser juzgado habiendo pasado un año y un día. Goetz acepta, pues, que ha fracasado, pero se pregunta por qué Dios prohíbe al hombre hacer el bien, a la vez que le otorga el deseo de lograrlo.

Podríamos decir que Goetz está honestamente tratando de practicar el universal, aunque en una versión quizás algo caricaturesca del mismo. Sin embargo, en el clímax de su juicio ante Heinrich, le ocurre una revelación, que me parece provechoso mostrar:

Heinrich: ¿Para qué simulas hablarle [a Dios]? De sobra sabes que no responderá.

Goetz: ¿Y por qué ese silencio? Él, que se hizo visible a la burra del profeta, ¿por qué se niega a mostrárseme?

Heinrich: Porque tú no cuentas. A Dios le importa un bledo que tortures a los débiles o te martirices a ti mismo, que beses los labios de una cortesana o los de un leproso, que mueras de privaciones o de voluptuosidades.

Goetz: ¿Quién cuenta, entonces?

Heinrich: Nadie. El hombre no es nada. No te hagas el sorprendido; siempre lo supiste. Lo sabías cuando echaste los dados. ¿Por qué, si no, hubieses hecho trampa? (Goetz trata de hablar.) Hiciste trampa: Catalina te vio, forzaste la voz para cubrir el silencio de Dios. Las órdenes que pretendes recibir, eres tú quien te las envías.

Goetz (reflexionando): Sí, yo.

Heinrich (sorprendido): Pues sí. Tú mismo.

Goetz (el mismo tono): Sólo yo.

Heinrich: Sí, te digo que sí.

Goetz (levantando la cabeza): Sólo yo, cura, tienes razón. Sólo yo. Yo suplicaba, mendigaba un signo, enviaba al cielo mis mensajes; y no había respuesta. El cielo ignora hasta mi nombre. A cada minuto me preguntaba lo que podía ser yo a los ojos de Dios. Ahora sé la respuesta: nada. Dios no me ve, Dios no me oye, Dios no me conoce. ¿Ves ese vació por encima de nuestras cabezas? Es Dios. ¿Ves esa brecha en la puerta? Es Dios. ¿Ves ese agujero en la tierra? También es Dios. El silencio, es Dios. La ausencia, es Dios. Dios es la soledad de los hombres. Estaba yo solo; yo solo decidí el Mal; solo, inventé yo el Bien. Fui yo quien hizo trampa, yo quien hizo milagros, yo quien me acuso hoy, sólo yo puedo absolverme; yo, el hombre. Si Dios existe, el hombre es nada; si el hombre existe… ¿Adónde vas?

Expliquemos esto haciendo uso de los términos que hemos venido utilizando. El Particular (Goetz), habiendo estado sometido a lo universal (o sea, el bien identificado con la voluntad divina), logra relacionarse con lo absoluto (en este caso la conciencia de que no hay Dios, sólo el hombre, y por lo tanto, una realidad absurda, carente de un orden moral), y en virtud de esto, el peso de todas sus decisiones cae sobre sí mismo, y no tiene nada ya en qué refugiarse. Hay que aclarar que Goetz no ha abandonado el universal, pero habiéndolo perdido, lo ha recuperado, y justamente en virtud del absurdo. Se mantiene en él la voluntad de hacer el bien hacia los demás hombres.

Y justamente esto nos lleva al último punto que quisiera señalar. Al entrar en esta absoluta relación con el absoluto, en el territorio del absurdo, más allá del bien y el mal, perdemos de alguna forma lo terrenal, puesto que podríamos fácilmente caer en un nihilismo extremo. No hay un motivo ético para no hacerlo. ¿Cómo, entonces, recuperamos el mundo? Sólo el en virtud del absurdo nos puede salvar, la fe. No nos olvidemos, pues, que efectivamente Abraham recupera a Isaac gracias a su fe, no lo pierde. Igualmente, Goetz obtiene una vitalidad que antes no poseía. Estando dispuesto a morir, recupera su propia vida, y más importante aún, el control total de sus acciones y de su destino.

El formalismo del imperativo categórico

En este segundo artículo sobre el imperativo categórico nos centraremos en su primera formulación, la más popular—y para muchos la única conocida—y cuya interpretación en el contexto de la primera sección de la Fundamentación de la metafísica de las costumbres ha dado lugar a muchas de las críticas que siguen vigentes hasta hoy en día, y que usaremos como punto de partida.

Pensé usar exclusivamente las que le hace Hegel (principalmente porque son las que me caen más pesadas), tal como las recoge Jürgen Habermas en su famoso ensayo ¿Afectan las objeciones de Hegel a Kant también a la ética del discurso?, sobre el supuesto formalismo, universalismo abstracto, impotencia del simple deber y terrorismo de la pura intención; pero en vista de que el mismo Habermas parece rechazarlas con relativa facilidad, decidí que sería mejor partir de la crítica de Habermas mismo, y que resumo en la siguiente cita, que hace referencia a la ética kantiana como un:

[…] planteamiento puramente interno, monológico […], que cuenta con que cada sujeto en su foro interno proceda al examen de sus propias máximas de acción.

La respuesta en este artículo será sólo parcial y negativa, puesto que recién en los dos siguientes (al tratar la segunda y tercera formulación, respectivamente) responderemos recién positivamente al núcleo de la crítica.

Recordemos el contenido de la primera formulación de la ley moral, en sus dos variantes:

Formula de la ley universal: “Actúa solamente de acuerdo con la máxima por la cual puedas al mismo tiempo querer que se vuelva una ley universal”.

Formula de la ley de la naturaleza: “Actúa como si la máxima de tu acción fuese a volverse mediante tu voluntad una ley universal de la naturaleza”.

No es difícil darse cuenta, viendo la forma en que está planteada esta primera formulación, como uno podría pensar que la labor de este principio supremo de la moral sea la de brindarnos un procedimiento o examen formal para evaluar la moralidad de nuestras propias máximas—como apunta Habermas en su crítica—, pero ya vimos en el artículo anterior que no es así como debe entenderse el rol de un principio supremo, ya sea el de la ética kantiana, como el del utilitarismo de John Stuart Mill.

Sin embargo, es así como el imperativo categórico ha sido visto históricamente, basándose las interpretaciones casi exclusivamente en esta primera formulación. Y es que, efectivamente, esta primera formulación no es más que la forma de la ley moral, siendo la segunda la materia o el contenido, y la tercera, finalmente, la que se encarga de unirlas. Son pues, tres perspectivas distintas que se complementan para dar luz de este principio supremo, cuya expresión debe ser vista, como bien dice Allen W. Wood, únicamente como provisional y falible.

Desde esta formulación meramente formal, no podríamos responder a preguntas como ¿por qué obedecer este imperativo categórico? Así también, la crítica de Habermas sería totalmente válida, puesto que cada uno podría solucionar, en su foro interno, todos los problemas de la moral, simplemente siguiendo el procedimiento. No obstante, mientras que la pregunta de por qué obedecer la ley moral se responde en buena parte gracias a la segunda formulación, y la crítica sobre el carácter monológico se refuta con la tercera, nos queda por examinar el que es probablemente el más común malentendido, y la barrera más grande para adentrarnos con profundidad en la ética kantiana. Me refiero a la excesiva importancia que se le da a la universalización de las máximas. En vista de que Allen W. Wood lo hace tan bien, lo seguiremos cuando refuta este prejuicio en la siguiente cita:

La noción de que la ética kantiana está comprometida con reglas estrictas y que no permiten excepciones porque considera principios morales como imperativos categóricos está basada en el malentendido más crudo posible. Un imperativo categórico es incondicional en el sentido de que su validez racional no presupone ningún fin, dado independientemente de ese imperativo. Por ejemplo, el respeto por la naturaleza racional puede normalmente requerirnos cumplir con cierta regla, pero puede bien haber condiciones bajo las cuales no nos lo pida, y bajo esas condiciones la regla no sería un imperativo categórico en lo absoluto. […] Una vez que sacamos del camino este común malentendido, no es difícil ver que la teoría kantiana permite considerable espacio para el juicio y excepciones para la aplicación de los deberes[1].

Esta apelación a la universalización de las máximas, además, toma un papel completamente secundario en el posterior desarrollo de la moral de Kant, puesto que al derivar los distintos deberes de virtud, la apelación a la humanidad, valor fundamental de la ética kantiana, y presente en la segunda formulación del imperativo categórico, se convierte en el eje central de estos deberes.

Dijimos, para terminar, que responderíamos a la crítica de Habermas de forma negativa, y es necesario hacer un balance. La ética kantiana, considerada como la aplicación de la primera formulación del imperativo categórico, es ciertamente todo lo que le critica. Pero, a pesar de que todavía no hemos examinado la segunda y tercera formulación, debe estar claro ya a estas alturas que ese fatal presupuesto es erróneo; que la primera formulación es precisamente la parte formal y cuyo papel dentro de la ley moral es excesivamente limitado.

En el tercer artículo de esta serie nos enfocaremos en la segunda formulación del imperativo categórico, cuyo examen dará luz sobre sobre el valor fundamental de la ética kantiana.


[1] La cita, al igual que en el primer artículo, es nuevamente a Kantian Ethics (New York: Cambridge University Press, 2008). La traducción es mía.