Mes: agosto 2010

Aplicando la ley moral (u otro post sobre Battlestar Galactica y robots)

Ya hace algunos días señalé cómo podríamos considerar el genocidio de una raza de robots con libre albedrío como un crimen en contra de la humanidad, basándome en un ejemplo dado por la excelente serie de televisión Battlestar Galactica.

Humanos y Cylons viviendo juntos.

Ahora quisiera hablar sobre el mismo caso, pero desde otra perspectiva.

Para la teoría ética de Immanuel Kant:

La filosofía moral está fundamentada en un solo principio supremo, que es a priori, pero todos nuestros deberes morales resultan de la aplicación de este principio a lo que sabemos empíricamente sobre la naturaleza humana y las circunstancias de la vida humana[1].

Dicho principio a la vez se sostiene en el valor de la humanidad, que no es otra cosa que la naturaleza racional presente —de forma no exclusiva— en nuestra especie.

En Battlestar Galactica, la raza de robots llamada Cylons se revela como meras máquinas determinadas a exterminar a los seres humanos. Nosotros, por tanto, hemos de considerarlos nuestros enemigos sin reconocerles deber moral alguno.

Sin embargo, una vez que algunos especímenes de dicha raza empiezan a mostrar libre albedrío, o en otras palabras, la naturaleza racional o humanidad, nuestra aplicación de la ley moral, completamente a priori, ha de cambiar debido a lo que sabemos empíricamente de dicha raza, y por tanto, ¡reconocerles el estatus de personas con una dignidad irrenunciable!

La serie hace un excelente trabajo en mostrar las reacciones de los distintos humanos, y de cómo surge rápidamente un fuerte racismo (o tal vez sería mejor decir especismo) contra los Cylons.

Me llama la atención que dicho problema moral planteado en la serie sea entendido de forma muy clara por la teoría ética kantiana, que es finalmente el motivo por el cual tenemos y debemos perfeccionar nuestras teorías éticas.

Para un artículo más sobre un problema similar, también perteneciente al área de la ciencia ficción, vean este artículo sobre Avatar (y en menor medida Sector 9).


[1] Allen W. Wood, Kantian Ethics (New York: Cambridge University Press, 2008). La traducción es mía, y pertenece a la página 61.

¿Qué es la razón? (o sobre propiedades monádicas y relacionales)

En las últimas semanas me he topado con una pregunta importante sobre la filosofía de Immanuel Kant, que atraviesa todo el resto de mis «investigaciones».

Todo surgió en una conversación que tuve con mi amigo y colega Omar Valencia, acerca de la naturaleza —nada menos que— de la razón (Vernunft). Por un lado está la percepción actual del carácter monádico[1] de la razón moderna (donde se incluye tanto a Descartes como a Kant), que autores contemporáneos pretenden corregir.

Sin embargo, siguiendo interpretaciones recientes, más holísticas del pensamiento de Kant[2], la razón ilustrada (y en esto podemos diferenciar a Descartes de Kant) debe su existencia no a una capacidad innata, sino al desarrollo histórico y social de la especie humana (por supuesto esto requiere de cierta predisposición innata en el hombre para poder desarrollar dicha racionalidad).

Caricatura sobre la —falta de— libertad de pensamiento.

En la misma Crítica de la razón pura, Kant afirma que la misma existencia de la razón depende de la capacidad de comunicación de ciudadanos libres (ver la cita que se encuentra en lo más elevado de la columna derecha de este blog). Sin embargo, para que no se nos acuse de coger citas aisladas, fuera de contexto, y tratar de leer lo que queramos, colocaré otra cita, de un escrito más de divulgación, escrito en 1786 (un año después de la Fundamentación de la metafísica de las costumbres, y un año antes de la segunda edición de la primera Crítica), titulado «¿Qué significa orientarse en el pensamiento?», en el que Kant busca responder desde ya a los atacantes de su preciada razón ilustrada.

¡Hombres de capacidades espirituales y de amplias convicciones! Admiro vuestros talentos y amo vuestro sentimiento humano. Pero ¿habéis reflexionado también en lo que hacéis y en lo que pretendéis con vuestros ataques a la razón? Sin duda queréis que la libertad de pensamiento se mantenga invulnerable; pues, sin ella, pronto tendrían un final incluso vuestros ímpetus de genio. Veamos lo que de modo natural resultaría de esta libertad de pensamiento, si un proceder semejante al que habéis iniciado llegara a ser excesivo.

A la libertad de pensamiento se contrapone en primer lugar la coacción civil. Se dice, desde luego, que un poder superior puede quitarnos la libertad de hablar o de escribir, pero no la libertad de pensamiento. Sin embargo, ¡cuánto y con qué licitud pensaríamos si no pensáramos, en cierto modo, en comunidad con otros, a los que comunicar nuestros pensamientos y ellos a nosotros los suyos! Puede decirse, por tanto, que aquel poder exterior que arrebata a los hombres la libertad de comunicar públicamente sus pensamientos, les quita también la libertad de pensamiento: la única joya que aún nos queda junto a todas las demás cargas civiles y sólo mediante la cual puede procurarse aún remedio contra todos los males de este estado[3].

La respuesta de Kant apunta a lo fundamental de la razón en tanto él la concibe, y resulta verdaderamente revelador que apunte sobre todo a la libertad de la comunicación efectiva de nuestros pensamientos ¡como condiciones necesarias del pensamiento mismo!

Mi tesis es que la razón para Kant, es decir, para el pensamiento ilustrado, en términos contemporáneos, es una propiedad relacional del ser humano, cosa que, sin embargo, no nos impide en lo absoluto tratar sus características presentes en cada individuo de forma monádica.

Pero entonces, ¿dónde se encuentra esta razón? ¿Acaso podemos encontrarla empíricamente? Obviamente no (al menos no por el momento), pero la aceptación de esa limitación no tendría por qué impedir la elaboración de una filosofía en torno a este curioso fenómeno, tratando siempre de controlarlo y ponerle límites, de modo que no termine por auto-destruirse. Tal proyecto filosófico ya existe (o existió), y se llama filosofía crítica o el pensamiento de la Ilustración.

Lecturas contemporáneas como las de Hans-Georg Gadamer o Jürgen Habermas, que pretender corregir al pensamiento ilustrado añadiendo la importancia del lenguaje o de la comunicación, se equivocan grotescamente al fallar en notar las mismas bases donde se construye dicha filosofía, asunto que era perfectamente claro para sus principales exponentes.

Para otra entrada en la que se muestra cómo incluso la moralidad para Kant se funda de forma relacional, entren acá.


[1] Siguiendo —a grandes rasgos— la terminología que estamos usando en el seminario de Maestría dictado este ciclo por Pablo Quintanilla, entiendo por una propiedad monádica una característica que un objeto tiene por sí mismo; a este se le contrapone una propiedad relacional, que sólo se posee en relación a otros objetos.

[2] Ver, por ejemplo, el capítulo 1 de: Allen W. Wood, Kantian Ethics (New York: Cambridge University Press, 2008).

Para un examen más profundo del mismo autor, ver el capítulo 9.3 de: Allen W. Wood, Kant’s Ethical Thought (New York: Cambridge University Press, 1999).

[3] Immanuel Kant, En defensa de la Ilustración (Barcelona: Alba Editorial, 1999). La cita corresponde a la página 179.

Conceptos religiosos (¿y a la vez racionales?)

Últimamente estoy probando publicar en este blog artículos más interrogantes y menos «acabados», y lo que sigue no es sino uno de esos intentos. Ahí va.

¿Qué es la voluntad de Dios sino aquello que elegimos libremente (y es a la vez compatible con lo que otros eligen libremente)?

Esto, claro, va más allá del principio del derecho, pues no basta conciliar acciones de distintos individuos, sino que el actuar de uno mismo maximice la libertad del resto, ayudando a otros a conseguir sus propios fines, en la medida que estos sean compatibles con los mismos (potencialmente) para todos. Esta exigencia extra va más allá de cualquier exigencia jurídica, y pertenece a la esfera de la virtud, que no puede ser requerida por medios externos a nadie (sólo mediante una coacción interna, que es el efecto de la ley moral dentro de cada uno).

¿Dónde está Dios?

Lo que nos lleva al concepto de alma, que equivaldría a la conciencia de respeto a la ley moral en cada una de nuestras personas. Kant obviamente no demuestra nunca que poseamos dicha conciencia como motivación inamovible en nuestros albedríos, ¿pero su mera posibilidad racional no corresponde ya una exigencia?

Claramente se ve el espacio que Kant deja para la fe, no como creencia en algo absurdo, sino en algo para lo que tenemos buenas razones, pero que se mantiene en el terreno de lo indeterminado.

Uno rápidamente puede apuntar a la mera secularización de conceptos cristianos, mas podría verse esto desde el otro lado, como la razón madura —ilustrada— finalmente pasando examen a las religiones.


[1] Mostrar esto es lo que Kant busca cuando introduce el fructífero concepto del reino de los fines, que pretende llevar las exigencias de la ley moral —y por tanto, de la autonomía— al máximo posible.

Marvelman #16 (o por qué no ser irracionales)

Observemos la siguiente imagen (para verla ampliada, ábranla en una pestaña nueva, y luego háganle click ):

La escena final de Marvelman (de Alan Moore).

Marvelman empezó con haciendo alusión a la idea de superhombre de Friedrich Nietszche. En la imagen vemos efectivamente a un hombre perfecto —al margen de si la creación de Alan Moore le hace justicia al concepto nietzscheano— preguntándose cómo alguien, pudiendo serlo también, decide no hacerlo.

Cada integrante de la especie Homo sapiens es imperfecto genéticamente. En el universo del comic se postula la posibilidad de convertirnos en nuestra versión perfecta, capaz de realizar nuestras capacidades al máximo.

Dejando de lado la filosofía de Nietzsche, Immanuel Kant creía que sólo la especie humana en su conjunto, a lo largo de muchas generaciones, es capaz de realizar su potencialidad, y nunca un espécimen de la misma por sí solo. Esto es sin duda una tesis antropológica, y podríamos pensar un mundo en que tales circunstancias se alteren, como es el caso que nos plantea el comic.

En ese caso, ¿sería preferible que el ser humano evolucione a este nuevo estado? ¿O a lo mejor hay algo perfecto en la imperfección?

Visto desde otro lado, el inicial supuesto superhombre de Nietzsche se nos revela como el hombre virtuoso perfectamente racional de Kant. Hay que aclarar que el hombre como Kant lo entiende no puede nunca llegar a tal estado, sino sólo aproximarse.

La ciencia-ficción del comic abate tal imposibilidad, y asume que efectivamente este nuevo superhombre puede ser perfectamente virtuoso y racional (o en otras palabras, propiamente moral, como infiero de la realización utópica que comenté hace varios meses, y que también pertenece a este último número).

Nuestra racionalidad nos exige, pues, que seamos racionales. Podemos, por supuesto, ignorarla a veces, o incluso la mayoría de veces, y en esa aproximación consiste la virtud. Si tuviésemos una ruta fácil, no obstante, como ya se aludió, ¿tendríamos algún motivo para no tomarla?

Si es que hay efectivamente alguna razón para no tomar tal camino, ¿acaso esto no hace manifiesta la farsa que es la realidad a la que supuestamente aspiramos?

La pregunta es: ¿por qué el hecho de que seamos capaces de usar la razón nos exige que tengamos que efectivamente usar la razón?

¿Por qué no ser irracionales?

El hombre perfecto se pregunta.

El final.

Para los dos números anteriores, entren a este post. Para ver cómo empezó todo, entren acá. Y para una fugaz aparición de Martin Heidegger y Adolf Hitler (coincidentemente —o no— en el mismo número) entren aquí.

¿Será esto lo último de Marvelman en este blog? O a lo mejor la continuación de Neil Gaiman retoma efectivamente esta problemática…

Matar robots como un crimen en contra de… la humanidad

Antes de que este blog se tornara insoportablemente kantiano, solía hablar de comics, de literatura, de cine, de música, etc.

Nunca es muy tarde para retornar a las raíces (mentira, este post es en realidad de ética kantiana aplicada), así que les presento un dilema ético extraído de la excelente serie de televisión Battlestar Galactica (la nueva versión), en la que la humanidad, tras haber sido prácticamente aniquilada por una raza de robots creada por ellos mismos, al punto de quedar apenas 41 mil sobrevivientes (de miles de millones), tiene la oportunidad de eliminar completamente a dicha raza enemiga con un arma biológica.

Cast principal de Battlestar Galactica.

El problema, sin embargo, es que se ha hecho evidente que algunos especímenes de la raza robótica (que por cierto se llaman Cylons) han empezado a mostrar libre albedrío, y la capacidad de actuar moralmente de forma genuina; esto no quita que en su conjunto sigan siendo una amenaza.

El diálogo que mostraré a continuación es la argumentación de un oficial que se opone a la extrema medida de eliminar a los Cylons, que está siendo seriamente considerada por la Presidente. Pongo tanto mi traducción, como el inglés original.

¿Genocidio? Así que, ¿eso es lo que hacemos ahora?

(Genocide? So, that’s what we’re about now?)

[…]

Puedes racionalizarlo tanto como quieras. Si hacemos esto, si aniquilamos su raza, entonces no somos distintos a ellos.

(You can rationalise it any way you want. We do this, we wipe out their race, then we’re no different than they are.)

[…]

Estoy hablando del bien y del mal. Estoy hablando de perder una parte de nuestras almas.

(I’m talking about right and wrong. I’m talking about losing a piece of our souls.)

[…]

¿Cómo saber si es que no hay otros como ella [una Cylon con libre albedrío]? Ella tomó una decisión. Es una persona. Son una raza de personas. Aniquilarlos con un arma biológica es un crimen en contra de… es un crimen en contra de la humanidad.

(How do we know there aren’t others like her? She made a choice. She’s a person. They’re a race of people. Wiping them out with a biological weapon is a crime against… is a crime against humanity.)[1]

Cualquier parecido con conceptos kantianos es pura coincidencia (¿o no?). Claramente se nota que hay un valor que está en juego que no puede ser otorgado con exclusividad a los seres humanos (por más que solamos llamarlo humanidad), sino a la racionalidad que va inseparablemente ligada al libre albedrío.

Si le otorgamos un valor absoluto a esta característica, y por lo tanto dignidad, nada puede justificar el genocidio de una raza que posee especímenes con esta capacidad, o al menos por ahí va la cuestión.

Le doy mi recomendación más alta esta serie (que consta básicamente de cuatro temporadas), y que corrobora que la ciencia ficción es uno de los terrenos más ricos para discutir moralmente sobre el futuro de nuestra especie y nuestros valores.

También pueden revisar esta review del capítulo, en inglés.


[1] El capítulo en cuestión es el séptimo de la tercera temporada, y la conversación se da alrededor del minuto 22.

¿Cómo puede la razón pura ser práctica?

Hace algunos días me pregunté, en torno a mi preliminar y meramente posible tema de tesis, ¿cómo puede la ley moral, forma de una causalidad intelectual, afectar nuestra sensibilidad a tal punto de humillarla (cuando sea que se le resista)?

De forma paralela, leyendo la excelente guía para leer la Fundamentación de la metafísica de las costumbres, de Paul Guyer, me introduje por primera vez en la difícil problemática que plantea la tercera sección de dicha obra.

Resulta, pues, que durante toda la segunda sección, Kant no intenta en ningún momento demostrar como la ley moral—o el imperativo categórico—efectivamente nos obliga. Toda su argumentación reposa en la impetuosa afirmación que la humanidad—o la naturaleza racional, para ser más precisos—es un fin en sí mismo. Si nos negamos a aceptar dicho valor, entonces, parecería, nada nos obliga moralmente a actuar moralmente.

Gorra para pensar.

En otras palabras, se podría decir, nos encontramos más allá del bien y del mal.

Sin embargo, Kant se guarda para la tercera sección la demostración de que somos efectivamente seres racionales y que, por tanto, estamos sujetos ineludiblemente a la ley moral. Para esto, claro, recurre a su teoría sui generis del idealismo trascendental, metafísica como ninguna otra.

Arruinándoles el final, la argumentación de la tercera sección fracasa en muchos niveles, considerada desde un punto de vista teórico[1]. Sin embargo, desde un punto de vista práctico, autores de la talla de Allen W. Wood han sostenido el relativo éxito de dicha argumentación, fruto que Kant mantiene para el resto de su obra[2].

Pero lo que es indudable es la perfecta claridad con la que Kant reflexiona sobre sus altísimas pretensiones en la últimas páginas de la misma Fundamentación—a la vez que responde con más de 200 años de anticipación a mis novatas interrogantes—cuando nos dice que:

Pero la razón humana es totalmente impotente para explicar cómo ella, sin otros resortes, vengan de donde vinieren, pueda ser por sí misma práctica, esto es, cómo el mero principio de la universal validez de todas sus máximas como leyes(que sería desde luego la forma de una razón pura práctica), sin materia alguna (objeto) de la voluntad, a la cual pudiera de antemano tomarse algún interés, pueda dar por sí mismo un resorte y producir un interés que se llamaría moral, o, dicho de otro modo: cómo la razón pura pueda ser práctica. Todo esfuerzo y trabajo que se emplee en buscar explicación de esto será perdido[3].

¿Qué clase de teoría ética es esta que demuestra sin demostrar? O siglo y medio antes que Ludwig Wittgenstein sube la escalera para luego tirarla.

Lo que me parece hay acá es la razón ilustrada por antonomasia, que se hace consciente de las limitaciones de su propia capacidad, pero a la vez asume la responsabilidad de dirigir el destino del animal que se llama a sí mismo homo sapiens. Para un proyecto con el mismo espíritu ilustrado, véase este artículo sobre la crítica ilustrada de Husserl a la ciencia moderna.

Finalmente, revisen este post ampliamente relacionado sobre el tema del cual saqué la imagen.


[1] Ver el capítulo 6 de: Paul Guyer, Kant’s Groundwork for the Metaphysics of Morals: A Reader’s Guide (New York: Continuum, 2007).

[2] Ver el capítulo 7 de: Allen W. Wood, Kantian Ethics (New York: Cambridge University Press, 2008).

[3] Tomé atención de la cita gracias al ya mencionado libro de Paul Guyer. La traducción al español es de Manuel García Morente, y el texto en línea lo pueden encontrar acá. La referencia universal es (4:461-3).

(El final de) Marvelman

No es conforme al deber prometer algo para luego, pudiendo cumplirlo, no hacerlo.

Prometí colgar los dieciséis números de la saga de Marvelman, de Alan Moore, en mi blog original O lo uno o lo otro, para después del cuarto número pasarlo a La Buena Onda. Sin embargo, me quedé en el número 13, pues hace ya como un año tuve un cambio de computadora y el Windows 7 no reconoció mi disco duro portátil. Pero ahora sí lo reconoce, después de varios meses, más o menos.

Bueno, lo que importa es que voy a postear los tres números restantes. Y en este blog porque fue aquí donde lo mencioné por primera vez (y porque O lo uno o lo otro anda descuidado).

Pondré ahora mismo los números 14 y 15, y guardaré el último para dentro de unos días, lo que me dará tiempo para preparar un comentario «filosófico» apropiado.

Para descargarlos, hagan click en en las respectivas portadas.

El esperado #14.

El espeluznante #15.

Y casi me olvido, para los números previos entren acá.

Actuar por deber (y no meramente conforme al deber)

Es ampliamente conocida—y repudiada—la diferenciación que Kant lleva a cabo en la primera sección de la Fundamentación de la metafísica de las costumbres, entre las acciones que son meramente conformes al deber, y aquellas que se realizan por deber. Aparentemente, sólo estas últimas tienen propiamente valor moral.

Para actuar por deber, dice el amargado filósofo, tenemos que deshacernos de nuestras inclinaciones, y hacer de aquel motivo único de nuestras acciones.

Esto ha generado—por supuesto—una serie de caricaturas sobre su pensamiento ético.

El hombre que llora.

Sin embargo, tal mirada es equivocada. No se toma en cuenta que al comienzo de la segunda sección Kant dedica varios párrafos a señalar que para los hombres resulta imposible con total seguridad diferenciar cuando una acción se realiza exclusivamente por deber, o simplemente conforme al deber.

Esta incapacidad se debe a lo peculiar de la propia naturaleza humana, su tendencia al autoengaño, a exceptuarse de las normas que considera válidas para todos; en otras palabras, su propensión al mal.

Entonces, si nunca podemos estar seguros de que actuamos por deber, es necesario preguntarse cuál es el motivo de haber realizado dicha diferenciación en primer lugar, al punto de asignarle a dichas acciones el valor propiamente moral.

La diferenciación entre ambos tipos de acciones no pretende poder aplicarse a casos de la experiencia (pues se caería en una flagrante contradicción con lo que afirma al comienzo de la segunda sección), sino que no fue más que un recurso, un experimento mental para poder notar con mayor claridad, mediante contraste, en qué consiste la buena voluntad.

No debemos buscar actuar siempre por deber, lo que iría en contra de cualquier visión ética de sentido común; sino que, a lo más, debemos estar preparados para realizar lo que nos manda el deber incluso si es que nuestras inclinaciones se le oponen, y sólo en esos casos, podría decirse, aunque nunca con total certeza, que uno ha actuado por deber.

En La metafísica de las costumbres, la obra propiamente de moral de Kant,  el papel de las acciones por deber se desarrolla con mayor claridad.  Atañe a la virtud intentar hacer de la ley moral el único móvil de nuestras acciones, pero la consecución de dicha perfección moral no puede nunca alcanzarse, sino sólo pretenderse[1], siendo consecuente con lo dicho al comienzo de la segunda sección.

Este deber de actuar por deber no es más que un deber amplio o imperfecto, y no es en lo absoluto un requisito indispensable para decir que una acción es moralmente buena.

Cuando nuestras inclinaciones estén en armonía con los mandatos de la moral, entonces en buena hora. De ahí que Kant considere un deber (también) cultivar inclinaciones tales como la simpatía, pues nos ayudan a realizar lo que debemos hacer.

Para otra entrada que puede dar algo de luz sobre el deber en Kant, entren aquí. Para un post ajeno a este blog sobre el tema, del cual me presté la imagen, pero cuyo contenido considero superficial y equivocado, entren acá.


[1] Véase: Immanuel Kant, La metafísica de las costumbres (Madrid: Editorial Tecnos, 1989). Páginas 314 y 315 (o los parágrafos 21 y 22 de la doctrina de la virtud).

La ética kantiana es una ética teleológica

Antes que nada, discúlpenme por el poco elegante título[1].

Empecemos. Una de las contraposiciones más comunes en la enseñanza de filosofía moral actual en las universidades, juzgando desde el reducido espacio en el que me he formado (léase en la PUCP), es sin lugar a dudas aquella entre una ética deontológica y otra teleológica, prejuicio que se ejemplifica acudiendo a teorías éticas de «corte kantiano» y «neoaristotélicas», respectivamente[2].

El objetivo de este breve artículo será mostrar, mediante un examen de la ética kantiana que no se contente con quedarse en la superficie[3], cómo es que  ambas categorías se le pueden aplicar sin contradicción, dejando expuesta su inutilidad.

Teleología... ¿dónde termina?

Cuando Kant empieza la argumentación central de la segunda sección de la Fundamentación de la metafísica de las costumbres, nos dice que el imperativo categórico es bueno en sí mismo y no depende de ningún otro fin. Ciertamente no puede estar queriendo decirnos que no depende de fin alguno, sino que se refiere únicamente a fines contingentes, pues lo que hará pocas páginas más adelante será precisamente justificar la validez misma del imperativo categórico en un fin en sí mismo.

Como bien afirma Paul Guyer:

[…] la concepción kantiana de agencia racional preserva la estructura de medios y fines característica de la concepción ordinaria de racionalidad, en la que la adopción de una regla sólo tiene sentido si es que sirve como medio para un fin; su aporte a este ordinario análisis es únicamente que si las reglas han de ser universales y necesarias, entonces tienen que ser los medios necesarios para un fin necesario, algo que es necesariamente un fin porque no es en sí mismo un medio para un fin ulterior de valor arbitrario, sino que es en sí mismo intrínseca y absolutamente valioso[4].

Sin embargo, no es sólo en el plano de la fundamentación del principio supremo que la ética kantiana se salva de la etiqueta «deontológica», sino en el ámbito mismo de su aplicación a instancias particulares.

Allen W. Wood nos pinta el cuadro preciso de la situación:

[…] la ética kantiana puede en teoría requerir que tengamos siempre que razonar de forma completamente «deontológica» — esto es, directamente desde la dignidad de la naturaleza racional hacia aquellas acciones que muestren respeto por esta dignidad. En ese caso tendríamos que atender sólo a la legalidad [rightness] o a la conformidad con el deber [dutifulness] de dichas acciones con relación a aquel valor y nunca tendríamos que considerar las consecuencias de nuestras acciones en lo absoluto. En la realidad, en cambio, la ética kantiana no exige nada por el estilo. […] el razonamiento moral en la ética kantiana está basado en «deberes de virtud» — fines a ser producidos, que son nuestro deber fijarnos en vista de la consideración a la dignidad de la humanidad y al valor de la naturaleza racional como un fin en sí mismo. Estos fines consisten en nuestra propia perfección y la felicidad ajena. La ética kantiana por lo tanto requiere que nos preocupemos en producir buenos estados de cosas[5].

Ahora, algunos artículos random relacionados con el tema, de los que extraje las imágenes: Finalidad y teleología (¡¿Para qué?!), y Teleología del Super Mario Bros.


[1] Uno mucho más elegante hubiese sido el siguiente: Deontología y teología en la ética kantiana (o sobre el problema de simplificar en la filosofía).

[2] Pienso en el infame texto de Jürgen Habermas, «Moralidad y eticidad: ¿Afectan las objeciones de Hegel a Kant también a la ética del discurso?».

[3] Algo análogo podría hacerse sobre la ética de Aristóteles.

[4] Paul Guyer, Kant’s Groundwork for the Metaphysics of Morals: A Reader’s Guide (New York: Continuum, 2007). La cita corresponde a la página 89.

[5] Allen W. Wood, Kantian Ethics (New York: Cambridge University Press, 2008). La imperfecta traducción es mía, y pertenece a las páginas 261 y 262.

Eigendünkel

La Fundamentación de la metafísica de las costumbres—la primera gran obra sobre ética de Immanuel Kant—parece esbozar una imagen de la agencia humana excesivamente dualista y, por lo tanto, limitada: una lucha entre la—dictatorial—razón y las—siempre nocivas—inclinaciones.

Existe ya un consenso entre los estudiosos en que la cuestión no es tan sencilla, y que incluso dentro de la Fundamentación una lectura tal es insostenible. No debiera sorprendernos que, si ampliamos la mirada a la Crítica de la razón práctica, a la Religión dentro de los límites de la mera razón, a la misma Metafísica de las costumbres, o a sus escritos de Historia y de Antropología, el problema de la agencia humana se evidencia como mucho más complejo y valioso.

En la Crítica de la razón práctica (Capítulo III de «La analítica de la razón pura práctica»), Kant diluye la dicotomía afirmando que la ley moral—o la razón pura práctica—tiene un efecto sobre nuestra sensibilidad, que es a su vez un sentimiento. Pero, ¿qué es lo que este nuevo sentimiento (de respeto hacia la ley moral) enfrenta? Kant responde con la idea de amor propio de Rousseau, pero principalmente aludiendo a la vanidad (Eigendünkel; self-conceit, en inglés).

Eigendünkel.

Sin embargo, ¿cómo puede la ley moral, forma de una causalidad intelectual, afectar nuestra sensibilidad a tal punto de humillarla (cuando sea que se le resista)?

O hasta qué punto la respuesta a dicha pregunta sobrepasa la esfera de un estudio estrictamente a priori y nos lleva al ámbito de la Antropología y de la Historia.

Por supuesto que Kant no ignoró esto último. Es más, todo lo contrario. Recientes estudiosos han identificado los conceptos de amor propio y de vanidad con la tesis del mal radical de la Religión, así como con el concepto de insociable sociabilidad, de Idea para una historia universal con una mira cosmopolita; es decir, la moral pura con la Antropología y con la Historia.

Puesto que en los próximos ciclos me veré envuelto en mi tesis de la Maestría de Filosofía (ya no de CC.PP.), quiero partir del papel que juega la Eigendünkel[1] en la teoría ética de Kant, ya no vista de forma unidimensional, sino en contacto con estas otras disciplinas, que no sólo la enriquecen, sino que juegan un papel fundamental para su correcta comprensión.

Además, desde las primeras líneas del post inaugural de este blog he prometido una investigación sobre el mal radical, y ya es hora de que se cumpla lo ofrecido.


[1] Todavía ando a la búsqueda del equivalente más propicio en español, por lo que acepto sugerencias.