Mes: noviembre 2009

Sobre uno de los mayores presupuestos de la filosofía política de Kant

La mayor parte de la filosofía de Immanuel Kant gira en torno a las posibilidades de la humanidad, no como está presente en individuos aislados, sino entendida como una comunidad global, y de ahí el carácter cosmopolita inherente practicamente a toda su filosofía.

Claro que, de forma explícita, Kant aborda el tema más que nada en sus escritos de política y de historia, como son Idea para una Historia Universal desde una perspectiva cosmopolita (en adelante Idea), Una respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?, Comienzo conjetural de la Historia Humana y Hacia la paz perpetua, entre otros.

De forma general, se podría decir que el principal objetivo que puede—y debe—alcanzar la humanidad es el de lograr las condiciones para su máximo desarrollo intelectual y material. No se especifica más, pues, porque sería pretender demasiado afirmar que sabemos con detalle el desarrollo máximo de nuestra especie (se me ocurre que por un motivo similar Karl Marx no describe con detalle la sociedad comunista a la que aspira). En todo caso, tal indeterminación está lejos de ser un problema, y dice más bien mucho de nuestras posibilidades.

Sin embargo, si bien el resultado de este desarrollo es incognoscible a priori, sí podemos vislumbrar las condiciones sostenidas para que éste sea posible. Kant afirma en la quinta proposición de Idea[1] que «el mayor problema de la especie humana […] es la instauración de una sociedad civil que administre el derecho en general» que equivale a lograr «una constitución civil plenamente justa«. En la sexta proposición, añade que «este problema es, a su vez, el más difícil y el que la especie humana resolverá más tarde«.

Y es que su resolución, como nos dice en la séptima proposición, «depende del problema de una relación exterior legal entre los Estados, y no se puede resolver sin este último«, situación que luego desarrolla bajo la idea de la paz perpetua.

A todo esto, ya se estarán preguntando cuál es el presupuesto al que hago referencia en el título. Vayamos al final de la sexta proposición, donde Kant nos dice que, respecto de la constitución civil plenamente justa, sólo podremos aproximarnos, y:

Que esto será de lo último que se ponga en obra, se deduce asimismo de que los conceptos correctos de la naturaleza de una constitución posible requieren una gran experiencia, acostumbrada a la marcha del mundo, y, sobre todo, una buena voluntad preparada para aceptarla; pero tres piezas semejantes pueden muy difícilmente juntarse alguna vez o, cuando suceda, ya tarde, luego de muchos intentos en vano.

Lo que en tiempos de Kant puede haber parecido una actitud pesimista, ahora parece justamente lo opuesto, pues Kant presupone que la humanidad tendrá indefinidos intentos de lograr esta constitución, cuando ahora sabemos que la destrucción de nuestro planeta por nuestra propio obrar está más cerca de lo que alguna vez Kant pudo imaginar.


[1]Immanuel Kant, En defensa de la Ilustración (Barcelona: Alba Editorial, 1999).

Libertad y autonomía

Encontré una concisa reflexión sobre la relación entre la libertad y la autonomía en la filosofía de Kant, nada menos que en un libro de Allen W. Wood—héroe de este blog— sobre Hegel, que he podido consultar de forma virtual.

Pondré una imperfecta traducción, que pertenece al comienzo del capítulo 2.3 de la obra mencionada (que se llama Hegel’s Ethical Thought, por cierto):

La «libertad absoluta» hegeliana obviamente significa algo como la «autonomía» kantiana. Se refiere a una forma de actuar en la cual nuestra voluntad es determinada por sí sola, y no es en absoluto determinada por influencias ajenas. Para Kant, actuamos de forma autónoma sólo cuando nuestra voluntad es determinada únicamente por la razón pura o el respeto a la ley moral. Justo por esta razón, Kant no piensa que la libertad y la autonomía son exactamente lo mismo. Más bien, la libertad está relacionada a la autonomía como la potencia al acto. Kant define la «libertad» como «aquella propiedad de la causalidad [de la voluntad] por la cual puede ser efectiva independientemente de causas externas» (G 446/64, énfasis agregado), o de nuevo como «el poder (Vermögen) de la razón pura de ser por sí misma práctica» (TL 123-124/10). Para Kant, somos libres cuando tenemos la capacidad de ser autónomos, ya sea si ejerzamos nuestra libertad al actuar de forma autónoma o no. Así Kant preserva la idea de que la libertad consiste en posibilidades y capacidades por sobre una forma particular de ejercitarlas o actualizarlas.

Es interesante notar que la libertad del albedrío, entonces, no es buena por sí misma, sino que lo es únicamente cuando obedece el mandato de la ley moral.

La muerte de Dios

Es bastante conocida la doctrina de la muerte de Dios, proclamada inicialmente por Friedrich Nietzsche, y luego seguida por muchos.

Personalmente, me parece que Jean-Paul Sartre ha sido quien mejor ha expresado el espíritu de esta doctrina en sus obras de literatura—en especial en su teatro—, y justamente quiero compartir en este post un fragmento de El diablo y Dios, en donde me parece se expresa de forma magistral—y concentrada—. Veamos.

Heinrich: ¿Para qué simulas hablarle [a Dios]? De sobra sabes que no responderá.

Goetz: ¿Y por qué ese silencio? Él, que se hizo visible a la burra del profeta, ¿por qué se niega a mostrárseme?

Heinrich: Porque tú no cuentas. A Dios le importa un bledo que tortures a los débiles o te martirices a ti mismo, que beses los labios de una cortesana o los de un leproso, que mueras de privaciones o de voluptuosidades.

Goetz: ¿Quién cuenta, entonces?

Heinrich: Nadie. El hombre no es nada. No te hagas el sorprendido; siempre lo supiste. Lo sabías cuando echaste los dados. ¿Por qué, si no, hubieses hecho trampa? (Goetz trata de hablar.) Hiciste trampa: Catalina te vio, forzaste la voz para cubrir el silencio de Dios. Las órdenes que pretendes recibir, eres tú quien te las envías.

Goetz (reflexionando): Sí, yo.

Heinrich (sorprendido): Pues sí. Tú mismo.

Goetz (el mismo tono): Sólo yo.

Heinrich: Sí, te digo que sí.

Goetz (levantando la cabeza): Sólo yo, cura, tienes razón. Sólo yo. Yo suplicaba, mendigaba un signo, enviaba al cielo mis mensajes; y no había respuesta. El cielo ignora hasta mi nombre. A cada minuto me preguntaba lo que podía ser yo a los ojos de Dios. Ahora sé la respuesta: nada. Dios no me ve, Dios no me oye, Dios no me conoce. ¿Ves ese vació por encima de nuestras cabezas? Es Dios. ¿Ves esa brecha en la puerta? Es Dios. ¿Ves ese agujero en la tierra? También es Dios. El silencio, es Dios. La ausencia, es Dios. Dios es la soledad de los hombres. Estaba yo solo; yo solo decidí el Mal; solo, inventé yo el Bien. Fui yo quien hizo trampa, yo quien hizo milagros, yo quien me acuso hoy, sólo yo puedo absolverme; yo, el hombre. Si Dios existe, el hombre es nada; si el hombre existe… ¿Adónde vas?

La cita ya la puse antes en este blog, como parte de mi ponencia del Simposio de Estudiantes de Filosofía del año 2008.

La muy importante diferencia entre la voluntad y el albedrío

Sigo con mi investigación sobre el mal radical, que ya mencioné en este post, y sobre la cual planeo ir publicando notas relativamente aisladas, pero de alguna forma autosuficientes.

El misterioso camino del albedrío... o algo así.

Veamos como se da esta importante diferencia en la filosofía moral de Immanuel Kant.

Las leyes proceden de la voluntad; las máximas, del albedrío. Este último es en el hombre un albedrío libre; la voluntad, que no se refiere sino a la ley, no puede llamarse ni libre ni no libre, porque no se refiere a las acciones, sino inmediatamente a la legislación concerniente a las máximas de las acciones (por tanto, la razón práctica misma), de ahí que sea también absolutamente necesaria y no sea ella misma susceptible de coerción alguna. Por consiguiente, sólo podemos denominar libre al albedrío[1].

No es una cita sencilla en lo absoluto, pero se puede ver claramente que la legislación moral no depende de cada uno, y es por lo tanto universal. Así, sólo nos podemos considerar autónomos cuando obedecemos la ley moral, es decir, cuando nuestro albedrío se conforma a la voluntad.


[1]Immanuel Kant, La metafísica de las costumbres (Madrid: Editorial Tecnos, 1989). La cita corresponde a la página 33. He cambiado «arbitrio» por su sinónimo «albedrío».

 

Los filósofos gobernantes

Los peruanos no necesitamos un filósofo ni un pensador, sino un gerente.

-Keiko Fujimori.

Me parece que hay muy poco Platón en este blog, por lo que se me ocurrió dedicarle este post a una de mis citas favoritas de sus obras, perteneciente nada menos que a la República, su más importante trabajo.

Veamos.

—Examina lo que voy a decir.

—Habla.

—A menos que los filósofos reinen en los Estados, o los que ahora son llamados reyes y gobernantes filosofen de modo genuino y adecuado, y que coincidan en una misma persona el poder político y la filosofía, y que se prohíba rigurosamente que marchen separadamente por cada uno de estos dos caminos las múltiples naturalezas que actualmente hacen así, no habrá, querido Glaucón, fin de los males para los Estados ni tampoco, creo, para el género humano; tampoco antes de eso producirá, en la medida de lo posible, ni verá la luz del sol, la organización política que ahora acabamos de describir verbalmente. Esto es lo que desde hace rato titubeo en decir, porque veía que era un modo de hablar paradójico; y es difícil advertir que no hay otra manera de ser feliz, tanto en la vida privada como en la pública.

Glaucón exclamó:

—¡Qué palabras, Sócrates, qué discurso has dejado escapar![1]

Puse la cita de Keiko al comienzo sólo para resaltar la actualidad de lo central de la tesis de Platón, con casi 2500 años de antigüedad.

Platón Vs. Keiko

¿En quién confiaría el futuro de nuestro país?

La imagen era absolutamente necesaria.


[1] Platón, República (Madrid:Editorial Gredos, 2003). La cita corresponde a las páginas 282 y 283 de la edición citada, y en general, a 273d-274a.

Lección de política práctica… ¡Y el fin del mundo!

Cortesía de Isaac Asimov, o para ser más preciso, de un extracto de su mejor novela: The Gods Themselves, que pueden descargar, por cierto, en un antiguo post de mi previo blog.

Veamos el extracto, en inglés original:

The Gods Themselves

Carátula de la primera edición.

«Let me give you a lesson in practical politics.» Senator Burt looked at his wristwatch, leaned back and smiled. «It is a mistake,» he said, «to suppose that the public wants the enviroment protected or their lives saved and that they will be grateful to any idealist who will fight for such ends. What the public wants is their own individual comfort.

«Now then, young man, don’t ask me to stop the Pumping. The economy and comfort of the entire planet depend on it. Tell me, instead, how to keep the Pumping from exploding the Sun.»

Lamont said, «There is no way, Senator. We are dealing with something here that is so basic, we can’t play with it. We must stop it.»

«Ah, and you can suggest only that we go back to matters as they were before Pumping.»

«We must.»

«In that case, you will need hard and fast proof that you are right.»

«The best proof,» Lamont said stiffly, «is to have the Sun explode.»

Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia, pues Asimov, desde 1972, año en que escribió la novela, ya estaba pendiente de la crisis ambiental que sufrimos.

El libre albedrío humano

Dibujado. Por mí. Vean.

El libre albedrio humano

Representando el círculo negro más amplio al albedrío humano, tenemos al círculo azul como el motivo impulsor que representa la ley moral en nosotros, siendo el rojo a su vez el motivo impulsor del “amor propio”. La flecha viene a ser la Gesinnung (disposición o máxima primera), que, no pudiendo desechar ninguno de los dos motivos impulsores, ni mantenerlos al mismo nivel, tiene que necesariamente subordinar uno al otro, habiendo sólo dos posibles opciones: una Gesinnung buena, representada por la flecha azul en el primer dibujo, y una mala, representada por la flecha roja en el segundo.

Este post sirve, pues, como un teaser sobre un tema que retomaré y que prometí en el primer artículo de este blog: el mal radical en la ética kantiana. Manténganse alertas.