Mes: enero 2011

Sobre la costumbre de bendecir la mesa (o qué podemos aprender de los estoicos hoy)

 

Al besar a tu hijo, decía Epicteto, debes decirte: «Mañana tal vez muera.» «Eso es mal presagio.» «Ningún mal presagio, contestó, sino la constatación de un hecho natural, o también es mal presagio haber segado las espigas.»

Marco Aurelio. Meditaciones. XI.34.

 

Nunca entendí la costumbre —hasta donde sé, cristiana— de bendecir la mesa o los alimentos antes de consumirlos. Recuerdo que hace ya bastantes años elaboré una suerte de argumento en tres niveles —algo infantil, sin duda— en contra de dicha costumbre, e iba algo así:

1. No tiene sentido agradecerle a Dios los alimentos porque… Dios no existe.

2. Incluso si Dios existiera, no interviene en los asuntos humanos, y no es por tanto responsable de nuestra buena fortuna.

3. Incluso si Dios existiera e interviniera en los asuntos humanos, y fuese efectivamente responsable de los alimentos que vamos a consumir, entonces sería también responsable de no haber procurado la misma suerte a todos los que viven en la miseria, y por lo tanto, no deberíamos agradecerle de forma egoísta y señalar más bien su injusticia y parcialidad

Ya con algo de distancia —y me gustaría pensar, madurez— veo que tal argumentación no puede pretender una validez lógica o universal (como en algún momento pensé ingenuamente), pues el verdadero valor de muchas costumbres no tiene por qué entenderse como obvio o literal.

Una de mis ideas favoritas de Alasdair MacIntyre es su propuesta de que la fortaleza y subsistencia de las tradiciones depende de que estén acompañadas de virtud (1988: 274). Al menos desde mi propia perspectiva, la costumbre de bendecir la mesa se encuentra en decadencia, ya sea porque no se practica en lo absoluto, o cuando se hace, resulta para la mayoría un trámite engorroso o en el mejor de los casos, algo de tiempo perdido con algunas palabras vacías.

Falta responder honestamente a la pregunta: ¿qué estamos haciendo cuando bendecimos la mesa?

La que ofreceré a continuación no es más que una de las —se me ocurre— muchas respuestas posibles.

En un libro publicado apenas el 2009, William Irvine reconstruye algunas técnicas psicológicas de las que se valían los estoicos para afrontar su lugar en el cosmos.  Una de las más importantes es la que denomina visualización negativa (Irvine 2009: 65-84). Si queremos ser felices, la forma más sencilla de lograrlo es aprender a querer las cosas que ya poseemos, y para esto, los estoicos recomiendan que «dediquemos tiempo a imaginar que hemos perdido las cosas que valoramos» (Irvine 2009: 68).

Más que un conformismo, es la realización de que muchas de las cosas que damos por supuesto en realidad dependen de una serie de circunstancias que están completamente fuera de nuestro control. Irvine identifica el dar las gracias justamente con una forma de visualización negativa:

Antes de una comida, aquellos que dan las gracias se detienen por un momento a reflexionar en el hecho de que aquellos alimentos podrían no haber estado disponibles para ellos, y en ese caso habrían pasado hambre. E incluso si la comida hubiese estado disponible, podrían no haber tenido la oportunidad de compartirla con las personas que se encuentran con ellos en la mesa. Dicha con estos pensamientos en la mente, el dar las gracias tiene la habilidad de transformar una comida ordinaria en un motivo para celebrar. (Irvine 2009: 77)

Y si bien no queda lugar, por supuesto, para un Dios personal, con el cual podamos tener una relación privilegiada, lo importante es que la tradición signifique algo positivo y relevante para los que la practican.


Bibliografía:

IRVINE, William B.

A Guide to the Good Life: The Ancient Art of Stoic Joy. Nueva York: Oxford University Press, 2009.

MACINTYRE, Alasdair

Tras la virtud. Barcelona: Crítica, 1988.

MARCO AURELIO

Meditaciones. Traducción de Ramón Bach Pellicer. Madrid:Editorial Gredos, 1977.