En torno a la idea de una religión racional, Immanuel Kant desarrolla cuatro tipos de fe distintas. A los primeros dos tipos, la fe religiosa pura o racional y la fe eclesiástica o histórica, se les suma, luego, la fe beatificante y la fe de servicio o de prestación.
La fe racional será la capacidad autónoma presente en cada persona de reconocer a lo que uno está moralmente obligado. La fe histórica, en cambio, es la expresión de estas obligaciones morales o no morales tal como se encuentran en los distintos modos de creencia religiosos, contingentes.
Para una explicación más detallada de ambos tipos de fe, ver: La religión dentro de los límites de la mera razón – II.
Si una persona reconoce como deber moral que no debe matar, entonces se podría decir que ahí está operando la fe racional. Pero a la vez, esto puede ser expresado de forma válida en un modo de creencia como el judeocristiano, de la forma “No matarás” (Éxodo 20:13).
Puesto que en realidad la fe racional jamás podrá darse en su forma pura, sino que siempre estará acompañada de ciertas características de una fe eclesiástica, Kant introduce dos nuevos tipos de fe, ahora sí, mutuamente excluyentes. La fe beatificante sería posesión de “todo aquel en quien la creencia eclesial, refiriéndose a su meta, la fe religiosa pura, es práctica” (Kant 2001: 143); esta fe será libre, “fundada sobre puras intenciones del corazón” (Kant 2001: 144). Por otro lado, tenemos a la fe de prestación, que “busca hacerse agradable a Dios mediante acciones (del cultus) que (aunque trabajosas) no tienen por sí ningún valor moral”, y son por lo tanto acciones “que también un hombre malo puede ejecutar” (Kant 2001: 144).
Puesto de otro modo, la fe beatificante estaría presente en cualquiera que busque anteponer los motivos que reconoce propiamente morales por sobre la contingencia de otras obligaciones presentes en los modos de creencia históricos[1].
Ahora, citamos como ejemplo de fe beatificante la concepción del cristianismo de Gustavo Gutiérrez:
Ser cristiano es, en efecto, aceptar y vivir solidariamente en la fe, la esperanza y la caridad, el sentido que la palabra del Señor y el encuentro con él dan al devenir histórico de la humanidad en marcha hacia la comunión total. Colocar la relación única y absoluta con Dios como horizonte de toda acción humana es situarse, de primer intento, en un contexto más amplio, más profundo. Más exigente también. Estamos, lo vemos más descarnadamente en nuestros días, ante la cuestión teológico-pastoral central: ¿qué es ser cristiano?, ¿cómo ser iglesia en las condiciones inéditas que se avecinan? Es, en última instancia, buscar en el mensaje evangélico la respuesta a lo que, según Camus, constituye el interrogante capital de todo hombre: «juzgar que la vida merece o no merece la pena ser vivida». (Gutiérrez 1987: 69-70)
En la cita apreciamos la primacía de la práctica, o de la ortopraxis, del vivir, propiamente, sobre cualquier creencia (ortodoxia) desconectada de la búsqueda de una respuesta a la interrogante existencial que ocupa al ser humano en tanto ser humano. Lo propio del cristiano está en que dicha búsqueda se hace en el marco del mensaje evangélico, lo que constituye el componente de fe histórica que toda fe beatificante posee.
Sería aberrante, a estas alturas, creer que no se puede encontrar una respuesta correcta a la interrogante fundamental fuera del texto bíblico, o de cualquier otro texto sagrado o tradición. Kant fue quizás el más claro al señalar que la fe histórica es siempre contingente y lo moral se puede realizar desde cualquier tradición. Por lo mismo, uno haría mal en menospreciar cualquier creencia religiosa que sirva como marco para responder dicha pregunta, creyendo que se puede prescindir completamente de este tipo de discurso.
Si vamos más allá de la letra de lo que señala Kant, cualquier visión del mundo sobre la que articulemos el sentido de nuestra existencia y hagamos inteligible nuestro deber moral podrá ser considerada, en sentido amplio, al menos, como religiosa[2]. Y hago énfasis en lo del sentido amplio puesto que esta religiosidad no refiere necesariamente a un dios personal, pero sí necesariamente a la búsqueda de un orden o sentido, pero que escapa la mera observación empírica de las cosas[3].
De esta forma, incluso el modo en que Kant articula su ideal de autonomía sería igualmente histórico, y por lo tanto, contingente. Lo que no le quita un ápice de validez o realidad práctica a su imperativo moral.
[1] Estos primeros párrafos han sido tomados (casi) sin modificación de esta entrada anterior: Un ejemplo de fe beatificante (y otro de fe de prestación).
[2] Para un ejemplo de una visión científica que sin embargo deriva en espiritualidad, ver la siguiente cita:
[3] Tal vez decir filosófico en vez de religioso sea menos complicado, pero la filosofía es una disciplina muy amplia. Acá nos referimos a la razón que llega a sus límites, y discurre sobre ellos. Vean, sobre este punto, esta entrada: Sobre el conocimiento propio de la metafísica (o una justificación ilustrada de la Biblia, por si alguien la pidió).
Bibliografía:
GUTIÉRREZ, Gustavo
Teología de la liberación: perspectivas. Quinta edición. Lima: Centro de Estudios y Publicaciones, 1987.
KANT, Immanuel
La religión dentro de los límites de la mera razón. Traducción de Felipe Martínez Marzoa. Madrid: Alianza Editorial, 2001.