Mes: febrero 2011

Top 10 de entradas 2010

Al igual que el año pasado, me pareció pertinente recopilar las entradas más memorables de este humilde blog a lo largo del año que nos deja. Ya anuncié algunos ligeros cambios hace varias semanas, así que vamos directo a la cuestión:

Si bien me gradué el 2009, que esta foto represente el breve exilio, tanto como el retorno, de este bloguero respecto de la filosofía.

10. Pensamiento Homero.

Nunca falta algo de comic relief.

Ver también Independent Thought Alarm.

9. Un robot Descartes.

Algo que quiero hacer cada vez más es comentar obras de ficción, ya sean de literatura o cine, haciendo uso de conceptos filosóficos. Si bien esta entrada es sobre todo expositiva, demuestra lo bien que le sienta la filosofía a la ciencia ficción.

8. Palabras inmortales.

Esta entrada es breve, y consiste básicamente en una cita de la Apología. No obstante, la fuerza de la misma la coloca en este ranking sin dificultad alguna.

7. La virtud en Aristóteles, Kant y MacIntyre (cortesía de Allen W. Wood).

Una de las oposiciones más comunes en nuestras días, al hablar de ética, es la que se hace entre Aristóteles y Kant. No obstante, tal dicotomía es artificiosa y es una de las más excelsas labores de este blog colaborar a un mejor entendimiento del pensamiento de ambos autores.

Ver también:

Allen Wood y la nueva aurora del pensamiento ético kantiano.

6. Una carta de Somos, el (infame) Museo de la Memoria, y la dignidad humana.

Considero de suma importancia el aporte que puedan hacer los conceptos de una teoría ética a problemas de actualidad, de tal forma que podamos pensarlos mejor. Esta entrada es un intento precisamente de eso.

Ver también Mario Vargas Llosa y la legalización de las drogas.

5. Un héroe kantiano.

No existe un abismo entre la racionalidad y nuestras emociones, pues estas últimas sirven en muchos casos precisamente como razones. La ética kantiana, contraria a su imagen más común, es perfectamente consciente de esto.

Ver también:

Guía práctica para ser kantiano hoy (cortesía de Allen W. Wood).

¿En qué consiste la buena voluntad?

Actuar por deber (y no meramente conforme al deber).

4. Racionalidad y cosmopolitismo (o un post sobre Kant y los estoicos).

El estoicismo ha tenido una presencia fuerte en este blog durante la segunda parte del año, y no podría ser para menos.

Ver también:

Pensamientos de aurora.

Racionalidad y sociabilidad.

3. Aplicando la ley moral (u otro post sobre Battlestar Galactica y robots).

Battlestar Galactica es una de las mejores series de televisión, y en buena parte gracias a la profundidad con la que abordan una serie de problemas éticos. Double win para este blog.

Ver también:

Matar robots como un crimen en contra de… la humanidad.

Marvelman #16 (o por qué no ser irracionales).

2. Máximas.

Mi libro del año ha sido sin lugar a dudas Kant: A Biography, de Manfred Kuehn. Este es la primera entrada que hice al respecto, y luego vendrían muchas más, incluidos también los versos con los que termina el libro y que resumen perfectamente la personalidad del filósofo de Königsberg.

Ver también:

Reflexiones de Kant sobre el significado de la vida.

Sobre las creencias religiosas de Immanuel Kant.

El «otro» giro copernicano de Kant.

1. Valor social vs. dignidad (o sobre experimentos de tranvías).

La historia de nuestra especie se puede pensar desde el conflicto entre el valor social, culturalmente adquirido, con el reconocimiento de la dignidad absoluta inherente a todo ser racional.

Ver también:

El mes morado y Alianza Lima (o pensando la tradición desde MacIntyre y Rawls).

El «giro» de John Rawls (o sobre un falso debate entre comunitaristas y liberales).

Mención honrosa: la entrada que actualizó el nombre del blog.

Y eso es todo.

Karl Marx, Erich Fromm y Jeremy Bentham (o una entrada sobre la naturaleza humana y el principio de utilidad)

Leyendo Ética y Psicoanálisis, de Erich Fromm, me encontré con una interesante cita a El Capital en la que vemos a Marx criticar el erróneo —aunque de todos modos plausible— punto de partida de cualquier teoría ética utilitarista.

En el contexto de una exposición de Spinoza, Fromm señala que «el hombre es para él [Spinoza] un fin en sí mismo y no un medio para una autoridad que lo trascienda» y que «el valor puede ser determinado solamente en relación con sus verdaderos intereses que son la libertad y el uso productivo de sus poderes» (1960: 38).

Es sobre este punto que señala la similitud del pensamiento de Marx con la del holandés, y presenta la siguiente cita de Marx:

[…] si queremos saber qué es útil para un perro, tenemos que penetrar en la naturaleza del perro. Pero a ello no llegaremos jamás partiendo del ‘principio de la utilidad’. Aplicado al hombre, si queremos enjuiciar con arreglo al principio de la utilidad todos los hechos, movimientos, relaciones del hombre, etc., tendremos que conocer ante todo la naturaleza humana en general y luego la naturaleza humana históricamente condicionada por cada época. Bentham no se anda con cumplidos. Con la más candorosa sequedad toma al filisteo moderno, especialmente al filisteo inglés, como el hombre normal. (Marx, citado por Fromm 1960: 38-39 n)

No se trata de volver a un esencialismo que busque establecer algo así como una esencia humana, estática, sino precisamente entender que la naturaleza humana consiste en su indeterminación.

Para una entrada —mmmmm— relacionada ver La momia de Jeremy Bentham.


[1] La referencia completa, tal como está en el libro de Fromm, es: Carlos Marx, El Capital, trad. al español por W. Roces, ed. por el Fondo de Cultura Económica, México, 1946-47, t. I, vol. II, pp. 687 s., nota.

Bibliografía:

FROMM, Erich

Ética y Psicoanálisis. Tercera edición (reimpresión). Traducción de Heriberto F. Morck. México D. F.: Fondo de Cultura Económica, 1960.

¿Qué es Dios? Una concepción existencial, mística y práctica

Desde un punto de partida existencial, lo característico del ser humano es su condición de estar arrojado, esto es, haber trascendido la naturaleza, puesto que «está dotado de razón, es vida consciente de sí misma» (Fromm 1959: 19-20).

Erich Fromm denomina este estado como de «separatidad»[1], que denota una «desvalidez frente a las fuerzas de la naturaleza y de la sociedad», y vuelve «su existencia separada y desunida una insoportable prisión» (1959: 20). De esta forma, «la necesidad más profunda del hombre es […] la necesidad de superar su separatidad, de abandonar la prisión de su soledad» (Fromm 1959: 21).

La separatidad se supera, así, en la unión con otros seres humanos, y «desde un punto de vista religioso, con Dios» (Fromm 1959: 45).

¿Qué significa experimentar a Dios?

Es en este contexto que Fromm nos brinda una suerte de definición de Dios, pues no pretende, mediante el pensamiento o la observación empírica, brindarnos «afirmaciones acerca de Dios» (1959: 45), sino más bien describir una forma de actuar, de vivir productivamente, de ser en el mundo[2]. Veamos:

La experiencia de la unión […] con Dios, no es en modo alguno irracional. Por el contrario, y como lo señaló Albert Schweitzer, es la consecuencia del racionalismo, su consecuencia más audaz y radical. Se basa en nuestro conocimiento de las limitaciones fundamentales, y no accidentales, de nuestro conocimiento. Es el conocimiento de que nunca «captaremos» el secreto del hombre y del universo, pero que podemos conocerlos, sin embargo, en el acto de amar. (Fromm 1959: 45-46)

Para un par de entradas con una temática similar, ver: Sobre las creencias religiosas de Immanuel Kant y Conceptos religiosos (¿y a la vez racionales?).

Para un par de entradas sobre el mismo libro de Fromm, ver: Una definición ética de la racionalidad y ¿Es posible una fe racional en el progreso de la humanidad?.


[1] En inglés: separateness.

[2] Discúlpenme el lenguaje heideggeriano.

Bibliografía:

FROMM, Erich

El arte de amar. Traducción de Noemí Rosenblatt. Buenos Aires: Editorial Paidós, 1959.

Once motivos por los que votaré por Gana Perú en estas elecciones

Hago uso de mi razón pública, y en calidad de persona docta, comparto algunas razones por las que votaré por Gana Perú en estas elecciones.

  • Porque en su lista al Congreso incluye a personas de la talla de Javier Diez Canseco, Nicolas Lynch y Félix Jiménez, entre otros.
  • Porque Alejandro Toledo ha demostrado ser un mentiroso, y un voto por él representa un voto complaciente y de continuidad.
  • Porque votar por Keiko Fujimori o Luis Castañeda denota un grado significativo de corrupción moral, o una ingenuidad infantil ocasionada justamente por las condiciones socio-económicas que precisamente ambos candidatos van a mantener (siéntanse libres de estar en desacuerdo, por supuesto).
  • Porque personas del calibre de Sinesio López apoyan —y participan— en su candidatura.
  • Porque diarios como El Comercio y Correo, así como personas de la calaña de Alan García —¿necesito verdaderamente mencionar a alguien más?— están —y confabulan— en su contra.
  • Porque es el único partido —de los cinco primeros— con un discurso coherente en contra de la corrupción, sin lugar a dudas el principal problema que nos asedia.
  • Porque como no podemos predecir el futuro, tenemos que votar por principio; es decir, por las propuestas que consideremos más valiosas.
  • Porque el crecimiento económico que nos venden los políticos —y por supuesto, los medios— no es más que eso: crecimiento económico —y dudoso, encima. Lo que necesitamos es un verdadero desarrollo; por supuesto, siempre ligado a la macroeconomía, aunque nunca dependiente y sometido a aquella. Y si bien es cierto que lo que pueda hacer el Perú como país al respecto está ciertamente limitado por el contexto internacional, eso no afecta en lo absoluto el imperativo moral de hacerlo.
  • Porque al igual que en lo que respecta a la corrupción, Gana Perú es el único partido con la voluntad de hacer algo por el problema ambiental.
  • Porque el imperativo de lograr mejores condiciones de vida para los que menos tienen antecede por mucho la necesidad de expandir la economía a gran escala (ojo que no creo que ambos objetivos necesariamente se opongan).
  • Porque tan sólo leer la frase «JUICIO A GARCÍA» en la propaganda de Diez Canseco devuelve más decencia a la política que todo el discurso combinado del resto de candidatos.

Aclaro que por ningún motivo tengo fe ciega en la persona de Ollanta Humala, a quien considero en buen grado un político mediocre; mas este voto no significa votar por el mal menor, sino porque lo considero cuanto menos un vislumbre de un porvenir mejor entre tanta asquerosidad (el mentiroso Toledo y el gringo PPK incluidos, aunque en menor grado).

Confieso también que no voté por Ollanta Humala en las elecciones del 2006 (y menos todavía por Alan García), aunque ahora considero que debí hacerlo. Además, respecto de Fuerza Social, voté por ellos en las elecciones municipales, pero se hundieron en el discurso de la derecha al no considerar siquiera una alianza con Ollanta Humala, por el tonto afán de mantenerse políticamente correctos.

Para una entrada anterior sobre el tema, ver Entrevista a Sinesio López sobre su apoyo a la candidatura de Ollanta Humala.

¿Es posible una fe racional en el progreso de la humanidad?

Discúlpenme la pregunta retórica.

Erich Fromm distingue entre la fe irracional como «la aceptación de algo como verdadero sólo porque así lo afirma una autoridad o la mayoría» de una fe racional, que «tiene sus raíces en una convicción independiente basada en el propio pensamiento y observación productivos, a pesar de la opinión de la mayoría» (1959: 144).

Dejando de lado cualquier fe irracional en la existencia de una divinidad, la fe racional tiene su expresión máxima cuando tiene su objeto en el hombre mismo, o en la humanidad, y consiste «en la idea de que las potencialidades del hombre son tales que, dadas las condiciones apropiadas, podrá construir un orden social gobernado por los principios de igualdad, justicia y amor» (Fromm 1959: 146).

¿Progreso?

Nuestro punto de partida es la fe en nosotros mismos, en la conciencia de la existencia de «un núcleo de nuestra personalidad que es inmutable y que persiste a través de nuestra vida» (Fromm 1959: 144), y que a la vez nos permite tener fe en los demás, al saber que tanto nosotros como ellos sentiremos y actuaremos en el futuro tal como ahora esperamos hacerlo (Fromm 1959: 145)[1].

Sin embargo, no se trata de creer ciegamente, de forma complaciente, en que el progreso llegará por sí solo. Más bien, a la base de dicha fe está también la conciencia de que dicho progreso puede tal vez nunca llegar, y su realización depende exclusivamente de nosotros. Pero es justamente porque no hemos «logrado aún construir ese orden» que «la convicción de que [podemos] hacerlo necesita fe» (Fromm 1959: 146).

Concluye Fromm en que es de suma importancia, entonces, no pensar esta fe como «una mera expresión de deseos», sino basarnos «en la evidencia de los logros del pasado de la raza humana», así como «en la experiencia interior de cada individuo en su propia experiencia de la razón y el amor» (1959: 146).

Qué bonito.

Para otra entrada sobre el mis libro de Fromm, ver Una definición ética de la racionalidad.

Para una entrada de tema similar, ver El «otro» giro copernicano de Kant.


[1] «La fe en uno mismo es una condición de nuestra capacidad de prometer, y puesto que, como dice Nietzsche, el hombre puede definirse por su capacidad de prometer, la fe es una de las condiciones de la existencia humana». (Fromm 1959: 145)

Bibliografía:

FROMM, Erich

El arte de amar. Traducción de Noemí Rosenblatt. Buenos Aires: Editorial Paidós, 1959.

Una definición ética de la racionalidad

Leyendo El arte de amar, de Erich Fromm, me encontré con la siguiente definición de racionalidad:

La facultad de pensar objetivamente es la razón; la actitud emocional que corresponde a la razón es la humildad. Ser objetivo, utilizar la propia razón, sólo es posible si se ha alcanzado una actitud de humildad, si se ha emergido de los sueños de omnisciencia y omnipotencia de la infancia. (1959: 141)

La objetividad se define a su vez en oposición al narcisismo, como «la capacidad de ver a la gente y las cosas tal como son, objetivamente, y poder separar esa imagen objetiva de la imagen formada por los propios deseos y temores» (Fromm 1959: 139). Claro está que la objetividad no es un punto de vista privilegiado e infalible, al que unos pocos acceden de forma misteriosa, sino precisamente la conciencia de nuestra propia falibilidad, y es por eso que «la humildad y la objetividad son indivisibles» (Fromm 1959: 141).

Todavía sigue muy arraigada una visión de la razón como autoritaria y cerrada, más una fuerte tradición filosófica, que incluye tanto a Aristóteles, los estoicos, Immanuel Kant, y muchos otros, sugieren correctamente que la razón es justamente la facultad humana que nos permite el diálogo y la misma vida en comunidad.

Para otra entrada de Fromm en este blog, consultar Ética y Psicoanálisis.

Para entradas sobre el carácter inherentemente social y comunicativo de la racionalidad, ver: ¿Qué es la razón? (o sobre propiedades monádicas y relacionales); Racionalidad y sociabilidad; Racionalidad y cosmopolitismo.


Bibliografía:

FROMM, Erich

El arte de amar. Traducción de Noemí Rosenblatt. Buenos Aires: Editorial Paidós, 1959.

El pisco sour ideal

El secreto para obtener el pisco sour ideal reside no en la proporción entre los ingredientes (materia), sino en el método de preparado (forma)[1].

Si bien la receta tradicional requiere que se use una coctelera, el pisco sour ideal sólo puede obtenerse mediante el uso de una licuadora.

Ahora, por lo general, uno pondrá los ingredientes en cualquier orden, e incluso se recomienda poner la clara de huevo al final, pero para obtener el pisco sour perfecto es de absoluta importancia el orden en que se echarán los ingredientes.

Así, debemos empezar justamente con la clara, y proceder a licuarla sola por varios segundos, luego agregar el jarabe de goma y, momentos después, el jugo de limón, procediendo así partiendo del ingrediente más denso hasta el menos denso. El orden será el siguiente: clara de huevo, jarabe de goma, jugo de limón, pisco y finalmente los cubos de hielo (sí, el hielo es menos denso que el agua).

Como ya dije, la proporción de los ingredientes queda al gusto de cada quien. Si no se cuenta con jarabe de goma, entonces echar el jugo de limón mezclado con el azúcar después de la clara de huevo, y antes que el pisco.

Ahora, la bebida que se obtendrá —como se muestra en la foto— integra la tradicionalmente separada espuma, brindándole así más cuerpo y frescura a la bebida.

Si considera que ha logrado el pisco sour ideal, y que la diferencia con el método tradicional no es menor, entonces comente la técnica aprendida con sus amigos y amigas amantes del pisco.

Sé que lo ideal hubiese sido publicar esta entrada hace ya varios días, con anticipación al día del pisco sour, pero la filosofía exigía que haya cierto desfase con la realidad.

Para otro post con una temática similar, ver Kant sobre la embriaguez.


[1] Desconozco  qué tan difundida esté la técnica que procederé a compartir; no insinúo, entonces, que sea originalmente mía, pues la aprendí del papá de un buen amigo.

Lawrence of Arabia: la historia de un profeta moderno

 

All men dream: but not equally. Those who dream by night in the dusty recesses of their minds wake in the day to find that it was vanity: but the dreamers of the day are dangerous men, for they may act their dreams with open eyes, to make it possible. This I did.

T. E. Lawrence. Seven Pillars of Wisdom.

 

Lo que viene es un comentario filosófico sobre una obra de ficción, en esta ocasión[1], la película Lawrence of Arabia, dirigida por David Lean, y notablemente protagonizada por Peter O’Toole. Me quiero centrar, por supuesto, en la figura de T. E. Lawrence[2], o Lawrence de Arabia, oficial del Ejército Británico, quien jugó un papel fundamental a la hora de organizar a las distintas tribus árabes para enfrentar a los turcos, aliados de los alemanes, y por lo tanto, enemigos de los ingleses, durante la Primera Guerra Mundial.

El objetivo —o sueño diurno— de Lawrence era «crear una nueva nación, […] darle a 20 millones de semitas las bases sobre las cuales construir un palacio de ensueño inspirado en sus pensamientos nacionales»[3] (2006: 7). Sólo una mente corrompida renegaría ante el derecho de autonomía de un pueblo, y no es sobre ese tema —a todas luces moral— que deseo enfocarme; más bien, son los motivos detrás de la persona de Lawrence los que me parecen muestran muchas de las contradicciones con las que nuestra débil especie humana se enfrenta en su —quizás vana— lucha por salir de aquella minoría de edad de la que famosamente habló el filósofo Immanuel Kant, del quien me prestaré una serie de conceptos.

Mas, para mostrar la contradicción, es necesario primero aceptar el enigma de su personalidad, tal como quedara señalado de forma precisa en una reseña de la revista Time, cuyo autor desconozco, del año 1963, hablando sobre la performance de O’ Toole:

But there is something he does not catch, and that something is an answer to the fundamental enigma of Lawrence, a clue to the essential nature of the beast, a glimpse of the secret spring that made him tick.

But then the script does not catch it either. People who knew Lawrence did not catch it. Lawrence himself did not seem to know what it was. Perhaps it did not exist. (Time 1963)

A continuación, me aventuraré a dar mi propia interpretación sobre el enigma de la personalidad de Lawrence.

Consideremos el enigma como la pregunta por la verdadera motivación detrás de las acciones de Lawrence en Arabia. A grandes rasgos, y siguiendo a Kant, podemos distinguir dos incentivos últimos, que operan siempre detrás de toda agencia humana: el deber que sentimos al reconocer una causa justa, y el amor propio que puede derivar en vanidad, es decir, hacer grandes cosas para sentirnos reconocidos y valorados por encima de otros.

Por supuesto que jamás podemos ver el motivo último que está detrás de nuestros actos, y Kant está en lo correcto al denominarlo insondable. Pero es parte de nuestra precaria condición de seres racionales que nos importe que, al hacer algo justo, lo hagamos porque es lo justo; es decir, preguntar por qué hacemos lo que hacemos.

Ambos motivos no se excluyen; es más, si le creemos a Kant, ambos estarán siempre presentes detrás de cada elección humana, aunque uno tiene siempre que subordinar al otro.

La ética kantiana es excesivamente dura con nuestra complacencia pues nos exige sobreponernos a nuestra condición natural de seres sociales que compiten unos con otros tratando de procurarse un valor superior al de sus congéneres. Nuestra racionalidad, al menos en el momento de la Historia en que nos encontramos, se manifiesta como un imperativo que nos exige respetar la dignidad inherente en todas las personas. Kant cree que la mejor forma de asegurar esto es a través de un gradual acercamiento a un estado de paz entre los pueblos mediante una federación de Estados libres (2002: 58-63; 2006: 13-17), que a su vez permitiría el establecimiento de una ideal constitución civil perfectamente justa en cada Estado (2002: 52-58; 2006: 10-11), constitución a la que, debido al carácter corrupto de nuestra especie, sólo podemos aspirar alcanzar asintóticamente (2006: 12-13).

El objetivo de Lawrence, entonces, encaja perfectamente dentro de los parámetros del progreso moderno, de la lucha por la autonomía de los pueblos, y la esperanza racional de un futuro cada vez más libre de guerras. El problema está en la situación en la que Lawrence se ve inmerso, y por lo tanto, en la forma en la que se ve obligado a llevar a cabo dicho proyecto: encarnando la figura de un profeta.

Kant reconoce la figura del profeta no como un individuo en una relación privilegiada con la divinidad, sino como el líder de un pueblo, quien precisamente gracias a su condición de líder «causa y prepara los acontecimientos que presagia» (2006: 80). Ya en nuestro tiempo —y en nuestra civilización occidental, lo que sea que eso signifique— Kant identifica la figura del profeta con la de los políticos, que «hacen exactamente lo mismo en su esfera de influencia, siendo igualmente afortunados en sus presagios» (2006: 81). Mas alcanzar la mayoría de edad significa justamente alcanzar la conciencia de que no debemos dejar nuestro futuro en las manos de unos pocos, sino que es el pueblo en su conjunto el que debe ser capaz de realizarlo. El momento de la Historia en que vivimos nos exige dejar la —alguna vez útil— figura del profeta y mejorar nuestra condición mediante un progreso lento, pero seguro.

Pero lo que la racionalidad ordena, el ser humano no obedecerá mecánicamente, precisamente por aquella tendencia a procurarnos valor por sobre otros, que Kant identifica como insociable sociabilidad, o también como el mal radical en la naturaleza humana, que consiste precisamente en la propensión a anteponer el ya mencionado incentivo del amor propio por sobre el que constituyen los principios racionales.

Hay definitivamente cierto honor y grandeza en la figura de grandes profetas y líderes que dirigen a la gloria a sus respectivos pueblos. Muchas de las más grandes hazañas de la Historia —y de la ficción— se han dado precisamente de esa forma. Pero en la medida que tales figuras son valoradas cuasi religiosamente, la propensión al mal no sólo se mantiene, sino que se incentiva: la «posesión del poder daña inevitablemente el libre juicio de la razón» (Kant 2002: 79).

El ser humano es libre de —intentar— realizar cualquier fin racional que se proponga, pero la actual condición en la que vivimos, en constante competencia unos con otros, nos impide verdaderamente querer dicho fin, como apreciamos en la siguiente escena:

Ali: A man can do whatever he wants. You said.

Lawrence: He can… but he can’t want what he wants.

Lawrence inicia sus acciones regido por principios morales, lo que lo lleva a arriesgar su vida poco antes de llegar a la ciudad de Aqaba para salvar a un hombre que había quedado atrás, y a tratar como iguales a personas que se encontraban en calidad de sirvientes. Pero mientras su fama se incrementa, se encuentra disponiendo de la vida de otros hombres, y siendo valorado por sus seguidores como alguien superior. El despiadado papel de profeta parece sentarle bien, quizás demasiado, cuando se ve obligado a ejecutar con justicia a a la persona que había salvado con anterioridad, y se da cuenta que disfruta el disponer de la vida de otros de esa forma.

Lo que debe caracterizar a una mente propiamente moderna es la conciencia de que todas las personas tenemos el mismo valor. En el caso de Lawrence, ciertamente hallamos esta conciencia, y es por eso que entra en conflicto como móvil último de su conducta con el papel de profeta que se le otorga. Un hombre premoderno no tendría problema alguno en asumir dicho papel y llevarlo a sus consecuencias más extremas, situación que, en cambio, se vuelve insoportable para el entendimiento moderno de Lawrence.

En el video, vemos primero a Lawrence renunciar a su rol de profeta, para que tan sólo unos minutos más adelante, en una conversación con el General Allenby, se rinda ante su extraordinario destino: la vanidad triunfa.

Desde ahí, parece no haber vuelta atrás, y Lawrence se abandona a los excesos de la guerra. Derrotado, pese a haber triunfado en el campo de batalla, Lawrence vuelve a Reino Unido, consumido por la enigmática lucha interna, tan simple pero a la vez tan compleja, entre el bien y el mal.


[1] Lo que pretendo es resaltar algunas problemáticas o temas para comentarlos usando, como herramientas, ciertos conceptos filosóficos. Algo similar hice sobre Avatar y Sector 9, al igual que sobre la serie de televisión Battlestar Galactica. No obstante, esta entrada espera lograr mayor comprehensividad que los intentos anteriores. Debo añadir, además, que lo presentado no pretende ser más que una interpretación ciertamente de muchas posibles.

[2] Si bien me prestaré algunas citas del libro de T. E. Lawrence, Seven Pillars of Wisdom, debo aclarar que el comentario es sobre el personaje de ficción representado en el film por Peter O’Toole.

[3] Las citas en español a las obras en inglés son traducciones mías.

Bibliografía:

KANT, Immanuel

Ideas para una historia universal en clave cosmopolita y otros escritos sobre Filosofía de la Historia. Traducción de Concha Roldán Panadero y Roberto Rodríguez Aramayo. Tercera edición. Madrid: Editorial Tecnos, 2006.

Sobre la paz perpetua. Traducción de Joaquín Abellán. Madrid: Alianza Editorial, 2002.

LAWRENCE, Thomas Edward

Seven Pillars of Wisdom. eBooks@Adelaide, 2006.

LEAN, David (director)

Lawrence of Arabia. Reino Unido: Horizon Pictures, 1962.

TIME

«Cinema: The Spirit of the Wind». Time. 1963, volumen LXXXI, número 1. Consulta: 23 de enero del 2011.

<http://www.time.com/time/magazine/article/0,9171,829725,00.html>