Vuelvo del cine de ver Avatar, del director James Cameron, y se me ocurrió hacer este artículo, en el que aborde el problema ético que subyace la película, para que me sigan quienes también hayan podido verla.
Estoy seguro que casi la totalidad de espectadores no tiene dificultad alguna en darse cuenta de la injusticia que están cometiendo los humanos contra los Na’vi, habitantes del planeta Pandora, en gran parte porque el director logra hacernos empatizar con este mundo que bordea lo mágico, al igual que con sus azules integrantes.
Sin embargo, es un hecho lamentable que, tanto en nuestra realidad como en la de la película, las personas que están al mando de las corporaciones y gobiernos no se caracterizan por poseer esta valiosa sensibilidad (pensemos en la cúpula del actual gobierno aprista, por dar un ejemplo entre muchos posible); y es en parte por este motivo que resulta importante no dejar que un problema ético de esta envergadura sea resuelto por la empatía que podamos sentir, sino tratar de entender por qué es que se da efectivamente una injusticia.
Si seguimos algunos principios básicos de la filosofía de Immanuel Kant, deberíamos sentar que el problema en realidad pertenece a la esfera del derecho internacional (o interplanetario, en este caso), y Kant establece las condiciones de visita entre pueblos en su libro Hacia la paz perpetua en la forma del tercer artículo definitivo para la paz perpetua:
«El derecho cosmopolita debe limitarse a las condiciones de la hospitalidad universal.»
Y luego explica:
Se trata en este artículo […] de derecho y no de filantropía, y hospitalidad […] significa aquí el derecho de un extranjero a no ser tratado hostilmente por el hecho de haber llegado al territorio de otro. […] No hay ningún derecho de huesped en el que pueda basarse esta exigencia […], sino un derecho de visita, derecho a presentarse a la sociedad […][1].
De esta forma, los humanos tienen derecho a visitar Pandora, e intentar establecer relaciones pacíficas, mas por ningún motivo intentar apropiarse de sus recursos por la fuerza, especialmente si estos meros recursos resultan de vital importancia para los nativos.
Así, la película no se molesta en presentarnos un conflicto ético complejo entre ambas partes, como podría haber sido si es que la humanidad necesitara inevitablemente para su supervivencia el valioso mineral en cuestión, mientras que los Na’vi, por su lado, simplemente lo veneraran de forma mística. Mas no resulta ese el caso, puesto que se da a entender que la corporación humana al mando simplemente codicia el mineral por su valor monetario, y además, la extracción del mismo atenta contra la esencia de la vida en Pandora, cosa que puede ser explicada científicamente por los humanos.
Podría parecer que estoy criticando la falta de complejidad en el problema ético de la película, por lo que aclararé que no es ese el caso. Justamente es lo contrario: Avatar logra mostrarnos cuanta destrucción y caos ocurre simplemente por la irresponsabilidad, codicia, y simple estupidez, y no es necesario tratar de explicar de forma innecesariamente rebuscada esto, sino que en la escena que vemos al personaje que interpreta Susan Sarandon explicarle en términos científicos al administrador de la corporación lo valioso que resulta el Hometree, no sólo para los Na’vi, sino también potencialmente para la humanidad, este último simplemente responde tapándose los oídos, negando de esta forma la más básica e importante manifestación de la ética: la comunicación basada en razones.
Para concluir, no quisiera olvidar también el factor racista, o en este caso, especista, que juega un papel importante en justificar la agresión y el menosprecio a la cultura de los Na’vi. Sin embargo, es otra película, también del presente año, que toma un mayor riesgo al presentar a la especie extraterrestre en cuestión no como majestuosos seres de tres metros y medio de alto, sino como insectos humanoides, con los que, a pesar de su desagradable aspecto, se nos revela es justo tratarlos con dignidad, elemento que—también siguiendo a Kant—no es característico de la especie humana, sino de todo ser racional.
Pero tal vez comparar Avatar con District 9 en ese aspecto no resulte del todo justo, pues mientras que ésta última hace énfasis en el problema de tratar a seres muy distintos a nosotros—pero en la instancia que más importa, muy similares—con la dignidad que les concierne, Avatar se preocupa más en presentarnos una forma de vida en la que el respeto por el medio ambiente resulta parte integral de la cultura, y más importante aún, de la vida.
[1] Immanuel Kant, Sobre la paz perpetua (Madrid: Alianza Editorial, 2004). La cita corresponde a las páginas 63 y 64.