Me propuse iniciar mi participación en este blog con un ensayo sobre el mal radical en la filosofía moral de Immanuel Kant. Pero mientras lo escribía, me di cuenta de que tenía que explicar también muchos otros conceptos de ésta, y el ensayo amenazaba con perder enfoque y extenderse demasiado. Por lo tanto, de una forma que creo será más didáctica—y «entretenida»—planeo empezar con una serie de artículos sobre temas más concretos (aunque no menores en importancia) de la filosofía moral kantiana, y no se me ocurrió nada mejor—ni más sublime—que la ley moral, es decir, el imperativo categórico.
Sin embargo, el alcance de este tema es bastante amplio de por sí, por lo que lo separaré a su vez en cuatro artículos, siendo este el primero, y que se limitará a la función del imperativo categórico dentro de la ética kantiana; mientras que los subsiguientes ahondarán en las tres formulaciones del imperativo categórico, una por una.
Empecemos, pues, sin rodeos, con el contenido de la ley moral, esto es, el imperativo categórico en sus distintas formulaciones[1]:
Primera formulación:
Formula de la ley universal: «Actúa solamente de acuerdo con la máxima por la cual puedas al mismo tiempo querer que se vuelva una ley universal».
Formula de la ley de la naturaleza: «Actúa como si la máxima de tu acción fuese a volverse mediante tu voluntad una ley universal de la naturaleza».
Segunda formulación:
Formula de la humanidad como fin en sí misma: «Actúa de tal forma que uses a la humanidad, tanto en tu propia persona como en la de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca meramente como medio».
Tercera formulación:
Formula de la autonomía: «…la idea de la voluntad de todo ser racional como una voluntad universalmente legisladora».
Formula del reino de los fines: «Actúa de acuerdo a las máximas de un miembro universalmente legislador para un meramente posible reino de los fines».
Podrán notar en primer lugar, para sorpresa de algunos, que el imperativo categórico es bastante más que su primera formulación, que normalmente suele ser vista como la más importante, e inclusive como la única, y entendida como una especie de procedimiento mental que cada quién debe realizar por su cuenta para evaluar el contenido moral de sus máximas, y cuyo resultado, además, luego podrá serle impuesto al resto de individuos, trascendiendo tanto el espacio como el tiempo. Nada más lejano de la realidad.
Si dejamos de lado, entonces, la infundada idea de que el imperativo categórico debe ser usado a manera de procedimiento, se puede preguntar uno, con razón, ¿cuál es su papel o función, si es que, como ya se dijo, éste no puede ser usado directamente en nuestro actuar cotidiano? Kant nos dice en el prefacio a la Fundamentación de la metafísica de las costumbres que únicamente está buscando establecer el principio supremo de la moralidad, pero quizás le faltó hacer mayor énfasis en la significación real de esto, especialmente si luego usará ejemplos que podrían hacer creer al lector que este principio supremo puede—y debe—ser aplicado en todo momento. De ahí que, habiendo generado tanta confusión sobre un punto tan crucial, se podría afirmar que dicha obra—y en especial la primera sección—sea considerada, cuanto menos, como uno de los mayores fracasos retóricos en la historia de la filosofía.
Es sin duda una ironía que John Stuart Mill, en su libro El utilitarismo, sea uno de los críticos más superficiales de Kant (tanto así que incluso confunde la Fundamentación de la metafísica de las costumbres con La metafísica de las costumbres, publicada más de diez años después), pero de forma simultánea, entienda perfectamente el papel de lo que significa un principio supremo de la moral, y sin querer defienda a Kant de muchas de sus críticas. Mill, que está tratando de defender el principio utilitarista de la mayor felicidad, afirma que éste sólo puede ser aplicado mediante principios secundarios, y únicamente en caso de conflicto entre estos es que debemos referirnos a aquel.
Para Kant el caso es el mismo, y es justamente en La metafísica de las costumbres, obra que probablemente Mill nunca leyó, donde Kant deriva, con relativo éxito, una serie de deberes secundarios que considera caen dentro de la esfera de la virtud, liderados por el deber a buscar nuestra propia perfección (tanto física como moral), y el de buscar la felicidad de los demás.
Allen W. Wood resume de forma precisa esta relación, tanto para Kant como para Mill, cuando dice:
La filosofía moral está fundamentada en un solo principio supremo, que es a priori, pero todos nuestros deberes morales resultan de la aplicación de este principio a lo que sabemos empíricamente sobre la naturaleza humana y las circunstancias de la vida humana[2].
El desproporcionado malentendido en el que caen autores de la talla de Hegel, Schopenhauer y Habermas, se debe, en gran medida, a la superficial identificación de la ley moral primariamente con la primera formulación del imperativo categórico, que es por cierto la más precaria, y únicamente la primera parte en una complicada argumentación, que abarca la mayor parte de la segunda sección de la Fundamentación.
En el siguiente artículo expondremos, pues, el alcance real de la primera formulación, partiendo de algunas de sus más comunes críticas.
[1] Me basaré en la clasificación que hace el estadounidense Allen W. Wood en su libro Kantian Ethics, publicado apenas el año pasado (New York: Cambridge University Press, 2008).
[2] La traducción es mía, mas no las cursivas.