El lado humano de la razón

Immanuel Kant concebía ciertamente a la razón como una facultad no exclusivamente humana, de ahí que haya considerado la posibilidad de seres racionales de otras especies, o seres santos, no sujetos a la moralidad en lo absoluto.

De ahí que en la Fundamentación de la metafísica de las costumbres, la investigación filosófica de Kant apunte a examinar la razón pura, junto con sus exigencias, más no le importa todavía detallar las características de una voluntad propiamente humana—el lado subjetivo o la recepción de la ley moral en nuestra sensibilidad—, investigación que dejará luego para la Antropología y la misma Metafísica de las costumbres.

No es raro, para el lector exclusivo de la Fundamentación[1], pensar que Kant tiene en mente una concepción de moralidad para el ser humano que le requiere despojarse por completo de sus sentimientos e inclinaciones, que siempre constituyen un obstáculo para actuar racionalmente de forma pura.

Sin embargo, aunque pueda resultar increíble para muchos, Kant prestó mucha atención a la relación e implicancias que tiene la facultad estrictamente racional sobre el ser humano, y de ahí que esta relación pueda realizarse sólo en la especia humana toda; nunca por un individuo solo.

Debe hacerse la diferencia, pues, del discurso que hace Kant sobre la razón pura, o facultad racional, por un lado, que tiene como objeto tratar de volver explícito el origen de todo mandato moral; del discurso que pretende describir, por otro lado, cómo efectivamente esta razón entra en conflicto con nuestra sensibilidad y nuestra cultura, a lo largo de la Historia.

Pero el objetivo de este breve artículo es mucho más modesto, y no pretendo más que mostrar el punto de conexión entre la facultad racional que poseemos y nuestra sensibilidad.

La ley moral en nuestra sensibilidad.

Según Kant, el ser humano cuenta con cuatro disposiciones—el sentimiento moral, la conciencia moral, el amor al prójimo y el respeto—sin las cuales no podríamos ser considerados seres morales en lo absoluto, pues no nos veríamos afectados por el mismo deber. Estas disposiciones son consideradas naturales, aunque «la conciencia de ellas no es de origen empírico»[2], sino que resulta de la conciencia de la ley moral en nuestra sensibilidad. Así, nuestro libre albedrío no es más que receptivo para ser movido por la razón pura práctica».

Ciertamente subsiste el problema de cómo exactamente esta ley moral, de «origen insondable», afecta nuestra sensibilidad de forma directa. En el fondo, esta separación de la facultad racional no es más que conceptual, y en la verdadera naturaleza de las cosas ambas permanecen entremezcladas, a tal punto que suelen ser confundidas por los filósofos empiristas como David Hume, y sus versiones más contemporáneas.

La razón, para resumir, no es ni tiene por qué ser concebida como humana (lo que implicaría llenarla de contenido empírico que no haría más que oscurecerla). No obstante, sería completamente absurdo sostener que para la moral, no es importante entender con el mayor detalle posible, cómo es que esta afecta a las características propias de nuestra especie animal.

Sobre el importante papel de los sentimientos en la ética de Kant, en concreto sobre la simpatía, vean este artículo anterior.


[1] Pienso, entre muchos otros, en el reciente libro de Robert A. Dahl, On Political Equality, en el que, como mero trámite y sin profundidad alguna, examina algunas citas de la Fundamentación, y caricaturiza las exigencias de la ética de Kant como únicamente válidas para un ser racional sin ningún sentimiento humano. Nada más lejano de la realidad, como veremos.

[2] Immanuel Kant, La metafísica de las costumbres (Madrid: Editorial Tecnos, 1989). Las citas corresponden a las páginas 254 y 255.

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